2 - La sociedad y sus bemoles

 

    Desde un principio, el núcleo social se originó en base a estructuras creadas por el hombre, quien en su afán de afincarse en un lugar determinado, fue  consolidándolas para que sirvieran de contención a determinados excesos. Sin embargo, en dichas estructuras han surgido fisuras que con el tiempo, se han ido ampliando, e incluso diversificando. Dieron paso a elementos foráneos, que iniciaron claramente su etapa de corrosión paulatina.

    Al abrirse dichas fisuras sociales, las barreras de contención cedieron bruscamente, dejando el paso libre a diversos excesos. A nadie escapa el hecho de que una determinada sociedad en sus albores, se encontraba en el estado más natural posible. Pese a que hubiese excesos individuales, éstos no llegaban a contaminar al núcleo social, ya que  mantenían en cierta medida los niveles de protección. Por lo tanto, aún se conservaba el grado de purificación primario, desde el cual se había conformado.

    Por el efecto imitativo del ser humano, la sociedad ingresó en la etapa de deterioro mediante el efecto multiplicador. El deterioro se hizo en un primer momento gradual y lento, permitiendo muchas veces  observar  los motivos que los generaron.

    Así, es que en la actualidad se nos presentan sociedades cargadas de imperfecciones,  a las que no podemos dar una solución justa y equitativa, porque precisamente, la equidad feneció inevitablemente.

 Adonde vayamos, nos encontraremos con un gran cúmulo de imperfecciones que van desde lo meramente sociológico hasta lo cultural.

Como señala Liazos en 1982, “las definiciones de lo que es un problema social pueden incluirse en dos grandes bloques según sea la perspectiva teórica que se adopte.”

    Por una parte, estarían las definiciones que resaltan los aspectos objetivos perjudiciales de los problemas, aunque éstos no sean identificables por sectores amplios de la población como situaciones susceptibles de ser cambiadas. En esta línea se enmarcarían definiciones como la  Fuller y Myers (1941a, 1941b) quienes lo entienden como “una condición que se establece como tal por un número considerable de personas como una desviación de las normas sociales habituales”. También la de Merton (1971), que define el problema social como “una situación que viola una o más normas generales compartidas y aprobadas por una parte del sistema social”; o como la de Kohn (1976) que lo define como “un fenómeno social que tiene un impacto negativo en las vidas de un segmento considerable de población”.

    Por otra parte estarían aquellas definiciones que entienden que sólo existe un problema social cuando un grupo significativo de la sociedad percibe y define ciertas condiciones como problema y pone en marcha acciones para solucionarlas. Dentro de esta línea se enmarcarían definiciones como las de Blumer (1971) que entiende que “los problemas sociales no tienen existencia por sí mismos, sino que son producto de un proceso de definición colectiva que ocurre cuando un número significativo de personas considera ciertas situaciones sociales como no deseadas y tiene el suficiente poder como para transmitir esa percepción a otros sectores.”

    Cada sociedad posee un orden cultural que se implementa con lo social. Se crea por consiguiente, el vínculo desde el cual se interactúa entre ambos escenarios. Así como se logró en su momento interactuar en pos de la solidificación estructural, actualmente lo social denigra lo cultural y viceversa.

El orden cultural en este contexto, ofrece el parámetro necesario para crear y mantener la idiosincrasia en el plano social. El debilitamiento de éste, hace que paulatinamente se vaya perdiendo la idiosincrasia propiamente dicha. A la vez, se pierden los valores esenciales con los cuales cada sociedad surgió, resquebrajándose en mil pedazos, de forma literal. Asistimos  así al desmembramiento socio–cultural, con todo lo que ello trae aparejado.

Por su parte, Sullivan, Thompson, Wright, Gross y Spader (1980) consideran que “existe un problema social cuando un grupo de influencia es consciente de una condición social que afecta sus valores, y que puede ser remediada mediante una acción colectiva”.

    Las sociedades en conjunto adolecen en la actualidad de una pérdida identificatoria, en lo cultural, y también de los valores esenciales, sin los cuales el ser humano ingresa a una etapa de regresión hacia su estado de primate.

Más allá del avance indiscutido que otorga la tecnología, es obvio que hay otros aspectos mucho más importantes. La tecnología avanza mientras el hombre retrocede. Es una especie de termómetro con el cual se mide la escala de valores.

    Los autores mencionados anteriormente, especifican los elementos que incorporan a su definición del modo siguiente:

a) Para que una condición sea definida como problema social debe ser considerada como injusta por un grupo, y dicho grupo debe tener influencia social, es decir, debe tener un impacto significativo dentro del debate público o en la política social a nivel de un colectivo mayoritario.

b) Sólo se considera la existencia de un problema social si existe conciencia de que la condición indeseable que se denuncia es efectivamente un problema.

 c) Esa condición debe afectar negativamente los valores.

 d) Para considerar el problema como social debe darse la posibilidad de que el problema sea remediado por la acción colectiva, de lo contrario corre el riesgo de ir en contra de los  valores colectivos, pero no  llegar a ser un problema social.

    Tras la pérdida existencial de valores, surgen (o resurgen) aspectos vinculados con los procesos de violencia. En otras áreas la sociedad muestra y demuestra sus bemoles y su constante desvalorización.

 Así tenemos a grupos de personas viviendo y conviviendo en estado de marginación casi completa en algunos casos, y completa en otros.  

    Dentro de este escenario, encontramos a niños, mujeres y adultos mayores que conforman, cada grupo, escalones de esa pirámide, teniendo asimismo a personas discapacitadas, con un importante grado de vulnerabilidad que les hace permeables en torno a los diversos esquemas violentos que gravitan en áreas sociales, haciéndoles trasponer esa frontera, ingresándolos a la marginación.

    Con ello apreciamos la violencia utilizada si se quiere de modo implícito por el conjunto social, que no se torna totalmente masificada, pero que ejerce sobre estos seres una fuerte presión que les hace sentir inferiores.

Es por lo tanto, una clase de violencia psíquica que muchas veces en el seno del hogar llega a transformarse en física.

    A este respecto es importante precisar el hecho de que un ser sometido a fuertes presiones psíquicas, por naturalidad debe canalizar esa presión. Si no lo hiciese, posiblemente el acumulativo de presión lo conduciría a problemas de orden clínico, no pudiendo procesar adecuadamente esa carga enorme que puede representar en este caso, el sentirse marginado por sus semejantes, y por consiguiente, desplazado a un puesto o lugar inferior.

    En el caso especifico de la mujer golpeada o violentada, no cabe duda, que la misma se pueda sentir marginada, menoscabada al no poder ejercer plenamente sus derechos  y  respetada. Es víctima de sociedades porcentualmente machistas, que obvian su rol, pero esta situación puede ser revertida.

    El hecho se convirtió sin duda alguna, en un férreo y por demás complejo problema, ya que al consolidarse dentro de la sociedad, no permitió oportunamente el buen desenvolvimiento social de la mujer. Ésta a su vez, fue la artífice y creadora de ello al criar a sus hijos varones a semejanza de su padre, continuando de esta forma un modo de pensar y actuar de su progenitor cerrado y absoluto. El machismo como tal, está basado y concentrado en el modelo específico de arbitrariedad, que lleva implícitamente dentro suyo una fuerte carga de violencia, que se hace presente cuando la mujer trata de rebelarse, o tan solo de dar su opinión, y colisiona con el actuar del hombre que impone su pensamiento y por consiguiente su accionar en desprestigio contundente y enérgico hacia la mujer.

    Es cierto que se trabaja en varios frentes a fin de hacer sociedades más justas y equitativas. También es cierto que existen numerosas barreras aún para llegar a ese fin.

    Esta, lamentablemente se consustancia cada vez más, perdiendo o haciendo perder la posibilidad de reestructurar todo el componente esquemático. El temor en sí mismo, constituye un factor coadyuvante para el desmembramiento a que estamos sometidos. Con él se perjudica indudablemente a los seres que son más vulnerables. Vemos que un ser temeroso, es un ser inestable en cuanto a su comportamiento, pudiendo tener altos y bajos en los cuales aparece el factor violencia.

Ciertamente que frente a un estado de violencia, existen  factores que lo producen.

 Las personas eligen una determinada acción, y rechazan otras. Es decir, nos hallamos frente al factor direccional de una acción concreta y determinada. El individuo persiste en esa acción durante cierto tiempo más o menos extenso, que  harán más dura su existencia, tanto individual como socialmente. A esta característica de la conducta se le denomina factor de persistencia.

La actitud que el YO toma frente a la determinación de la conducta, factor de decisión, el control y alcance de las acciones y los pensamientos, influidos tanto unos como otros por motivaciones subyacentes.

 Este interjuego que da como resultado distintos tipos de comportamientos sociales, incluye en su génesis por una parte los motivos inconscientes que forman un sistema unificado y organizado y por otra, los tres factores ya mencionados.

    Las acciones del hombre se guían por el hilo conductor del conocimiento, esto es a través de lo que pensamos, creemos y vemos. Por lo tanto, al educarnos insuficiente y erróneamente, nos comportaremos de igual modo.

Las sociedades occidentales actualmente brindan un contexto de desconocimiento y de profunda crisis organizativa, que hace tambalear el comportamiento humano, desequilibrando evidentemente las bases estructurales desde las cuales se plasma el modelo social respectivo.

    En el momento en que nos interrogamos el por qué hemos asumido determinado comportamiento (en este caso el violentarnos frente a la sociedad, frente a nuestra familia), estamos penetrando en el contexto de las motivaciones, que son las fuerzas que empujan hacia la acción, tal como las que se encuentran comprendidas en el concepto de desear o temer.

    Deseamos el poder porque supone un esfuerzo y un tiempo para alcanzar una meta. Se trata de una operación concreta, fuertemente motivada hacia aspectos sociales específicos. En ese esfuerzo se pone una importante cuota de nosotros mismos, a tal punto que es quizás el motivo de nuestra existencia. Sin embargo, puede resultar que el sistema social nos dé literalmente la espalda, y todo ese esfuerzo quede reducido o anulado, con lo cual se pasa al estado depresivo, desde el cual también se crean factores de riesgo que pueden conllevar a estados violentos.

    La negación a alcanzar lo deseado, expone de manera contundente al ser humano a violentarse severamente.

Primero, se hunde en la depresión y luego estalla. Ambos estadios en muchos casos van aunados. Reflejan las carencias yacentes en la escala social. Así como tememos no llegar a cierta meta, de igual modo tememos perderlo todo.

    Si trasladamos esto a nivel de la pareja, se nos presenta que por miedo o temor a “perderla”, en el caso del hombre, se opta por la conducta lesiva. Volvemos a encontrarnos ante un interjuego que produce cuantitativamente un gran daño. Ingresando en el área de la pareja, observamos que al mantenerla bajo dicho sometimiento, se le induce no solo a la pérdida de la libertad, sino también se le condena a procesos claramente distorsionantes, con severos perjuicios a nivel de la salud, ya que ese escenario violento y de conmoción, sume a la víctima en parámetros conducentes al estrés.

    La sociedad recién está despertando a esta realidad, pero está muy lejos de poder reparar esa fisura. Personalmente creo que se está agrandando cada vez en mayor porcentaje.

    La conducta es siempre motivada y motivante.

 Según algunos psicólogos, el hombre no es un muñeco de goma que grita cuando se le aprieta. Reacciona ante los estímulos externos de acuerdo con su propia formación biológica, su comportamiento anterior, y el estado particular –aquí y ahora- de sus procesos internos. Sin embargo, a nivel social ésto no se cumple, ya que en muchos casos se lo trata precisamente como meros muñecos decorativos, al partir de una base personal donde se aprecia y contempla a la sociedad en su conjunto como un gran escenario.

    Vayamos a este punto. En infinidad de ocasiones, las víctimas de violencia doméstica y/o de género, gritan frenéticamente y la sociedad hace oídos sordos, o de manera más ejemplarizante, mira a los costados, en clara demostración de importarle poco, por no decir nada. El vacío socio – cultural está generado, y aunque como expresé oportunamente, se esté trabajando inconmensurablemente por dar un alivio a tanta violencia, resta mucho por hacer en una sociedad (genéricamente) con profundos bemoles, y por supuesto con enormes carencias.

    No cabe duda de que dicho vacío está consustanciado con la indiferencia aludida. El ser indiferente reduce la posibilidad de conciencia frente a dicha problemática, y por consiguiente no se logra el objetivo de allanar el camino en busca de las herramientas necesarias. Se nota de manera notoria la indiferencia a este respecto en todos los estratos sociales, porque como bien sabemos, la violencia doméstica y/o de género, no es exclusiva de un estrato social, y por consiguiente, tampoco lo es la indiferencia.

    Si no fuésemos indiferentes a ciertos parámetros que nos rodean, muchas cosas cambiarían, o al menos se atenuarían dando un respiro a toda esa carga que nos agobia. Ello a simple vista puede resultar muy simple. Es decir, al darnos cuenta de lo que sucede a nuestro derredor, nos convertiríamos en co-protagonistas y no en meros espectadores que vemos una tétrica obra teatral sin integrarnos o participar.

    Al hacer esto ya no estaríamos en el rol de pasivos, sino que con esta acción estaríamos ayudando a crear conciencia frente a un tema latente. Es cierto que en los medios de comunicación a nivel mundial, existen campañas donde se denuncia a la violencia doméstica y/o de género, pero ¿cuántos de nosotros le hacemos caso? Seguramente lo vemos como un comercial más, y muy pocas veces nos detenemos a pensar que muy posiblemente en nuestro hogar, nosotros mismos seamos víctimas.

    Por lo tanto, deberíamos prestar mayor atención a cualquier acción asimétrica a los parámetros recurrentes a la violencia, y poner en actividad nuestro rol social. Más adelante veremos ciertas nociones que posee el rol en sus diversos parámetros. Pero aquí debo decir que todos tenemos asignado de una u otra manera un rol. La cuestión fundamental es saberlo ejercer. Poner dentro de estas sociedades con profundos bemoles, nuestro granito de arena. No quedarnos sentados en nuestras casas viendo, atónitos, casos de violencia.

    No olvidemos la hipótesis anteriormente expuesta de que nosotros seamos víctimas, y por diversas circunstancias, no nos demos cuenta. Creemos, como en tantas cosas, que somos inmunes. “A mí eso no me sucederá” pensamos y estamos viviendo una situación extrema. La sociedad con sus bemoles nos tapa los ojos, dentro de nuestro hogar. Estamos muy ocupados pensando en cosas frívolas a las que nos inducen los medios de comunicación, la sociedad de consumo, etc.

    Se nos hace vivir en un mundo irreal, ficticio por momentos, donde nos puede importar más lo que le sucede a alguien de la farándula que no conocemos, que lo que le  sucede a un pariente, vecino o a nosotros mismos. La carencia personal en este sentido es enorme. Es decir, el sentido de observación muchas veces queda anulado, y es así que no percibimos lo que sucede en nuestro derredor. Estamos sumidos en una especie de letargo producido por el mismo conjunto social, el cual a su vez también está en dicho estado.

    Muchas veces a nivel individual ello se da a fin de auto aislarnos frente a problemas de gran peso, como son sin duda la violencia doméstica y/o de género. Si ésta se encuentra en nuestro hogar, tratamos de negarla, de que todo parezca normal, cuando en realidad no lo es. Mostramos a los de afuera, que nuestro núcleo familiar se encuentra sano, que no adolece de dicha enfermedad, y al final nosotros mismos terminamos convencidos de que está todo bien. Como dije anteriormente, “A mí esto no me sucede.”

    En torno a esta negación, obsecuentemente no nos permitimos abrir a los demás, y ello hace evidentemente que desconozcan nuestra realidad, por lo que estamos pasando. Es un proceso desde el cual se alimentan los prejuicios sociales. Las víctimas deben hacerse sentir, y no hundirse en el aislamiento. Queda bien en claro que al quedarse así, en silencio, hacen más transitable el campo a los victimarios quienes se proclaman vencedores de una batalla cobarde y donde ellos tienen que ser los vencidos.

    Debo señalar que muchos victimarios poseen de hecho dos personalidades, dos modos de ser y de presentarse y comportarse tanto en sociedad como dentro del núcleo familiar. Ello los hace invisibles, por decirlo de alguna manera, frente a sus semejantes. No debemos comparar esto con las personas que sufren clínicamente de bipolaridad, una severa enfermedad que se traduce en severos trastornos neurológicos, consistentes en la inestabilidad emocional del ser.

    Lo que sí debo expresar, es que el victimario, por la simple razón de esconder el modo violento de ser, de manera automática opta por generar una doble personalidad, que es en definitiva la que muestra en sociedad. Por lo general son simpáticos, amables, y hasta cordiales con su pareja, o con quien en el hogar ejerce el poder de sometimiento.

    En varias ocasiones hemos visto en los informativos, dramas pasionales (usando un término policial) en donde al entrevistar a algún vecino, éste afirma que la pareja se llevaba bien, que él es muy amable con todos, etc. El individuo escondía detrás de un rostro social falso, su propio rostro que contrasta evidentemente con el anterior.

    Puede surgir una pregunta, una duda que puede resultar o no trascendente: ¿Cuál de las dos personalidades es la verdadera? Para obtener una posible respuesta, debemos retrotraernos a la infancia del individuo, saber si en ese período tuvo algún trauma generado desde luego dentro del núcleo familiar, tal como hemos visto anteriormente, o simplemente es así por desórdenes propios, que pueden tener su fuente de generación en problemas diarios, en el trabajo, en el acontecer rutinario, en el orden económico al ver que el dinero no alcanza y que todo literalmente se le viene encima. Es entonces cuando estalla.

    Pese a que este argumento es convincente, ya que lo vivimos todos, quiérase o no, personalmente me inclino por el primero dada su hegemonía desde el punto de vista psicológico y con raíces en el entorno de la antropología, desde donde se vislumbran aspectos inherentes al comportamiento familiar, y de allí su proyección en su existencia. Brinda por consiguiente, un campo más amplio para contextualizar el análisis.

    Es cierto también el enorme peso que actualmente ejerce el segundo esquema, principalmente en las sociedades subdesarrolladas, y aún en aquellas del “Primer Mundo” pero con altos porcentajes de personas que se desenvuelven en el plano laboral, sin mayores retribuciones que las obtenidas en el día a día. Muchas veces no consiguen trabajar, lo cual plantea el problema económico, y ello protagoniza o pone en un primer plano, procesos constantes de angustia y ansiedad que se diversifican en alteraciones por demás violentas.

    A la vez, ello determina un patrón de comportamiento que se expande dentro del núcleo familiar. Apreciemos este esquema de la manera más simple, situándonos en la escenificación siguiente, tomando como base una familia tipo compuesta por cuatro miembros: matrimonio (o pareja) y dos hijos. La cabeza principal, (padre, marido) debe hacer frente a la manutención lógica del núcleo, a través de lo que gana en el trabajo que, como bien sabemos, muchas veces son dos empleos que en muchos casos son mal retribuidos, económicamente hablando, desde luego.

    Pese al esfuerzo, no logra o se le hace muy difícil llegar a fin de mes, y día tras día en el empleo o trabajo, se enfrenta con diversos problemas relacionales entre sus compañeros, jefe o empleados, además de otros episodios que a lo largo de la jornada le hacen entrar en un proceso de irritabilidad, que en el trabajo no puede canalizar adecuadamente.

    Por su parte, la mujer hace malabares tanto en el área económica, como en el cuidado del hogar. Ella trabaja también y con ello se cambió el modelo esquemático que se había predefinido en décadas anteriores, donde ella se ocupaba solo de los quehaceres domésticos. El peso o la carga resulta doble, manteniendo un fuerte estrés.

    Así ambos componentes familiares, en el momento de juntarse en el hogar, provocan y efectivizan una fuerte descarga, usando para ello el juego de las mutuas acusaciones por cuestiones insignificantes, que sirven de pretexto para desarrollar la referida descarga. Si esta se hace más densa, se promueven situaciones extremas, a tal grado de convertirse en algo insoportable. La relación ingresa por el camino del desgaste. Estamos en presencia de una bola de nieve, que crece a un ritmo que por supuesto no es genérico, ya que cada pareja maneja la situación conflictiva según sus propios tiempos, y su forma de ser.

    Los tiempos de una pareja son muy relativos a la de otra pareja, ya que evidentemente estos se manejan según la conformación de la misma, variando de hecho los mismos. Al conformar (valga la reiteración) una pareja, se está dando un paso importante en la consolidación de vínculos preestablecidos por la propia sociedad. Vínculos de relacionamiento muy estrechos se aúnan de manera estrecha.

    Convengamos que todo ser humano posee su propio tiempo, a través del cual va desarrollando su vida desde la perspectiva social. Cuando dos seres llegan a entablar una relación determinante, deberían mantener el equilibrio necesario para regular sus tiempos. Ello se enmarca o contextualiza como respeto, como si fuese un límite. Si se viola ese límite, se bordea literalmente el abismo.

    Dentro de los bemoles que posee la sociedad, al menos la occidental, está precisamente el no mantener o respetar el linchamiento interpuesto por la misma, dentro de una pareja. Es decir, con el desgaste de sus tiempos se desgasta la misma, se borra su tiempo, se borra su respeto y pasa decididamente al desequilibrio emocional, desde el cual se pierde el nivel de contención necesario, observándose ante ello claro está cuadros violentos, que de no poner freno en un determinado momento, se convierten en otra bola de nieve de imprevisibles consecuencias.

    Evidentemente que los vínculos se deshacen, quedando anulados si no se toma una decisión o medida que haga revertir esto en su debido tiempo, valga lo paradojal de esto. Es así que sentimos un desmoronamiento dentro de nosotros que nos hace caer en la profundidad de la crisis. Muchas veces, (y cada vez más lamentablemente) ese estado termina siendo el precursor de la violencia, dentro y fuera de la pareja, como así también dentro y fuera del núcleo familiar.

    En términos porcentuales y reales, se le asigna mayor relevancia al hombre como individuo golpeador, y provocador de situaciones recurrentes con la violencia ejercida dentro y fuera del hogar. De ello no cabe duda. Es sabido que esta tiene diversos procesos para ser aplicada: física, psíquica, sexual, de amedentramiento, y sus respectivas derivaciones que más adelante señalaré y ahondaré.

    Pero hay que tener en cuenta que la mujer también presenta cuadros violentos, especialmente sobre sus hijos o quien tenga bajo su tutela, y que se encuentren dentro de la línea de la vulnerabilidad, esgrimiendo contra estos una fuerza fuera de todo control racional. Muy posiblemente nos impacta más ver a una mujer golpeadora, que a un hombre, lo cual obedece a que tenemos y mantenemos el concepto de que la mujer es un ser inferior, delicado por naturaleza, y por lo tanto, resulta asombroso que ella se transforme en victimaria.

    Ella, al igual que él tiene su límite, traspasado el mismo todo se puede dar. Todo se torna imprevisible cuando un ser está ante un abismo. Encuentra en el poder de la violencia una válvula de escape a lo que tiene adentro. Comparativamente es como quien realiza algún deporte extremo, y está cargado de adrenalina. Debe equilibrar su metabolismo, y lo hace en este caso efectivamente en forma completamente errada. Lógicamente que en cualquier proceso de violencia, son varios (demasiados) los errores que paulatinamente se cometen, se perpretan en contra de la victima, e incluso contra el propio victimario.

    Sé perfectamente que este ejemplo está mal dado. Pero a lo que voy es a lo siguiente. En situaciones límites, el cuerpo humano como bien sabemos, produce demasiada sustancia química, demasiada adrenalina. La angustia, el estrés son causas propicias para ello, y al no poderla canalizar debidamente, su acumulación hace que a la mínima se llegue a un desborde y estalle. Ese estallido lo veremos más adelante, en sus diferentes estados y escenarios, pues indudablemente que para ello se construyen escenarios, se deben dar las pautas o condiciones necesarias.

    Podemos decir entonces, que dentro de los bemoles que aqueja a la sociedad en su conjunto, está el hecho de no tener fuerza suficiente para frenar esos estadios individuales de estallidos violentos, que se generan por los factores esgrimidos hasta ahora en el presente trabajo. Como consecuencia de estar insertos en sociedades primordialmente machistas, el hombre juega el rol preponderante a la hora de ingresar en el área específica de la violencia doméstica y/o de género.

    Sergio Sinay, desde su artículo “Muchas manos detrás de un puño”, hace referencia al tema viendo o apreciando que existen como he señalado personalmente, varios hechos que se concatenan a la hora de engendrar la violencia en un hombre. El modelo masculino aún vigente, predispone al varón a realizar actos o acciones violentas y atentatorias contra sus semejantes.

    Sinay indica que “cada vez que un hombre golpea a una mujer se juegan tres historias simultáneas y convergentes: una personal (la de ese hombre), otra vincular (la de ese hombre y esa mujer) y otra social (la de un modelo masculino culturalmente transmitido, estimulado, aprobado e impuesto). Las dos primeras son tan variables e intransferibles como sus eventuales protagonistas y suele ser mucho más fácil juzgar que entender. De la tercera variable, la sociedad no deberá desentenderse.”

    Más adelante, Sinay se pregunta “¿Dónde quedan aquellas emociones y sentimientos que no está "autorizado" a registrar y expresar sin riesgo de perder masculinidad?” dando como respuesta que “se esconden lejos de la conciencia y se transforman en síntomas (infartos, gastritis, accidentes, depresiones, estrés emocional variado) o en actos. Entre estos actos se cuentan los violentos. La pobreza de su "vocabulario" emocional convierte al varón en alguien débil y afectivamente dependiente.”

    Es esa dependencia su aliada en parte, ya que a través de ella convence a su víctima de que no lo deje, que no se aparte de él, y así logra mantener el liderazgo o poder dentro del núcleo familiar, desarrollando todo el espectro que venimos presentando. Esa afectividad es una importante herramienta que se aplica con el propósito señalado. No hay que olvidar asimismo, que muchos hombres golpeadores provienen de hogares conflictuales, carentes de dichos sentimientos lo que redunda en serias confrontaciones.

    Este punto me permite abordar aunque sea muy brevemente, la violencia doméstica ejercida contra los hombres, abriendo de manera evidente un paréntesis dentro del esquema relativo a este capítulo. Los hombres sufren, como cualquier ser, procesos violentos que no solamente se proyectan desde lo señalado líneas arriba, pues incluso hay hechos registrados donde se muestran y demuestran actos de violencia física. Solo el simple hecho de que una mujer le dé una bofetada, ya constituye ese acto de violencia.

    Pero además y como bien sabemos, también está la violencia psicológica, que en este caso la observamos, por ejemplo, cuando la esposa o pareja no le permite ver al o a los hijos. Esto se da muchas veces por despecho y por maldad, que es en todas las facetas de esta temática, uno de los componentes centralizadores.

    Generalmente las personas creen que sólo las mujeres, los niños y los ancianos son víctimas de la violencia doméstica, dado su rango de vulnerabilidad, como estamos apreciando. De hecho, los hombres también sufren a manos de las mujeres debido a la violencia no solamente psicológica sino también física, aunque raras veces ellos reportan este abuso. Se sienten abochornados y no quieren admitir que han sido víctimas de una mujer. Piensan que probablemente no les crean o se burlen de ellos, actitudes que son más frecuentes en el caso de los hombres abusados que en el de las mujeres abusadas.

    El hecho de que los hombres también sufren violencia a manos de las mujeres, aunque parezca ridículo y risible para algunos, no se puede negar. Se han conocido y registrado a nivel penal, varios casos de hombres que fueron físicamente atacados por su novia o esposa, y cuando trataron de defenderse fueron acusados de violencia doméstica y en algunos casos, hasta encarcelados.

    Nos situamos nuevamente dentro del núcleo familiar, a fin de observar que sea por la cuestión que sea, los cuadros de violencia familiar y/o de género, se dan o estallan a partir de conflictos que se convierten en los hilos conductores hacia ella, especialmente en la actualidad.

    Como hemos visto ese simple hecho, visto desde luego a la distancia, se convierte en la chispa que enciende la mecha y que se hace problemático poder apagar. Si bien determinadas situaciones se vienen dando desde tiempo atrás, un cierto conflicto resulta fundamental para el desenvolvimiento de sentimientos que hacen proclive la violencia.

    Dentro de un grupo humano, tenemos una multiplicidad de procesos que son aspectos permanentes de la vida grupal, es decir, de la dinámica grupal sea ésta del orden social o familiar. Dichos procesos se dan en la interacción, en el movimiento y en el

 conflicto.

    En general se puede sostener que todas las actividades, es decir las conductas de los individuos, tienen efectos que corresponden a las necesidades de la estructura del grupo que deben ser satisfechas. Esto supone que las actividades que se lleven a cabo, son vitales para el grupo. Cuando me refiero a él, estoy aludiendo evidentemente a la familia.

    Las actividades que se realizan son vitales para el grupo. La no realización de las mismas, significa desde la perspectiva sociológica, la enfermedad o desintegración grupal. Hay que tener en cuenta los dos aspectos fundamentales de toda interacción social y/o grupal:

 

a)      La Cooperación y

b)      El Conflicto

 

    Debemos tener en cuenta de que todo es dialéctico, nada es permanente, todo se mueve, todo se transforma, siendo fundamental el concepto de cambio. Todo cambio conlleva a los dos niveles de conflicto. Es decir, pacífico y no pacífico. Los conflictos pueden darse en forma ordenada como negociación o intercambio. Sin embargo, se puede dar a la inversa,  alterando el orden de la conducta que se desordena. Su resolución puede llevar a reacomodamientos y reajustes o bien, a un proceso de discontinuidad, o transformación total de las propias estructuras.

    El conflicto es la colisión o contraposición de intereses. Siempre que haya cambio aparecerán nuevas motivaciones y aspiraciones que pueden colisionar o no. En este caso específicamente, el cambio aparece en el momento de enfrentamiento, de colisión, ya que en términos generales nunca se podría pensar que esa persona que tenemos a nuestro lado, se convertiría en un ser con una fuerte carga de violencia. Se evidencia dentro de la (o las) víctimas, una tremenda colisión, haciéndose sentir profundamente en los cimientos, en las raíces, bien en la pareja, o bien dentro del núcleo familiar.

    La motivación al cambio surge como resultado de la sintomatología violenta. Las víctimas de estos procesos, deben tomar una decisión real en breve tiempo, antes de que se finiquite esa posibilidad. Evidentemente que un muy reducido porcentaje lo hace, no solo a causa del temor a la represalia sino porque aún hoy, muchos seres no se dan cuenta de que están representando ese rol frente a sus amistades, o frente al conjunto social. Vale decir, el rol de víctimas en sociedades equidistantes de una fuerte realidad, no asumida por cierto.

    Si todos asumiésemos de manera cierta el duro proceso por el cual están transitando muchas personas, no solo víctimas de violencia doméstica, sino quienes se encuentran marginadas por diversos motivos, sin lugar a dudas que se lograría un cambio significativo y profundo, revirtiéndose el concepto que estoy manejando en este capítulo, sobre los bemoles latentes a nivel social.

    El hecho de no darse cuenta, como lo expresé anteriormente, se puede dar por el concepto de negación atribuible a que con ello se crea una coraza que, supuestamente, actúa como sostén de auto ayuda, y de esa forma se va paliando ficticiamente el problema. Dicho de otro modo, se agrega al diario vivir como forma natural, pues lamentablemente vemos muchas veces cómo los episodios de violencia doméstica, pasan a formar y conformar el escenario de la víctima, haciendo de él algo común.

    Los enfrentamientos son moneda corriente dentro de un estado de violencia. Para el victimario constituye la fuente desde la cual arremete y somete a su víctima. Estos, los enfrentamientos, tienen como base cualquier nivel de conflicto, ya que todo es “bueno” para incursionar en los estados referidos.

    Muy posiblemente deberíamos encuadrar los enfrentamientos, como una especie de droga, ya que en estados extremos a victimario se le hace necesario mantener dichos cuadros.Resulta por demás interesante ingresar literalmente en esos seres, apreciando su comportamiento inflexible.

    Quiero redondear lo siguiente, en cuanto a los motivos que se dan antes de un enfrentamiento. Por supuesto que hay numerosos, pero todos tienen un punto en común a la hora del estallido emocional. Vuelvo entonces a referirme al conflicto, como base de lanzamiento del proceso, o como campo fértil y propicio para ello.

    Los conflictos se pueden clasificar de múltiples formas, ya sea teniendo en cuenta el volumen de la unidad social, o grupo dentro del cual el conflicto existe, y los antagonismos entre roles individuales y grupales. Las principales especies de conflicto las encontramos en conflicto de roles, de supraordinados (los que mandan) y subordinados (los que obedecen) teniendo siempre presente el enfoque hacia la problemática tratada. También se dan en mayorías y minorías, y conductas calificadas como desviadas de la norma grupal establecida.

    Es precisamente en torno al antagonismo existente entre roles individuales, donde eclosiona el conflicto y sus consecuentes derivaciones, pautando el inicio de la problemática. Tenemos pues tres factores conducentes: conflicto, enfrentamiento y desenlace. Es en este último donde se percibe a nivel social y extra familiarmente, el peso o dimensión de la problemática.

    Pese a que actualmente tenemos conocimiento de todo ello, nos falta tener conciencia de lo que ocurre tanto fuera como dentro mismo de nuestro núcleo familiar. Si bien es cierto como lo señalé oportunamente, que los medios de comunicación se ocupan cada vez más sobre el tema, debemos tener presente que a quien sufre violencia doméstica, muchas veces no se le permite acceder a la información. Esta medida la toma el victimario con el claro propósito de configurar su aislamiento, teniendo así un importante elemento de presión y coerción sobre la víctima.

    Obviamente, no dije que afortunadamente cada vez son más los medios de prensa que se ocupan de la referida problemática. Ello nos muestra  algo tan evidente como que si no se registraran casos no se generaría la respectiva información. Es decir, en términos simples y sencillos, no habría extremos de violencia doméstica.

    Por otra parte, al informarse de ello se brinda la posibilidad de que el genérico social, pueda acercarse al problema y llegar a tomar conciencia, si así lo desea claro, y no dar vuelta la cara o hacer oídos sordos a quien reclama por su vida. Se hace con ello poner sobre el tapete una partícula del problema, quedando áreas sin ser exploradas, y por consiguiente, sin ser conocidas a fondo.

    La víctima, al quedar en aislamiento rotundo, carece de fuerza para hacerse oír, y cuando ello sucede obedece a que alguien cercano a su entorno se percató de ello, sacándole de ese agujero en el cual yacía. Dicho aislamiento pasa también por el orden cultural, ya que lenta y paulatinamente se la somete a una desculturización social, para imponerle la cultura predispuesta por los patrones correspondientes al sometimiento.

     Evidentemente que el sometimiento abarca varias áreas. No es solo castigos corporales, sino que esto pasa por el autoritarismo psicológico mediante el cual se denigra y menoscaba a la víctima, transformándola en un ente que solo razona según lo que el victimario le deje consumir, y a la vez, ve lo que se le deja ver. Por lo tanto, puede resultar trabajoso extraer a la víctima de ese agujero.

    La víctima suele llegar a verse inferior, que es en definitiva lo que el victimario quiere, con el propósito de sobresalir. Así, apreciamos que por lo general éste se encuentra en inferiores condiciones que sus semejantes, y trata por ese medio despótico de sentirse superior. Lógicamente, ello es ficticio y permitido.

    Obviamente que estamos ante la presencia de flagrantes violaciones a los derechos humanos, que la mayoría de las sociedades pasa por alto, o en el mejor de los casos, permite entrever como expresé anteriormente, solo una partícula del vasto y amplio problema. La sociedad solo interviene cuando el problema toma aristas peligrosas, cuando se está al borde mismo del abismo. Antes no. Actúa de un modo muy tímido, demasiado tímido, convirtiéndose así sin querer o sin percibir ello, en cómplice del victimario.

    El conjunto social sabe y conoce desde hace unas décadas esta violación a los derechos humanos, pero solo optó por estructurar mecanismos jurídicos como veremos más adelante, que tratan básicamente de frenar el avance significativo de este flagelo. Sin embargo, desde el punto terapéutico muy escasos avances han tenido resultados positivos, si tomamos la problemática aludida como una enfermedad.

    Es a través de dichos mecanismos, que se pretende alejar y desalentar a los victimarios a que sigan en su actitud de sometimiento de otros. Pero resulta muy costoso obtener ese resultado, por cuanto se debería aplicar una terapia acorde con el problema. Desde luego, ningún victimario acepta dicho rol, ya que de hacerlo estaría asumiendo algo trágico, poniéndose en evidencia y perdiendo toda posibilidad de continuar ejerciendo presión en su entorno.

    Los roles, socialmente hablando, tienen su importancia. Contienen elementos de peso dentro de la arquitectura social. Cada uno de nosotros tenemos asignado un rol (de hijo, de padre, de esposa, de profesor, de estudiante, etc.) que nos hace sentir útiles para desplegar dentro del conjunto o medio social. Su importancia surge fundamentalmente, por ser un concepto que se podría denominar bisagra, articulador entre la sociedad y el individuo, entre la cultura y la personalidad, entre el grupo y el integrante.

    Por lo tanto, debemos entender el rol como un concepto articulador que une dos polos: el mundo externo y el mundo interno. Permite, de hecho, mantener y consolidar una relación óptima con nuestros semejantes. El primero en sus dimensiones sociales, culturales, institucionales. El segundo, en todo lo que hace nuestra constitución e historia como sujetos. Cada rol puede ser desempeñado por muchas personas. Es así que hablamos de la conducta de rol.

    Evidentemente, los roles son conductas. Son funciones sociales asignadas de acuerdo a lo que somos, vale decir, a patrones otorgados por la misma sociedad. Estamos sujetos a lo que delimita la sociedad, pero especialmente al núcleo familiar.

    Por otro lado, hay un modelo, una categorización que nosotros hacemos de aquellos que ocupan una posición, de cual es la conducta adecuada a la misma. Para ejemplificar aún más esto, digo que cuando se forma una pareja, y por consiguiente una familia, se establecen categorizaciones de lo que debe hacer cada integrante. Así cada cual se ubica automáticamente en la situación (rol) que le corresponde. Por lo tanto, el rol no es una noción aislada, sino que está en reciprocidad, complementándose con otro rol. Es una función social interdependiente.

    El desconocer los roles dentro de la pareja, deriva de manera paulatina en el desgaste y descomposición de la misma, con las previsiones ya sabidas y expuestas. Si no se toman pautas puntuales ello es un hecho. Pasa por un disentimiento que se focaliza en  torno a la pareja, provocando diversidad de crisis, teniendo como principio los roles propiamente dichos.

    La licenciada Silvina Mazzai desde su artículo “Crisis en la pareja por desconocimiento de roles”, maneja el tema de manera sencilla pero concreta, haciendo en un comienzo una face introductoria.

    “Si observamos este tema desde el punto de vista de la educación recibida”-comienza diciendo- “o vamos a entender mejor: Desde los primeros años a las mujeres nos enseñan a permanecer ligadas al mundo de la madre, al mundo de los afectos, pues una de las principales tareas que se nos van a exigir luego es la de ser "cuidadoras emocionales" de nuestro núcleo familiar.” Se educa pues a la mujer bajo la égida del machismo prevalene a lo largo de la historia, y que evidentemente se fue dando como formación paternalista, ya que se vive de hecho en un estado de esa característica, impuesto por la misma mujer, quizás por el mismo temor emitido por el hombre.

   “En el caso del hombre es todo lo contrario” -prosigue la Lic. Mazzai- “El proceso de separación de la madre (su individuación) está íntimamente relacionado con el desarrollo de la masculinidad. A ellos se los estimula en la independencia y la autonomía. Se los anima a explorar el mundo, a salir. Desde niños se los potencia para que sean capaces de actuar y dominar el mundo exterior a la familia, a costa de reprimir sus afectos y sentimientos. A nosotras nos enseñan que, lo que consigamos, no va a ser tanto por mérito propio, sino como consecuencia de desarrollar nuestras capacidades por el camino de los afectos, la seducción y de lograr la mediación entre los seres queridos. Nuestra tarea es unir.”

    Más adelante, la Lic. Mazzai señala que “Los términos Hombre - Mujer, desde el punto de vista sexual o femenino - masculino, desde el punto de vista del rol, pueden convertirse en opuestos irreconciliables o ser dos polos diferentes y complementarios, que sólo con su unión, conforman un todo y sientan las bases para una futura familia. (ejemplo de las manos). El rol define. Somos los seres humanos los que condicionamos, es la interpretación que hacemos de las cosas la que genera el conflicto.”

    A la hora de sintetizar cada rol dentro del contexto de la pareja primero, y del núcleo familiar después, me permito decir que el del hombre es el de conducir a su familia, teniendo en cuenta su rol primitivo, que era el de guiar a su tribu o clan hacia lugares mejores. Es decir, no dominar o someter. Establecer la disciplina, marcar la ley y el orden. No por medio del temor ni del castigo, sino por medio del amor porque sólo a través del amor puede haber justicia en las decisiones. Mostrar al niño el camino hacia el futuro y guiarlo en la solución de los problemas que le plantea la sociedad.

Surgen dos preguntas puntuales a este respecto ¿Cómo ese hombre va a mostrar un camino que no ve? O ¿cómo puede dar soluciones que él no encuentra? De ahí que sea tan importante trabajar en el auto conocimiento. De esta forma va a poder determinar lo que es justo y correcto más allá de que la sociedad lo viva o no. Trabajar para proveer a su familia del techo y del alimento cubriendo así todas sus necesidades básicas. Proteger a sus seres queridos desde las más diversas áreas: físicas, psíquicas, económicas, sociales, y por supuesto culturales. El trabajo es fundamental dentro del plano expuesto, a fin de obtener el resultado esperado, siendo la base del proceso.

    El rol de la mujer, mientras tanto, está pautado: debe brindar a la pareja y al núcleo familiar el sentimiento de calidez. La calidez es ese toque especial y bien femenino que hace que una casa se transforme en un hogar. Preocuparse por la educación intelectual y espiritual de sus hijos. Debe comprender que cada instante es un tiempo de aprendizaje. Que debe mantener sus SI y sus NO, cueste lo que cueste. Proveer a su familia de atención y cuidados. Esto implica siempre una renuncia a sus tiempos y necesidades. Realizar las tareas de la casa con el mayor amor posible. Siendo muy agradecida con la Divinidad por permitirle tener una familia y no estar sola. Preservar la armonía y unión en el hogar y en su pareja. No poner a unos contra otros ni hacer diferencias.

    Como bien sabemos, y como he señalado anteriormente, en la actualidad la mujer pasa muchas horas trabajando fuera de su hogar, mientras que el hombre, como le cuesta más conseguir trabajo, permanece muchas horas dentro de éste. Ante estos casos pueden producirse dos situaciones bien claras, que llegan a fisurar a la pareja llevándola a un enfrentamiento o crisis de roles. A este respecto la Lic. Silvina Mazzai señala o puntualiza desde el referido artículo lo siguiente:

    “Si cada miembro tiene claro su rol” -expresa Mazzai- “vivirán esto como una situación momentánea que molesta pero que cuanto antes será resuelta. Pero si no están claros los lugares se producirán graves conflictos. ¿Por qué? Porque el hombre al estar poco acostumbrado a permanecer en el hogar se sentirá raro, entrará en un estado de inercia, de depresión o en otros casos de algo peor, de comodidad. Entonces la mujer al verse obligada a salir de su casa para hacer frente "sola" a las dificultades que se presenten, comenzará a generar un gran enojo contra ese hombre. Otras en cambio aprovecharán para liberarse de las tareas que nunca quisieron asumir y también para comenzar a mandar dentro del hogar ya que traen la plata.”

    “Se produce entonces la famosa "guerra de los sexos"”–prosigue- “donde siempre existe un "reduccionismo" de uno u otro. Por eso es necesario crear códigos comunes, que nos permitan conocer los pensamientos del otro, para así comprender sus conductas. Si no siempre vamos a estar midiendo o evaluando las cosas bajo un único patrón: el propio.” Y esto nos llevará a juzgar el comportamiento de los demás en forma equivocada. En este mundo manifiesto, que busca afanosamente la perfección, cada uno de nosotros es una pieza única, irrepetible.

    Si pudiésemos internalizar esto no nos pasaríamos la vida tratando de hacer del otro un ser semejante a nosotros. Por ejemplo, expone Mazzai que “el hombre en forma natural cumple la función de proteger y brindar seguridad. Cuando por su ausencia física o mental esta tarea la debe cumplir la mujer, ésta se desgasta. Vemos claramente que cada uno tiene su lugar. Por eso no deben disputarse los espacios.”

    Como conclusión, digo que cada uno debe cumplir su rol en plenitud. Ser hombre o ser mujer con todas las letras. ¿Qué deseo expresar con ello? Esto significa ser física, emocional y mentalmente mujeres; física, emocional y mentalmente hombres. De lo contrario se ingresa en un terreno nada saludable por cierto, ya que actualmente existe un gran desfasaje.

    Vemos o apreciamos que hay cuerpos muy femeninos pero con psiquis frías, competitivas, separatistas, individualistas, que solo aspiran a alcanzar un prestigio personal. Hay cuerpos masculinos con psiquis frágiles, susceptibles, temerosas de enfrentar el mundo, inertes.

    Entonces nos enfrentamos a un profundo y cuantitativo conflicto de roles, por cuanto se quiere ser lo que no es, implantando dentro de la pareja un notorio resquebrajamiento de la misma, y sus posibles consecuencias al no tener el equilibrio emocional necesario.

    La emotividad lleva al hombre a su fracturación definitiva, perdiendo toda su valoración desde la perspectiva social. Es una fuerte carga que lleva encima, depositándola a su vez sobre su pareja provocando enfrentamientos degenerativos en toda su extensión. Asimismo, al no poder trabajar y quedarse en casa, ve menoscabado y devaluado su rol de macho, canalizando éste hacia otras formas menos convencionales y más traumáticas, evidentemente.

    Ello resulta, obviamente, una carencia profunda que la sociedad posee, al no brindar las oportunidades de trabajo respectivo, produciendo y generando conflictos dentro de la psiquis del hombre, haciendo más irritable su conducta y su carácter. El menoscabo y la devaluación de los seres humanos es moneda común dentro de la sociedad actual y de manera especial, la occidental.