3 - Victimas y victimarios; aspectos inherentes

 

En el capítulo anterior efectué un análisis acerca de los bemoles latentes dentro de la sociedad. En lo concerniente a la violencia doméstica y/o de género, se está haciendo lo que se puede. Se instrumentan mecanismos, se aplican herramientas jurídicas de gran peso con el cometido de frenar como dije, este flagelo social que avanza a pasos avasallantes, desmoronando toda la arquitectura socio – cultural. Dentro de ese escenario existen dos actores, o mejor dicho, dos roles protagónicos que van desarrollando todo el drama.

    Es así que tenemos por un lado al victimario, que va construyendo moldes violentos, dando lugar a la víctima. Ya se ha analizado el por qué se crea el rol de victimario. Debo si decir que este tiene bajo el sometimiento del temor a quien escogió como víctima a fin de descargar su ira contra ésta, configurando de manera sincronizada actos de violencia doméstica. Es importante reseñar aquí ciertos parámetros que se dan sobre esas situaciones, y luego abocarnos a los diversos panoramas que se crean a partir de ellos.

    Existen tres clases o tipos de abusos: físico, sexual, y psicológico.

En el primero de los casos, éste se lleva a la práctica o se ejerce mediante la fuerza física en forma de golpes, empujones, patadas y lesiones provocadas con diversos objetos o armas. Puede ser cotidiana o cíclica, en la que se combinan momentos de violencia física con períodos de tranquilidad. En ocasiones suele terminar en suicidio u homicidio. El maltrato físico se detecta por la presencia de magulladuras, heridas, quemaduras, moretones, fracturas, dislocaciones, cortes, pinchazos, lesiones internas, asfixia o ahogamientos.

    En ocasiones este es un preámbulo para ejercer la fase de abuso sexual, el cual dentro de un matrimonio no constituye delito, por lo cual  es difícil de demostrar, a menos que vaya acompañado por lesiones físicas. Se produce cuando la pareja fuerza al otro a mantener relaciones sexuales o le obliga a realizar conductas sexuales en contra de su voluntad. Los principales malos tratos sexuales son las violaciones vaginales, las violaciones anales y las violaciones bucales. También son frecuentes los tocamientos y las vejaciones, pudiendo llegar hasta la penetración anal y vaginal con la mano, puño u objetos como botellas o palos.

     Que no se respeten debidamente los diversos derechos que cada ser tiene en sociedades civilizadas, es otro de los parámetros que evidencia la problemática. De forma evidente se observa el hecho de que al no respetarlos, se inflinge una seria violación a los principios básicos, y por consiguiente la vigencia real de los derechos humanos caen o se deterioran por el mismo peso de su incumplimiento.

    También pueden las personas sufrir maltratos de orden psicológico, como por ejemplo: desvalorización, insultos de modo amenazador y por consiguiente, agresivos, control, amenaza y aislamiento a la víctima de los seres queridos y amistades, llevándola de hecho a un estado paupérrimo.

    Asimismo, los factores que influyen en el abuso psicológico son muy variados: emocionales, económicos, sociales, etc. La mujer se ve dominada por el varón, quien la humilla en la intimidad y públicamente, limita su libertad de movimiento y dispone de los bienes comunes. Resulta complicado detectar este tipo de abuso, aunque se evidencia a largo plazo en las secuelas psicológicas, cuando muy posiblemente ya sea tarde para encontrar la solución adecuada.

    En este caso la violencia se ejerce mediante insultos, vejaciones, crueldad mental, gritos, desprecio, intolerancia, humillación en público, castigos o amenazas de abandono. Conduce sistemáticamente a profundos y graves cuadros o estados de depresión y, en ocasiones, al suicidio, cuando la situación llega a un punto de dramatización extrema y altamente perturbadora. Queda en claro el hecho que dichas situaciones se convierten en verdaderos dramas.

    Asimismo, el sentimiento de culpabilidad de todo lo que pasa, tanto en el seno del hogar como en el entorno, hace que ello constituya un daño psicológico que deja secuelas profundas, ya que al perpetrarle el sentimiento de culpa se le menoscaba en su faz interior y se le disminuye su auto estima.

    El hecho de apropiación del dinero o de sus bienes, también se encuentra dentro de los parámetros de la violencia doméstica. En este aspecto el ámbito jurídico otorga mayores garantías, ya que el victimario ingresa en el terreno del delito económico, del robo propiamente dicho.

    Pese a ello, y en un lenguaje simple y claro, al no tener documentación de que tal bien inmueble o monetario se encuentra a nombre de la víctima, resulta imposible autenticar la denuncia. Por consiguiente, el victimario pasa a ser impune y con mayor campo de acción, ya que la impunidad le hace engrandecerse frente a su víctima, sea o no pareja. Los propios padres pueden sufrir esta clase de violencia.

    Actualmente nadie está exento de vivir episodios de esta característica. Por otra parte, existe el parámetro por el cual la pareja no asume ninguna de sus responsabilidades familiares, ni en lo económico ni con los hijos.
    Vale decir, al irresponsabilizarse en ambos aspectos se está cometiendo lisa y llanamente dos violaciones contundentes: se les está negando a los hijos un conjunto de medidas que le ayudarán en su formación educacional, privándolos del hecho de tener o poseer una madre o un padre como debe ser. Por otra parte, al no asumir la responsabilidad económica de manutención, se traspasa la frontera de lo legal y de lo estipulado socialmente.

    Ante esto se crea el hecho de incumplimiento explícito, mediante el cual se sumerge a la víctima en un estado de constante angustia y estrés, al ver que su pareja se desinteresa de lo que es el núcleo familiar, tanto social como económicamente. El núcleo familiar como tal se encuentra ya en franco deterioro y por consiguiente, en vías de resquebrajamiento completo. Constantes discusiones y peleas van pautando este conflicto, y cada vez se profundiza más sin lograr el marco imprescindible de diálogo. Al no existir éste, los actores pasan a otro nivel que es la intolerancia. La falta de respeto, las acusaciones mutuas (especialmente de la mujer) irritan al hombre de manera exasperante, alejando la posibilidad de diálogo y acercando cada vez más el escenario violento.

    Constantemente en este trabajo me refiero al núcleo familiar, por ser evidentemente uno de los perjudicados en toda esta cuestión. Me permito seguidamente analizar desde tres niveles al núcleo o grupo familiar, sin pretender en absoluto apartarme del tema. Por el contrario, creo que así puede resultar más amplio el acercamiento.

    Así pues tenemos en el primer nivel lo referente al orden histórico – antropológico, desde el cual se caracteriza la estructura familiar como un sistema de relaciones interpersonales, sometido a una multiplicidad de interrelaciones basadas en aspectos socioeconómicos, culturales, geográficos, ecológicos, políticos, etc. .

    En el primero de los casos, emerge como ámbito de reproducción material de la vida en función de esa reproducción. En el segundo, es decir en lo social, porque de alguna manera determina las relaciones sociales, a partir de las cuales los hombres se asocian y cooperan para la satisfacción de sus necesidades vitales. Esto permita abordar al núcleo familiar en el aquí y ahora, teniendo en cuenta su historia, la formación social en la que se ha constituido, evaluando las funciones y tareas que desde el orden social se le ha adjudicado.

    Estas funciones y tareas determinan la forma y aspectos de esa dinámica grupal familiar, creando la estructura socializadora. Es en este nivel de análisis donde se estudia a la familia como vehículo de las normas y sistemas sociales de representación. Visto desde este ángulo, la familia aparece y se comporta como mediadora entre el sujeto y la sociedad. A la vez, se le puede asociar en un nivel de contención, aunque por lo general el victimario hace caso omiso a las posibles sugerencias que se le formulen, e incluso puede violentarse aún más.

    Una de las herramientas desde la perspectiva jurídica a nivel internacional, lo constituye la Declaración de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, elaborada el 20 de diciembre de 1993, que define este tipo de agresiones "como todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para las mujeres, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como privada".

    Vale decir pues que la mujer maltratada es aquélla mayor de edad que se ve sometida repetidamente a abusos por parte de un varón con el que mantiene o ha mantenido una relación íntima,  sea de hecho o de derecho. Estas agresiones van desde amenazas e insultos verbales hasta golpes y actos homicidas.

    Asimismo, no debemos olvidar a otros seres que sufren violencia domestica y/o de género, sobre quienes me he referido muy sintetizadamente, pero que obviamente la padecen. En este contexto estoy refiriendo a niños, personas ancianas e incluso hombres. Si bien es cierto que sobre estas personas se ejercen diversas formas de amedrentamiento y presión, están o quedan pautadas por el mismo patrón de violencia del autoritarismo.

    En nuestro país,  a fin de paliar en cierta forma la escala de violencia generada a nivel familiar, o mejor dicho por alguno de sus componentes, en este caso el hombre, el legislador promulgó un decreto de fecha 9 de julio del 2002, en el cual se configuró la ley 17.514 sobre violencia doméstica. Hasta ese momento nuestro país se manejaba con normas jurídicas carentes de bases legislativas concretas. Desde hacía unos años, existía la comisaría de la mujer con sustanciales vacíos legales. Por consiguiente, no poseía la herramienta necesaria para hacer frente al universo que se le presentaba, ya que cada caso si bien está encerrado en un común denominador, implica situaciones diversas.

    Dicha ley no solo representa una herramienta, sino que sienta un precedente en la materia, máxime teniendo en cuenta no solo el hecho de ser una sociedad machista, sino porque en el Parlamento hay mayoría de hombres. El legislador al menos tomó conciencia del problema. Sin embargo, en esta ley se omitió el aspecto inherente a la violencia ejercida contra los niños, que el legislador sabiamente subsanó a mediados del 2007 con otro mecanismo legal, que veremos más adelante. Como aporte a este trabajo, me voy a permitir transcribir algunos pasajes de la ley. Así por ejemplo en el Capítulo I, Disposiciones Generales, se expresa:

 “declárense de interés general las actividades orientadas a la prevención, detección temprana, atención y erradicación de la violencia doméstica. Las disposiciones de la presente ley son de orden público.”

    El artículo 2º de esta ley, marca el o los escenarios en los cuales se  llega a efectivizar la violencia doméstica y/o de género señalando textualmente que “constituye violencia doméstica toda acción u omisión, directa o indirecta, que por cualquier medio menoscabe, limitando ilegítimamente el libre ejercicio o goce de los derechos humanos de una persona, causada por otra con la cual tenga o haya tenido una relación de noviazgo o con la cual tenga o haya tenido una relación afectiva basada en la cohabitación y originada por parentesco, por matrimonio o por unión de hecho.”

    En los literales del artículo 3º se expresa que son manifestaciones de violencia doméstica, constituyendo o no delito, las siguientes acciones:

A)

Violencia física. Acción, omisión o patrón de conducta que dañe la integridad corporal de una persona.

B)

Violencia psicológica o emocional. Toda acción u omisión dirigida a perturbar, degradar o controlar la conducta, el comportamiento, las creencias o las decisiones de una persona, mediante la humillación, intimidación, aislamiento o cualquier otro medio que afecte la estabilidad psicológica o emocional.

C)

Violencia sexual. Toda acción que imponga o induzca comportamientos sexuales a una persona mediante el uso de: fuerza, intimidación, coerción, manipulación, amenaza o cualquier otro medio que anule o limite la libertad sexual.

D)

Violencia patrimonial. Toda acción u omisión que con ilegitimidad manifiesta implique daño, pérdida, transformación, sustracción, destrucción, distracción, ocultamiento o retención de bienes, instrumentos de trabajo, documentos o recursos económicos, destinada a coaccionar la autodeterminación de otra persona.

    El articulo octavo de la referida ley, inserto en el CAPÍTULO III Legitimación del Denunciante y llamado a Terceros a Juicio, señala que “cualquier persona que tome conocimiento de un hecho de violencia doméstica, podrá dar noticia al Juez competente en la materia, quien deberá adoptar las medidas que estime pertinentes de acuerdo a lo previsto en esta ley. Siempre que la noticia presente verosimilitud, no le cabrá responsabilidad de tipo alguno a quien la hubiere dado. El Juez, de oficio o a solicitud del Ministerio Público, podrá llamar a terceros al juicio.”

    Un segmento del Capitulo IV denominado Medidas de Protección, señala y dispone lo siguiente haciendo la salvedad de que, por su extensión no se transcribe en su totalidad, teniendo en cuenta que el lenguaje utilizado o expuesto, converge dentro del contexto netamente jurídico, pese a lo cual creo que ésto es lo más esencial.

    Artículo 9º.- En toda cuestión de violencia doméstica, además de las medidas previstas en el artículo 316 del Código General del Proceso, el Juez, de oficio, a petición de parte o del Ministerio Público deberá disponer todas las medidas tendientes a la protección de la vida, la integridad física o emocional de la víctima, la libertad y seguridad personal, así como la asistencia económica e integridad patrimonial del núcleo familiar.

    En el Artículo 10º por su parte, estipula que a esos efectos podrá adoptar las siguientes medidas, u otras análogas, para el cumplimiento de la finalidad cautelar que en algunos casos no se llega a tiempo para su aplicación, como consecuencia de que se traspasó el límite debido por parte del agresor. En forma textual se transcriben a continuación, teniendo en cuenta que las mismas en un alto porcentaje, no se cumplen de parte del agresor o victimario.

1)

Disponer el retiro del agresor de la residencia común y la entrega inmediata de sus efectos personales en presencia del Alguacil. Asimismo, se labrará inventario judicial de los bienes muebles que se retiren y de los que permanezcan en el lugar, pudiéndose expedir testimonio a solicitud de las partes.

2)

Disponer el reintegro al domicilio o residencia de la víctima que hubiere salido del mismo por razones de seguridad personal, en presencia del Alguacil.

3)

Prohibir, restringir o limitar la presencia del agresor en el domicilio o residencia, lugares de trabajo, estudio u otros que frecuente la víctima.

4)

Prohibir al agresor comunicarse, relacionarse, entrevistarse o desarrollar cualquier conducta similar en relación con la víctima, demás personas afectadas, testigos o denunciantes del hecho.

5)

Incautar las armas que el agresor tuviere en su poder, las que permanecerán en custodia de la Sede, en la forma que ésta lo estime pertinente. Prohibir al agresor el uso o posesión de armas de fuego, oficiándose a la autoridad competente a sus efectos.

6)

Fijar una obligación alimentaría provisional a favor de la víctima.

7)

Disponer la asistencia obligatoria del agresor a programas de rehabilitación.

8)

Asimismo, si correspondiere, resolver provisoriamente todo lo relativo a las pensiones alimenticias y, en su caso, a la guarda, tenencia y visitas.

  En caso de que el Juez decida no adoptar medida alguna, su resolución deberá expresar los fundamentos de tal determinación, y para ello en el artículo 11 se expresa que en todos los casos “el Juez ordenará al Alguacil o a quien entienda conveniente, la supervisión de su cumplimiento y convocará una audiencia, en un plazo no mayor de diez días de adoptada la medida, a los efectos de su evaluación. En caso de no comparecencia, el Juez dispondrá la conducción del agresor.”

    Asimismo si las medidas dispuestas no se cumplen, “el Juez ordenará el arresto del agresor por un plazo máximo de cuarenta y ocho horas, sin perjuicio de lo establecido en los artículos 21.3, 374.1, 374.2 y 374.4 del Código General del Proceso.”

    Desde el ángulo jurídico como vemos, esta ley se convierte en una importante herramienta de protección; no así de prevención. que es lo primordial en todos los aspectos relacionados con episodios o estados violentos. La ley se pone en práctica en el momento en que se toma conocimiento del acto violento, antes no, y más allá de que nadie puede conocer lo que sucede en el seno de un hogar, salvo lógicamente los propios involucrados, se debería efectuar cada cierto tiempo un relevamiento, una especie de censo o encuesta permitiendo a la posible víctima exponer su situación. Esta idea puede parecer descabellada, más aún en países del Tercer Mundo, pero creo que resultaría una medida eficaz.

    Sabemos que en nuestro país, Uruguay, cada nueve días una mujer muere como consecuencia de violencia doméstica, según especifica el texto de un spot publicitario, enmarcado dentro de la campaña organizada con el fin de poner en el tapete social dicho problema. Trata a la vez de que la víctima se auto identifique, y con ello reaccione contra ese flagelo que está sufriendo ya sea en carne propia, en algún otro integrante del núcleo familiar, o tal vez de su entorno.

  Mientras me encontraba en pleno trabajo, se modificó para mal ese guarismo. Hoy se sabe que cada siete días se llega a producir una muerte por dicha causa..

Diversas autoridades, tanto del Ministerio del Interior, como del Poder Ejecutivo y Legislativo, manifiestan a diario su lógica preocupación ante el agravamiento de la problemática, tratando de instrumentar si se quiere, nuevas herramientas tanto jurídicas como sociales, a fin de amortiguar un poco el tremendo impacto que ello representa dentro  de nuestra sociedad.

    Cifras difundidas a principios del 2007 van más lejos aún, por cuanto señalaban que en el año anterior se registraron 7.145 denuncias, lo que representa estimativamente veinte denuncias diarias. Ésto da a entender el aumento significativo de esta problemática, encontrándose muy cerca de las cifras referidas a delitos comunes, robos, rapiñas, etc. que según cifras oficiales del Ministerio del Interior, sobrepasaron levemente las ocho mil. Lamentablemente, todas esas cifras se actualizan en un aumento casi diario.

 Lo concreto es que estas sirven para tener un muestreo lo más cercano posible, y así abrir un panorama en cierta medida básico con el cual adentrarnos a la conflictividad en sus diversas formas.

    Estoy hablando concretamente de cifras originadasen los últimos años del siglo XX y primeros años de  este siglo XXI donde los guarismos eran muy inferiores, según especifica un muestreo realizado por la COMISIÓN DE LA MUJER-COMISIÓN EQUIDAD Y GÉNERO -INTENDENCIA MUNICIPAL DE MONTEVIDEO en Junio del 2003.

    Es a través del programa ComunaMujer que surge en 1996 como respuesta a las inquietudes de las mujeres de los gobiernos locales en relación al desarrollo de políticas de género a nivel local, priorizando líneas de acción vinculadas a los problemas más urgentes, que se prepara el siguiente muestreo, basado solamente dentro del área consultiva, es decir, no denuncias concretas. Así pues tenemos dentro de los servicios jurídicos lo siguiente:

 

Año                        Nº consultas

1996                                                                     614

1997                                                                     945

1998                                                                  2.996

1999                                                                  4.527

2000                                                                 5.089

2001                                                                5.627

2002                                                                6.153

Total                                                              25.951

 

    Pero, ¿y las que no se animan a hacerlo? Las víctimas que se encuentran en el anonimato, ¿cuántas son? Si tomamos como base esto, apreciamos con gran asombro (si a esta altura nos podemos asombrar de algo) la enorme virulencia instalada y desatada a escala social, muy superior a la que imaginamos. Según declaraciones efectuadas por una autoridad en la materia que pidió quedar en el anonimato, mostró en las mismas su satisfacción por cuanto a nivel de la mujer se realizan más denuncias que hasta hace poco tiempo. “Esto demuestra” –según sus expresiones- “que la mujer se lanza más a efectuar la denuncia, y por consiguiente no se queda tan encerrada como era su costumbre.”

    En términos funcionales hay que tomar con pinzas esto, pues si bien es cierto que la mujer literalmente se lanzó a denunciar el panorama por el cual está pasando, también hay que observar que dicho desborde se da como consecuencia directa del aumento generado de episodios de esta naturaleza.

    Se puede decir que actualmente en todos los hogares uruguayos existen episodios de violencia doméstica, ya que como hemos visto, ésta no pasa solamente por ser golpeador/a sino que la constituyen diversos aspectos.

    Se trata evidentemente de un universo amplio y complejo, en el cual subyace el hermetismo, quizás por el “Que dirán”. Muchas víctimas no se atreven a denunciar, en el sentido de temer represalias si efectúan la denuncia.

    Por lo tanto, se debe ser muy cauto en el momento de crear el modelo a través del cual se emitan cifras  porcentuales, ya que éstas pueden ser producto de muchas causas.

    En este aspecto no solamente nuestra sociedad (la uruguaya) es conservadora, sino otras más avanzadas. Con el cometido de preservar la imagen estereotipada del hogar, la víctima es capaz de aguantar de todo. De forma automática se crea una complicidad en muchos casos entre víctima y victimario. Ésta soporta de todo por la imagen del hogar, y evidentemente que no se da cuenta, o no puede darse cuenta de que esa imagen ya está deteriorada, siendo inútiles sus esfuerzos no solo para recomponerla, sino lo que es más importante, poder salir de ese infierno.  Le resulta imperioso hacerlo, pero muchas veces ya es tarde, demasiado tarde para liberarse, para poner fin a ese laberinto tortuoso al cual el victimario la introdujo, convirtiéndola en una mártir más de la escalada violenta por la que estamos atravesando, teniendo su punto álgido en este caso, en lo que acontece en el área del núcleo familiar.

    Basándome en un trabajo realizado por la profesional Elena Escala Saénz, se traza las características y los lineamientos de conducta que se pueden apreciar en el victimario. Esa conducta agresiva que lo caracteriza generalmente no frente a la sociedad, sino a nivel interno del núcleo familiar. El victimario por lo general, es una persona con valores tradicionales y una ideología patriarcal conservadora. Sus creencias culturales lo capacitan para el ejercicio de la violencia. En ocasiones su nivel cultural o su origen socioeconómico es inferior al de su pareja, por lo que intenta restablecer el equilibrio controlándola.   

     “Generalmente” –expresa Escala Saénz- “tiende a relacionarse con todas las mujeres de la misma manera y su violencia es reincidente. Esto permite identificar ciertos factores de riesgo: haber sufrido maltrato en la infancia; tener antecedentes de conducta violenta contra objetos o animales en la adolescencia; y contra otras mujeres en la edad adulta pueden identificar la existencia de un potencial agresor. Sin embargo, es imposible generalizar, ya que no existen estudios de hombres no violentos con antecedentes de violencia familiar.”

    Una característica o sintomatología peculiar, es el hecho de que tiene baja autoestima y una imagen negativa de sí mismo. Se siente miserable y fracasado como persona. Además, suele ser patológicamente celoso. Por ello, gran parte de los actos violentos se inician por la percepción errónea de una infidelidad o de que alguien le quita el afecto de su mujer. La violencia es una forma de afirmarse y no perder el control sobre su entorno, o de compensar un poder del que carece fuera del hogar.

    Otra característica del victimario es, según afirma Escala Saénz,  el aislamiento emocional, ya que “nunca habla de sus sentimientos y es reservado. Sin embargo, todos los rasgos descritos anteriormente no permiten describir al maltratado como un enfermo mental.” Sí se puede visualizar como alguien inferior, y a los efectos de neutralizar ello, pone énfasis en el contexto de prepotente sintiéndose ficticiamente superior a los demás.

    A través de la víctima refleja ese modo de conducirse dentro de la sociedad. Esa superioridad se ve devaluada una vez que sale a luz su conflictividad, y es ahí donde el victimario o agresor suele tornarse más violento. Su conducta lo demarca de modo contundente. Sin embargo, posee cierta agilidad para no aparecer como tal. Asimismo, el conjunto social muchas veces da vuelta la cara, cierra los ojos a fin de esquivar el problema y no meterse.

    Con respecto al agresor o victimario que se convierte en homicida, Escala Saénz señala que “la muerte de la víctima se produce tras años de abusos y actos violentos continuados. El desenlace fatal es más frecuente cuando la víctima se ha separado o ha decidido hacerlo, o ante una supuesta infidelidad, que en este contexto supone cualquier intento de la mujer de establecer una relación afectiva.”

    Diversos estudios realizados tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea, indican que la causa de los malos tratos está en la personalidad del agresor y no en el carácter o comportamientos de la mujer. "Casi el 100 por cien de los agresores repite su conducta con todas las parejas que tiene. Puede fingir una recuperación, pero siempre vuelve a maltratar. Puede que el abuso ya no sea físico, pero sí psicológico", según explica la Psicóloga Alejandra Favieres. Obedeciendo al patrón de conducta preestablecido en todo ser violento, agrego por mi parte.

    En ocasiones los hombres se someten a una terapia psicológica para corregir la situación. Sin embargo, el éxito en la recuperación es muy bajo "porque no reconocen que su conducta es mala, ni que tengan que cambiar nada. Creen que la mujer es la responsable de la situación, y lo principal para iniciar un tratamiento de este tipo es admitir las responsabilidades" lo cual resulta poco probable que ocurra. Es similar a quien se niega a admitir que es alcohólico o drogadicto. Son estigmas que los marcan,  agravados por el hecho obvio de su penalización, en el último caso.

    Se ha expresado que el agresor o victimario, es un ser que se siente inferior a los demás, buscando en el sometimiento de la víctima el engrandecerse. Muchas veces busca en el alcohol un aliado para envalentonarse, y así conseguir su propósito. Al estar bajo el efecto del alcohol u otra droga, se cree o piensa que es más hombre, más macho llevándose todo por delante, y lo que está haciendo es degradándose, devaluándose como ser humano, como integrante de un medio social que lo ve sin verlo. Éste se da cuenta de su actitud, y sin embargo no coarta su accionar. Ese accionar que pone en peligro quizás a más de una vida, pues al ejercer presión en un miembro o integrante del núcleo familiar, lo está haciendo a todo.

    El accionar en sí mismo es muy amplio. Ya he reseñado en qué consiste, y cómo se lleva a la práctica, aunque debo decir que no todos los victimarios usan lo que podríamos denominar fuerza golpeadora. Usan técnicas basadas y estructuradas desde puntos psicológicos, en los cuales el atemorizar y amedrentar a la víctima se convierten en las herramientas para lograr su cometido. Asimismo, vemos que el temor que ellos sienten lo canalizan o trasladan a su víctima, obligándola a ser como ellos en el aspecto de tener temor a algo.

    En el caso del victimario posee dicho sentimiento al considerarse inferior a sus semejantes. La inferioridad genera temores, ansiedades que pautan el comportamiento humano. Al hacer dicho traslado, lo que buscan y desean es que su víctima sea igual, es decir, inferior. La van reduciendo paulatinamente.

    Hemos visto la negación de parte de la víctima. Pero naturalmente que existe lo mismo de parte del agresor o victimario. Este también lo hace  para eludir represalias de parte de la justicia, y no dar a entender que está ejerciendo presión sobre un semejante, llámese física o psicológica esa presión. Una vez cometida la agresión tienden a minimizar el hecho con frases como "no es para tanto", "sólo fue un empujón", y así justificar su accionar "ella me hizo llegar al límite", "me hizo perder el control" y de esa forma racionalizar la conducta diciendo que "en realidad es ella la que me tiene dominado" con lo cual pretenden eliminar la apariencia generada a partir de su propio modelo.

    "Cuanto más repiten la mentira, más se la creen. Además, niegan constantemente el maltrato, sobre todo si ha sido psicológico. En el caso de la violencia psicológica, a las mujeres les cuesta mucho identificar cuando han sido agredidas", explica la psicóloga Alejandra Favieres.

    Por su parte, la víctima asume una actitud de niño maltratado o golpeado, pues cuando alguien le pregunta si ha sido así, se siente automáticamente invadido por el temor a la represalia. Se encuentra por lo tanto, en un estado de estrés constante que puede derivar o conducir a notorios shoks anímicos, como asimismo a fuertes traumas emocionales promoviendo la retracción social.

    Me permito detenerme brevemente en este punto, es decir, acerca de los traumas tanto afectivos como emocionales, por cuanto constituyen puntos conflictuales y de vulnerabilidad. Así, una persona traumatizada emocionalmente es vulnerable a episodios paralelos. Se siente en su interior desprotegida y temerosa de volver a pasar por el punto que le produjo el trauma.

    Sabemos que éste es producido en el orden emocional, por algún conflicto, sea de la magnitud que sea, y que tiende a aumentarlo de manera automática. En términos generales, el trauma es una sucesión de pequeños sustos o temores a determinado hecho. Como forma de ejemplificar esto, digo que quien sufre algún accidente puede quedar traumatizado. Siente temor a ese elemento (coche, moto, etc.) con el cual tuvo el accidente. Se traumatiza con ello. La representación que se da de ello, es algo así como una fobia al componente o elemento que causó oportunamente dicho estado, y es así que cuando se está en presencia de éste, se siente por mera lógica, temor. Las consecuencias generadas por un trauma, cualquiera sea su origen, son indudablemente múltiples, afectando evidentemente una amplia área psíquica, con  derivaciones en otras zonas del ser.

    En el caso de los niños golpeados o severamente maltratados psicológicamente, se les configura el trauma desde la perspectiva emocional, y hacen una representación del mismo durante bastante tiempo, si se les trata adecuadamente. De lo contrario el trauma  quedará perpetuamente dentro suyo.

 En el cuadro de violencia doméstica ejercida sobre niños, ellos se encuentran más desprotegidos en el seno mismo del hogar. ¿En cuántas oportunidades escuchamos casos donde el padre o padrastro somete a niñas o adolescentes a vejámenes físicos, que se trasladan precisamente al área psicológica, dejando de hecho graves secuelas apreciándose las mismas como trastornos traumatizantes, que por lo general perduran a lo largo de su existencia, aún cuando se les trate a través de medidas psicológicas?. Siempre quedan secuelas menos o más profundas.

Es obvio decir que los niños en esa situación, también son catalogados como víctimas. Resulta probable que la mujer haya sufrido malos tratos en la infancia y haya desarrollado una baja autoestima y una alta tolerancia a la violencia, ya que se trata de un modelo aprendido anteriormente.

    En ese desarrollo coincidieron varios factores entrelazados entre sí. De este modo, apreciamos un ser con un alto grado de vulnerabilidad . Tolera la violencia por el simple hecho de que se ha criado con ella, y la asume como algo propio, como algo que está inserto en ella. Es obvio decir que no todas las víctimas poseen el mismo modelo, ya que muchas cayeron en ese estado por otros motivos. Sin embargo, el patrón más común es el mencionado.

    Un factor que se da muy frecuentemente dentro de la pareja, es el relacionado con el abuso sexual el cual se da mediante cualquier contacto realizado contra la mujer, enmarcado dentro del abuso del poder esgrimido por el macho. Este siente a la mujer como un objeto, tratándola como tal. Creyendo esto, la usa a su antojo manejándola como si fuese un juguete, y haciendo con ella lo que quiere.

    Sin embargo, las mujeres tienden a minimizar este problema porque creen que los hombres tienen unas necesidades que deben satisfacer a su manera. Esto obedece a un modelo de educación generacional, por el cual las madres decían a sus hijas que ellas se deben a sus maridos. Si bien casi  todo ha evolucionado  con respecto a la femineidad, aún queda en la estructura social, la obediencia y el sometimiento al hombre, con el cometido de darle satisfacción, sin importar lo que se tenga que hacer para contentarlo.

    Por ello la mayor parte de las denuncias se refieren a los golpes recibidos pero no a la violencia sexual. Para las víctimas la violación es un acto que se produce entre dos personas desconocidas. Aquí también observamos un punto de ignorancia, si tenemos en cuenta que tanto el marido o la pareja se consideran conocidos por el hecho de compartir una cama y un techo.

He escuchado por ahí que recién pasados algunos años se puede llegar a conocer a la pareja…Lo dudo por experiencias recogidas personalmente, ya que matrimonios de treinta o más años de convivencia, se fracturan debido a que uno de los integrantes demuestra una característica que hasta ese momento estaba escondida.

    Por supuesto que las disoluciones matrimoniales o de pareja, no se dan pura y exclusivamente por desconocimiento del otro. En este trabajo apreciamos desde la óptica de la problemática que estoy tratando, las discontinuidades existentes entre dos seres con su correspondiente derivación.

El maltrato continuado a la mujer, genera el “Síndrome de la mujer maltratada”. Elena Escala Saénz plantea las características de dicho síndrome.

Indefensión aprendida: Tras fracasar en su intento por contener las agresiones, y en un contexto de baja autoestima reforzado por su incapacidad por acabar con la situación, la mujer termina asumiendo las agresiones como un castigo merecido.

Pérdida del control: Consiste en la convicción de que la solución a las agresiones le son ajenas. La mujer se torna pasiva y espera las directrices de terceras personas.” Ante esto,  se convierte casi en un ente que necesita ser rescatada y además, manejada. La pérdida de control es sin duda lo que busca o pretende el victimario para continuar operando desde la manipulación propiamente dicha.

En lo que tiene que ver con la baja estima conductual, “la mujer decide no buscar más estrategias para evitar las agresiones y su respuesta ante los estímulos externos es pasiva. Su aparente indiferencia le permite auto exigirse y culpabilizarse menos por las agresiones que sufre pero también limita su capacidad de oponerse a éstas.”

    La víctima traza o le hacen trazar, la identificación con el agresor o victimario. Así ésta “cree merecer las agresiones e incluso justifica, ante críticas externas, la conducta del agresor. Es habitual el "Síndrome de Estocolmo", que se da frecuentemente en secuestros y situaciones límite con riesgo vital. Dificulta la intervención externa. Por otra parte, la intermitencia de las agresiones y el paso constante de la violencia al afecto, refuerza las relaciones de dependencia por parte de la mujer maltratada, que empeoran cuando la dependencia también es económica.”

    El victimario o agresor, como lo denomina Escala Saénz, se apodera aún más de la situación cuando existe un estado de dependencia en la víctima, ya sea como consecuencia económica o por otras circunstancias. Una de ellas se da en la tenencia de los hijos, y también puede verse en este sentido, a mujeres solas que por diferentes motivos se alejaron de la familia, (padres, hermanos, etc.) y se refugiaron en ese hombre que aparentemente era todo para ella pues le daba un supuesto calor de hogar, que se apagó repentinamente surgiendo el personaje golpeador o maltratador.

    Sin embargo, los lazos supuestamente afectivos, no le permiten alejarse. La dependencia puede resultar total. Ve en el sujeto agresor una figura paterna distorsionada pero a la vez muy semejante, y más aún si este (el padre) la castigaba física o psicológicamente.

    Además, piensan que las alternativas que se le presentan para alejarse de él son peores. Así se convencen, erróneamente claro, de que las cosas no están tan mal y piensan que son ellas las que incitan a la violencia por no haberse quedado calladas, se culpan y se censuran. Piensan o creen también que la situación puede revertirse si ellas cooperan. Lógicamente, no es así.

    La psicóloga Alejandra Fevieres señala que "hay que destacar especialmente el síndrome de indefensión aprendida, porque en la situación de los malos tratos, éstos nunca vienen por un motivo concreto. Al ver que no hay manera de evitar los malos tratos se quedan paralizadas, se inmovilizan. Por eso desde fuera da la impresión de que la mujer no quiere remediar el problema"

    La violencia se establece progresivamente en la pareja, siempre dentro del contexto de los diversos parámetros expuestos. La mujer se deja maltratar, en algunos casos, porque se considera la principal responsable del buen funcionamiento del matrimonio y cree que éste depende de sus propias habilidades para evitar conflictos y situaciones de violencia o ruptura matrimonial. Es así que se dan casos de masoquismo, y el victimario aprovecha este debilitamiento de su pareja, a fin de avanzar aún más sobre ella.

    A la vez, y ante los actos de violencia se culpabilizan y sienten que merecen ser castigadas por cuestionarse los valores ideológicos que sostienen la familia, por no asumir adecuadamente su papel de madre y esposa. Es así que intentan adaptarse a los requerimientos de su marido para ser aceptadas y no maltratadas, asumiendo un papel de subordinación, con las falsas expectativas de que si ella se comporta bien no dará lugar a que su marido la maltrate. Se esclavizan, y en cierta manera se auto prostituyen a fin de complacer al marido, sin darse cuenta de que ésa no es la solución.

    La verdadera solución pasa indefectiblemente por poder salir del infierno en que se hallan. "Su pareja les ha repetido tantas veces que no sirven para nada que terminan creyéndolo y se culpabilizan", puntualiza Favieres. Es en la Pérdida de Control donde se enfatiza y remarca lo expuesto, en el sentido de que si un tercero no toma conciencia de lo que le sucede a la víctima, ésta no se da cuenta a causa de lo vivido.

    Por lo tanto, se trata ni más ni menos que del descontrol de su propio ser, tras la toma de posesión de parte del victimario. Resulta muchas veces trabajoso poder volver al afianzamiento de su realización como ser humano, como mujer en este caso, por cuanto ese nivel de culpabilidad errónea le hace perder su estabilidad emocional.

    En ese aspecto es donde se debe trabajar el tema en profundidad, revitalizando y poniendo a la mujer en el verdadero lugar que le corresponde dentro de su núcleo familiar, desprendiéndola de ese estigma originado evidentemente por el victimario y por la sociedad.

    El proceso de culpabilidad y la inestabilidad a que hice referencia, efectivizan que esa persona, ese ser se convierta inevitablemente en estigmatizado no solo a nivel social sino de forma individual. Es decir, dentro suyo van ganando terreno estos dos estados que se asocian como consecuencia clara del sometimiento ejercido por el victimario o el agresor, consiguiendo en definitiva su meta. Más aún por cuanto la estigmatización hace más vulnerable al ser, ya que se siente indefenso frente a todo, y cree no poder salir de ello.

    La estigmatización es, si se me permite decirlo, una marca profunda dentro del ser, desde la cual se visualiza el entorno en el cual está inserto. A la vez, en algunos casos representa ni más ni menos que la discriminación en su real dimensión.  Indudablemente,  toda víctima de violencia doméstica y/o de género, es discriminada empezando claro está por el victimario, (marido, pareja, madre, padre, hijo etc.) que la hace inferior y la menoscaba en grado extremo.

    Está claro que el victimario trabaja todo ese proceso de culpabilidad, a través de constantes amedrantamientos, ya sea físicos o psíquicos, aun cuando en este estado de violencia doméstica es más común el psicológico. Le reprocha cuanto puede, desde que llegó tarde a casa, hasta que le salió mal la comida. Lo más irrisorio a simple vista, se torna en materia prima de amedrantamiento.

Así pues, en un ejemplo simple se puede apreciar esto.

El ejemplo lo vemos en que a Alicia se le quemó la comida, y Mario se lo recrimina retrotrayendo otras circunstancias. Frases como “Nunca haces nada bien”, “No sirves para nada” “Eres una inservible en todo, hasta en la cama” hasta otras más duras por supuesto, conforman el vocabulario que esgrime el victimario. A veces van solas, pero otras no.

    Es decir, son el preámbulo o complemento de brutales palizas, tras las cuales la víctima queda obviamente shockeada tanto por los golpes recibidos en su físico, como en su psiquis. Esas frases son dichas con fiereza, con gritos que se convierten en tremendos azotes. En el shock indudablemente, el temor se apodera de ella, haciéndole caer literalmente en consecuentes estados de miedo. Cada vez que el marido o la pareja comienza a gritar, en el subconsciente de la víctima aparece y reaparece la oportunidad anterior en que fue objeto de episodios violentos, retrayéndose en su modo de ser hasta quedar muchas veces nula, o bien sujeta al mandato emitido por el victimario.

    Ateniéndonos a esto, es decir al vocabulario, observamos que existe o puede existir una cultura asimétrica tanto de una como de la otra parte, creándose códigos que van haciendo esa cultura. Desde luego que no se trata de códigos de respeto como estamos acostumbrados a apreciar en el lenguaje delictivo. Porque tengamos bien presente, y convengamos sin ninguna duda, que aunque en la lectura de las normas jurídicas de la mayoría de los países la práctica de esta clase de violencia no se encuentra explícitamente encuadrada como delito, de hecho sí lo es, y diversos organismos internacionales así lo han catalogado y dispuesto dentro de las normas o declaraciones emitidas.

    Si en cambio son preestablecidos los códigos como forma de movimiento dentro de la pareja, o bien en la interacción víctima/victimario, se entabla ese vocabulario, y sabe la víctima lo que le puede suceder si traspasa esos códigos. Estos son barreras que por supuesto interpone y arma el agresor, tanto para mantener a la víctima bajo su mando, como también como forma de entendimiento si cabe el término, a fin de que quien resulte su víctima sepa que él/ella son dueños de la situación, y el hecho de saltearse los códigos tiene su precio.

    Natural y lamentablemente, planteado así resulta poco académico y duro a los ojos del lector. Pero de ninguna manera se debe ni se puede desdibujar tanto la realidad como la forma de actuar y manejarse que tiene el victimario para someter a quien sitúa dentro del entorno familiar  como víctima. Lógicamente, es a través de un vocabulario adecuado a las circunstancias, que el agresor trasmite dichos códigos, caracterizados por tonos amenazantes, que inhiben a la víctima en su carácter, en su forma de ser frente a los demás y frente a si misma, sino también en su manera de actuar y desplazarse a través de la sociedad.

    En el diario vivir nos encontramos con varios casos de esta índole. Me voy a permitir narrar el caso de una joven de 19 años en el momento que le sucedió. Actualmente tiene 28 y aunque su narración es extensa, transcribiré lo más esencial de la misma con el claro propósito de ejemplificar lo anteriormente expresado en relación a los códigos utilizados.

    Roxana conoció a Carlos en un club bailable, dejando entrever de parte de él un supuesto enamoramiento. Este joven era cuatro años mayor que ella. Tras este primer encuentro surgieron otros, hasta que la pareja decidió vivir en un apartamento. A los padres de Roxana no les pareció bien. La joven trabajaba en un supermercado y se sentía independiente.

    Todo parecía normal, hasta que una tarde Carlos fue a esperarla a la salida del trabajo. La joven salía en compañía de alguien del supermercado, y ello a Carlos no le gustó. Durante todo el trayecto discutieron fuertemente, y al llegar al apartamento le propinó una brutal paliza, que se reiteraría siempre que Roxana transgredió los códigos impuestos por Carlos: “No saldrás en compañía de otros hombres, salvo yo” “Cuando yo hablo tú te callas” “El dinero que tú ganas me lo das a mí, pues de lo contrario te golpeo” “Vestirás la ropa que yo te permita” eran algunos de los códigos impuestos por Carlos.

    En cuatro oportunidades Roxana tuvo que ser hospitalizada a causa de las fuertes contusiones recibidas. Sus padres obviamente se daban cuenta de la situación, pero por miedo a mayores represalias no decían nada, hasta que una asistente social les habló y los indujo a que hicieran la correspondiente denuncia. Al preguntarle a la joven si estaba dispuesta a hacerla, dijo que sí y ello fue como romper unas cadenas. Hoy vive en pareja con un joven que le está haciendo olvidar esa amarga experiencia.

    Sin embargo, muchas mujeres quedan insertadas dentro de esa cultura de violencia totalitaria, asumiendo que de su dueño y señor no pueden salirse o liberarse. Aun cuando en algunos casos lo hagan ¿hasta qué punto logran hacerlo?