6 - Enfoques desde otros ángulos

 

La violencia como tal a los ojos de cualquier persona, puede parecer igual y de hecho lo es, pues como se ha visto, converge en un mismo patrón configurado por el odio, la ira y el menosprecio irracional a la vida del o de los semejantes. Poco importa a quien se imparte violencia, o que el otro sufra. Lo que si  importa es poder descargar todo lo que acumuló durante años quizás, o tal vez en poco tiempo. Lo concreto es que si parece igual, desde luego que no lo es debido a la diversidad de matices que la integran. En este matiz sin embargo, convergen el egoísmo, la ira, el odio hacia el conjunto social. ¿Por qué egoísmo? La respuesta surge sola, y se basa indudablemente al hecho de que quien la ejerce, solo mira hacia sí mismo, no importándole desde luego los sentimientos del otro, ni tampoco lo que el otro siente. Solo se importa a sí mismo lo que le puede acontecer.

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    En este sentido me asalta una duda. Tal vez algunos especialistas en la materia, (léase psicólogos) no estén de acuerdo con los fundamentos esgrimidos por mí, acerca de las bases sobre las cuales se crea dicho patrón, que es al fin y al cabo el modelo por el cual se plasma el comportamiento. A este respecto, hemos visto el nivel de degradación que llega el ser humano en su fase de victimario. Esto es, alcoholismo, drogadicción, pederastia, llevar a la víctima al escenario de la prostitución, etc. y sobre estas se diversifican las diferentes sub fases.

    Se degrada a tal punto que resulta sumamente compleja su readaptación al medio, siempre claro está, que en algún momento hubiese estado adaptado. No hay que ceñirse únicamente sobre la base heterogénea de que el victimario es de bajo nivel social, pues bien sabemos que se da en todos los estratos socio – económicos, con la salvedad natural de que en los altos todo queda más tapado. Poseen un privilegio de doble filo, ya que al quedar encubierto es imposible su percepción.

    En esa parte de la sociedad, es como si el tiempo no hubiese transcurrido, ya que aún se conserva de un modo hipócrita los valores familiares, aunque ellos hayan finalizado. Se hace creer al entorno que todo va bien, existiendo un deterioro cuantitativo que pone en serio peligro la estabilidad familiar, conyugal o simplemente de pareja.

    Pero vayamos a otros escenarios de violencia de género, donde apreciaremos indudablemente, no solo la brutalidad del hombre, sino que nos podemos seguir preguntando si el ser humano como tal evolucionó o involucionó. Personalmente llego cada día a la conclusión que en muchos aspectos estamos retrocediendo a ritmo agigantado, hacia épocas en donde la irracionalidad era el arquetipo de todo ser, y lo peor de todo ello es que ese retroceso se hace paradojalmente, con ciertos adelantos que se han creado.

    Estamos en sociedades potencialmente tecnificadas pero frías, casi inertes frente a lo que era la calidez y calidad humana. Llegando a extremos profundos, apreciamos que se le da más importancia a lo que ocurre en programas televisivos, o a la frialdad de una computadora, que a lo que sucede en nuestro derredor. Ello es producto indiscutido de los parámetros conducentes de las sociedades de consumo, que no hacen otra cosa en la mayoría de los casos, que inducir implícitamente desde luego a esa degradación o retroceso el cual también se da de diversas formas.

    Para ver ese grado de retroceso, cito a continuación a la periodista Judhit Achieng quien desde la ciudad de Nairobi recabó testimonios de mujeres que sufrieron violencia de género, elaborando con ello un artículo publicado en el sitio Web Mujeres en Red el 15 de agosto de 1999, por lo cual se observa cierta distancia con el presente, pese a lo cual, y lamentablemente ello no le quita vigencia.

    Más allá de saber que en África se cometen serios abusos a la integridad humana, y de saber que es un continente donde las guerras y por consiguiente, la constante violación a los derechos humanos es moneda común, cuesta creer que se estén cometiendo barbaridades como las reseñadas en el artículo en cuestión, que paso a transcribir lógicamente un segmento del mismo, y a la vez, será como un efecto revelador de una realidad cruda y contundente.

    “Faduma Abdi Ibrahim se describe a sí misma  como una zombi ambulante” -comienza el relato de la periodista-. “En 1994 fue secuestrada en su casa de  Somalía por una banda de 28 bandidos que la violaron por turnos  durante meses.  ''Cada día y cada noche rezaba para morir'', recordó Ibrahim. Los bandidos, que pertenecían a una de las milicias  responsables de la actual guerra civil en Somalia, le dispararon  en el brazo derecho y luego la abandonaron, creyéndola muerta.”

    “Ibrahim, que ahora vive en el campo de refugiados de Kakuma, en  Kenia, dijo que si bien algunas buenas samaritanas la salvaron de  la muerte, personalmente no tiene ningún motivo para vivir. ''Se  apoderaron de mi vida y mi dignidad'',
expresó.”

    Ibrahim es una de las 250 sobrevivientes de violencia de género  de todas partes de África que viajaron a Nairobi para prestar  testimonio ante un Tribunal Africano de Mujeres, instalado a fines  de julio de 1999. El simulacro de juicio, organizado por el grupo humanitario Al-  Taller con el apoyo del Fondo de las Naciones Unidas para la Mujer  (Unifem), fue la primera audiencia pública donde se escucharon  testimonios sobre violencia contra las mujeres en África, y desde el cual se procedió a plasmar en el concierto internacional este grave problema, que traspasa el panorama beligerante en el cual se encuentra inserto, sin perder en lo más mínimo la esencia de flagrante violación a los derechos humanos. Por el contrario, ello se acrecienta considerablemente.

    Más adelante, en el mismo artículo se indica que otra mujer somalí que también vive en el campo de Kakuma  “conmovió hasta las lágrimas al tribunal cuando contó cómo los  bandidos obligaron a su hijo a violarla. “Mi hijo se negó diciéndoles que era su madre, pero no lo  escucharon. Dispararon al aire y grité. Le dije a mi hijo que lo  hiciera para que salvara la vida'', relató.

    La guerra civil en Somalia estalló en 1991 tras el  derrocamiento del presidente Siad Barré. El país del Cuerno de  África está ahora dividido en zonas controladas por distintos  clanes que luchan entre sí. Mujeres de Ruanda hicieron relatos similares sobre asesinatos y  violaciones contra sus seres queridos durante el genocidio de  1994, en el que perecieron hasta un millón de personas.

    Son obviamente dos casos solamente, de los muchos que existen no solo en Kenia, sino en los lugares donde se generan conflictos bélicos. Bien sabemos que las mujeres y los niños representan segmentos vulnerables, sobre los cuales recaen episodios de tortura y violencia. Aunque parezca ridículo decirlo, los ancianos se salvan literalmente hablando de estas atrocidades que dejan inevitables secuelas, pues a ellos lisa y llanamente los asesinan. Usan a las mujeres y a los niños como escudo, mientras que a ellas también son utilizadas para saciar sus bajos instintos.

    Tengamos presente que las mutilaciones, vejaciones y violaciones sistemáticas constituyen a todas luces violación a los derechos humanos, y concatenadamente profundos estados de violencia de género. Diariamente las organizaciones internacionales de derechos humanos, reciben denuncias sobre ello. Las mutilaciones genitales a que son sometidas decenas de mujeres, ya sea como consecuencia de torturas en el accionar bélico, o por improntas de sociedades tremendamente machistas, e incluso debido a pseudo – rituales dentro del núcleo familiar, constituyen de hecho lo expresado líneas arriba, vale decir, situaciones extremas de violencia de género, de improbable erradicación si tenemos en cuenta que la comúnmente trabajada cuesta mucho ponerle un deseado punto final, en estos casos donde el desborde se amplifica por defecto directo, es imposible un control directo del tema, y su consiguiente resolución positiva.

Un hito importante que hay que citar es el llamado Tribunal Internacional de Delitos Contra la Mujer, reunión que se inauguró el 8 de marzo de 1976 con la asistencia de 2.000 mujeres de 40 países y que fue concebido a imagen de otros grandes procesos (como el de Nuremberg) y como opuesto al Congreso de Naciones Unidas sobre las mujeres que había tenido lugar en Ciudad de México el año anterior donde las participantes lo habían hecho como representantes de sus países o partidos políticos.

    Como relatan Anderson y Zinsser (1992, 2000), “este tribunal discutió múltiples y variados temas, estando entre ellos, la mutilación genital, el abuso infantil y la violación. En relación a este último tema, se concluyó que, aunque la violación sea un acto individual de violencia masculina, supone una forma de perpetuar el poder de los hombres sobre las mujeres y se propusieron diferentes formas de acción, incluyendo manifestaciones, discusiones, creación de organismos de ayuda a las víctimas y cambios en la legislación sobre el tema.” Todo cuanto se hace es escaso, y en el aspecto de violación dentro de la pareja, resulta trabajoso aplicar la legislación, por cuanto se tropieza con los lógicos (o ilógicos) obstáculos ya conocidos y analizados oportunamente.

    Evidentemente que desde 1976 a la fecha, hubo logros importantes. Pero apreciemos que en esa ocasión se trabajó sobre la base de la esperanza. Es decir, se creyó que tras la argumentación planteada en cuanto a las formas en que se desarrollaría la acción, se obtendrían los resultados positivos esperados.

    En los meses que siguieron, estas acciones comenzaron a desarrollarse en países como Italia, Alemania occidental, Gran Bretaña o Francia. “Pero será a partir de los años 80 y, especialmente a partir de la segunda mitad de esta década, cuando la atención se dirija hacia las diferentes formas de violencia contra las mujeres y cuando las feministas europeas presionen a sus gobiernos para que reformen las leyes sobre violencia doméstica y sexual, creen casas de acogida y mecanismos de atención a las víctimas, etc. según indican los autores Anderson y Zinsser, en el año 2000.”

    En relación a estas medidas podemos recordar, por ejemplo, que en 1980 el Consejo de Acción Europea para la Igualdad entre Hombres y Mujeres señaló que la violencia física, tanto sexual (violación, incesto, acoso) como doméstica, debería ser motivo de acción legal para los estados miembros, adoptando las diferentes medidas propuestas. Este escenario motivador lo traslado en cierta manera a nuestro país, que si bien se está trabajando de forma fehaciente y contundente, aún no se han aplicado medidas de corte preventivo, más allá de las herramientas jurídicas por todos conocidas.

        Los grupos de feministas del siglo XX y especialmente el movimiento de liberación de las mujeres que se inicia en la década de 1960 va a centrarse en nuevos temas y en nuevos problemas y, entre ellos en la violencia contra las mujeres, aumentando la batería de recursos, inicialmente, en la violencia sexual y posteriormente en la violencia doméstica según se desprende de los autores Anderson y Zinsser, en 1992, 2000; Heise en 1997 y Kanuha también en 1997).  Esta definición se ha convertido en un marco de referencia para otros abordajes de este tema y para otros organismos e instituciones.

    Así, por ejemplo, la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada en septiembre de 1995, adopta la Declaración de Beijing y la Plataforma de Acción que dedica toda una sección al tema de la violencia contra la mujer, definiéndola en términos similares a los empleados por Naciones Unidas y considerando que la eliminación de la violencia contra la mujer es esencial para la igualdad, el desarrollo y la paz en su más amplia definición, y llegando a ella también se llega a concebirla a los demás integrantes del núcleo familiar, posiblemente afectados por la problemática en cuestión.

    Asimismo, la Organización Mundial de la Salud se ha ocupado de este tema durante 1998. Así, desde 1995 y dentro del programa de desarrollo y salud de la mujer se llevan a cabo los trabajos sobre violencia que inicialmente se centraron en violencia doméstica y luego se han diversificado hacia otros ámbitos (conflictos armados). En este marco, en febrero de 1996 se acordó considerar la definición de violencia contra las mujeres de Naciones Unidas como referencia para las actividades de la OMS.

    Por su parte, las autoras Bosh y Ferrer, nos señalan que a “mediados de ese año se estableció un grupo especial sobre violencia y salud para coordinar las diversas actividades sobre este tema. Y en mayo de ese mismo año, la 49a Asamblea Mundial de la Salud adoptó una resolución (WHA 49.25) constatando el aumento notable de la incidencia de lesiones intencionales que afectaban a personas de todas las edades y de ambos sexos, pero especialmente a mujeres y niños; reconociendo las graves consecuencias inmediatas y a largo plazo que, para el desarrollo psicológico y social de los individuos, las familias, las comunidades y los países, tiene la violencia; declarando la violencia como prioridad de salud pública” e insta a todas las autoridades en general, a aumentar las medidas de prevención creadas, y por supuesto, a implantarlas de manera precisa y contundente, fomentando con ello la debida idealización del problema.

    Se nos presenta la  escenificación de un hecho como  el de una golpiza a una mujer o niño, e incluso su muerte, pero ahí queda y no pensamos ni en los antes ni en los después del acto.

    Ejemplifico esto de la siguiente manera: un hombre maltrata física y psíquicamente a su esposa o pareja enfrente de su hijo o hijos. Estos se conmocionan tremendamente, quedando traumatizados de forma profunda. Ello es una de las tantas consecuencias a que se hacía referencia anteriormente, y por lo tanto posee estrecha relación a nivel de la salud, con consecuencias no solamente como ser cuadros depresivos, sino también estados emocionales graves que se aprecian en el estrés, y por añadidura cuadros específicos de orden clínico, con los cuales se llega a un casi inevitable resquebrajamiento de la salud propiamente dicha.

    Vemos entonces como se entrelazan los diversos factores, consiguiendo y convirtiendo la situación individual, en algo muy complejo que subyuga los contextos de cada ser, poniéndolo en riesgo de vida no solo por lo que el victimario pueda hacer de su propia mano, sino incluso como consecuencia directa de ese estado estresante del cual es víctima. De ahí entonces la preocupación creada desde ámbitos de la OMS en ese sentido, dando y creando pautas para combatir la problemática. Que se lleguen a cumplir o no,  va por cuenta de las autoridades respectivas de cada país, y luego de cada persona en conflicto.

    Posteriormente, en 1986, el Parlamento Europeo propugnó una resolución sobre las agresiones a las mujeres en la que recomendaba a sus estados miembros diversas medidas legislativas, educativas, de dotación de recursos, etc. para hacer frente al problema de la violencia doméstica. Obsérvese la importancia que tiene la fase educativa en dicho contexto, pues haciendo una conjunción de factores tenemos las medidas educativas como sostén de información ampliada, debiéndose recurrir a ellas de forma permanente.

    Y en una reciente resolución sobre el tema (Res. A4-0250/97, recogida por Eriksson, 1997) se propone la adopción de nuevas medidas incluyendo la “Campaña europea de Sensibilización ante la Violencia Contra las Mujeres” que la Comisión Europea ha estado desarrollando durante 1999 y en la que se ha prestado una particular atención al tema de la violencia doméstica.

    Otros organismos internacionales han trabajado sumándose a este reconocimiento. Prueba de ello son, entre otras, las siguientes consideraciones según expresa el autor Mariño en 1997 y que se detallan a continuación, con sus respectivos análisis:

    En junio de 1992 el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW), que vigila la ejecución de la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer de 1979, incluyó formalmente la violencia de género como discriminación por razón de género. Concretamente, la recomendación general número 19, adoptada en el XI período de sesiones, trata en su totalidad de la violencia contra la mujer y de las medidas a tomar para eliminarla.

    En la declaración final del II Congreso Mundial por los Derechos Humanos, celebrado en Viena en 1993, y gracias a la actuación de las delegadas participantes, se reconoció la violencia contra las mujeres en la esfera privada como una violación de los derechos humanos y se declaró que los derechos de las mujeres son “parte inseparable, integral e inalienable de los derechos humanos universales”.

    Y es así que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó en diciembre de 1993 la “Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer” (Res. A.G. 48/104, ONU, 1994), el primer instrumento internacional de derechos humanos que aborda de forma  real y contundente a la violencia de género a la que define como "todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la vida privada”.

    Incluye "la violencia física, sexual y psicológica en la familia, incluidos los golpes, el abuso sexual de las niñas en el hogar, la violencia relacionada con la dote, la violación por el marido, la mutilación genital y otras prácticas tradicionales que atentan contra la mujer, la violencia ejercida por personas distintas del marido y la violencia relacionada con la explotación; la violencia física, sexual y psicológica al nivel de la comunidad en general, incluidas las violaciones, los abusos sexuales, el hostigamiento y la intimidación sexual en el trabajo, en instituciones educacionales y en otros ámbitos, el tráfico de mujeres y la prostitución forzada; y la violencia física, sexual y psicológica perpetrada o tolerada por el Estado, dondequiera que ocurra”.

    Como se puede apreciar, la vastedad y complejidad de la problemática, hace muy difícil poder desplegar las medidas adecuadas a cada item. Pero para poderlos tratar y/o trabajar cada uno de los puntos, es imprescindible instrumentar un engranaje en el cual se pueda revertir o anular cada una de las situaciones planteadas. Tomando solo un punto, el referido al tráfico y prostitución de mujeres, nos parece una utopía creer  que en algún momento ello va a tener fin, y no lo digo de manera negativa, sino realista. Sin embargo, en un mundo completamente globalizado, se deberían entretejer mecanismos que contrarresten estos profundos flagelos.

    El tráfico de mujeres, mejor conocido por su denominación de “Trata de blancas” es a todas luces un comercio por demás redituable, habiendo detrás de esto muchos intereses creados, viéndose implicado en ocasiones el poder, los diferentes gobiernos que bajo cuerda explotan dicho negocio. Seguramente, se seguirá con él pese a la actitud en contra que se logre tanto social como individualmente.

    Ahora bien, el aspecto de la resolución de las Naciones Unidas sobre esto, se elaboró teniendo en cuenta solamente a los responsables de estos atropellos, que se manejan en un medio inferior, y sobre los cuales se puede hacer caer el peso de la resolución, siempre y cuando claro está, se llegue a la comprobación de esto. Como apreciamos anteriormente, resulta complicado y trabajoso, ya que como he señalado oportunamente, las víctimas temen represalias que muchas veces son muy fuertes. Por su parte, las redes mafiosas son muy amplias, y por consiguiente no se puede llegar al principio de la madeja. Estas redes son como insectos multiplicadores. Se exterminan cinco o seis, pero por otro lado aparecen diez, por citar una cifra.

    Se amparan en la mayoría de los casos detrás de la impunidad que les da el poder político, que muchas veces le debe favores, o que incluso muchas organizaciones de estas características, tienen entre sus filas a importantes figuras políticas. Con lo expresado no me he ido del tema. Por el contrario, ya que con ello trato de dibujar un panorama que se hace común dentro del contexto genérico de violencia de género, y que además se hace imperioso destacar.

    El fenómeno se esconde entre bambalinas, también para preservar imágenes públicas que naturalmente, temen el desprestigio que ello ocasiona de manera obvia. Lógicamente que cualquier accionar en ese sentido produce desprestigio. Pero parece ser que al victimario común le importa relativamente menos, por cuanto exterioriza más esa conducta, aún cuando se mantiene, o trata de mantenerse dentro de un contexto de cierto anonimato, que solo salta cuando el hecho es impactante.

    El vértigo con que nos encontramos en esta problemática es espectacular. Cuando inicié la elaboración de este trabajo, poseía material de análisis que tuve que actualizar dado el cambio constante que se ha venido produciendo no solo a nivel de cifras porcentuales, sino en la forma en que se manejan los victimarios y su modo de actuar. Asimismo las condiciones socio – económicas a nivel global van variando, y no olvidemos que estas condicionan en grado extremo los micro panoramas en donde se lleva a cabo el acontecimiento.

 Estamos frente a una constante desvalorización de los cimientos humanos.

    La temática en cuestión nos hace poner un punto importante de reflexión acerca de las formas en que el ser humano se degrada.

    No cabe duda de que cualquier victimario ronda y se asoma al abismo de la irracionalidad, por cuanto pierde toda perspectiva creada socialmente, importándole poco y nada su conducta frente al entorno. El afianzamiento que cualquier ser humano posee de su comportamiento y conducta se pierde, o de hecho nunca la tuvo, y es ahí donde aparece ese estado irracional que le hace cometer, o lo induce a que haga toda clase de atropello, esencialmente en lo que nos ocupa, dentro del conjunto familiar..

    De manera específica observemos que ello acontece cuando no hay o no hubo mejor dicho, una base lo suficientemente sólida desde sus raíces. Pero incluso existen casos donde al victimario se le otorgó amplias potestades y libertades para actuar. Por ello es necesario tener presente el factor de los límites, a fin de aplicarlo en su debido momento.

    Sabido es que la impunidad en cualquier orden, se genera por carencias de límites que la sociedad no impone, y ello provoca severos desórdenes dentro de su contexto. Si ello lo trasladamos al núcleo familiar, se nos presenta el mismo panorama. Claro, hemos visto que a un victimario resulta muy trabajoso imponerle los límites debidos, por cuanto la autoridad y prepotencia que surgen de él, le hacen creer que es un ser superior, y que a él nadie lo controla. Menos aún se deja manejar adecuadamente. Ello lo apreciamos en los distintos roles del victimario.

    Vamos a detenernos en un esquema que si bien no es de la pareja como punto central, se da entre hombre – mujer y más concretamente entre madre e hijo. He mencionado que la violencia doméstica y/o de género, se focaliza también en otros miembros, componentes, integrantes del núcleo familiar (hijos, padres, tíos, hermanos, etc.) con las mismas características de confrontación ya vistas. Hoy es muy común lamentablemente, ver cuadros generados a partir de la droga. Es decir, el hijo le pide dinero a la madre para adquirir estupefacientes, ésta se niega a dárselo y comienza lo que a la larga o a la corta, termina siendo obviamente episodios de violencia. Hasta hace unos años esto se achacaba a lo que se conocía como problema generacional. Pero todo evoluciona o involuciona mejor dicho, y la denominación se cambia.

    Frecuentemente vemos, oímos o leemos en la prensa casos donde la madre cansada de que el hijo le solicitara dinero, arremetió contra él o bien el hijo contra la madre, padre, etc. Si bien no resulta frecuente su publicación, sabemos que existen estos casos que no solo se motivan por la droga, sino que hay otros factores que llegan a alimentar dichos cuadros. Entre estos, podemos hallar el hecho de otorgarse al hijo demasiada libertad, y él o ella se toma atribuciones en demasía desmembrando la autoridad matriarcal o patriarcal, y erigiéndose él en dueño de la situación que se convierte naturalmente en caótica.

    De manera casi exprofesa, vuelvo a plantear la necesidad imperiosa de aplicar límites, sin los cuales a nivel social nos enfrentamos a lo que comúnmente conocemos como libertinaje, y que este a su vez provoca el caos. Dicho fenómeno dentro del contexto social, trae como consecuencia estados de disgregación, y lo mismo ocurre en el núcleo familiar. El establecer límites, de hecho evita el panorama planteado. Los motivos que pueden llevar a que un hijo se convierta en dueño prepotente de la situación pueden ser varios, pero veamos al respecto dos ejemplos que pude recopilar. El primero sucedió aquí en Uruguay, mientras que el segundo tuvo como escenario España.

    Hay hijos a los cuales se les denomina no se si erróneamente o no, como hijos de la vejez por el hecho que fueron concebidos ya de mayores. A este cuando de niño se le consiente la mayoría de las cosas, quizás porque se le ve como a un nieto más que como a un hijo, y también porque los padres piensan que no lo verán hecho un hombre. En los mimos que recibe va inconscientemente una importante cuota de poder, que el niño asimila mal.

     Recordemos que todos sin excepción, somos agentes generadores y asimiladores de todo lo que se nos presenta. Asimilamos bien o no, dependiendo precisamente del modo generador que tenemos como modelo. De ahí la importancia de saber moldear, aunque ello suene poco académico claro está. Por lo tanto, se debe brindar al hijo diversos elementos, entre los cuales sin duda alguna deben estar los límites que son al fin y al cabo una parte de los hilos conductores desde los cuales se pergeña la personalidad.

    “ A Roberto de chico le dimos de todo” -comienza a contar Raquel, su madre- “lo que pudimos y más. Se crió en un hogar de clase trabajadora, es cierto. Pero tanto su padre como yo, nunca le dejamos pasar necesidad. Por el contrario, cada día cuando mi marido llegaba del trabajo, le traía juguetes, golosinas, etc. Si nos pedía el cielo se lo dábamos. Así lo fuimos criando. Mi marido se separó de mi pues en el trabajo conoció una mujer más joven que yo, y es lo que pasa, una les entrega su vida, y ellos cuando se siente cansados de vos te dejan.”

    “Cuando sucedió esto, nuestro hijo tenía trece años, y por orden judicial se quedó conmigo. Su padre nos pasaba lo estipulado por el juez como mantenimiento del hogar, pero Roberto no entendió que la situación había cambiado, y se encontraba en una edad muy difícil. A los quince años comenzó a ir a los bailes, se juntaba con unos amigotes” –dice textualmente Raquel- “que lo fueron llevando por mal camino. Me pedía dinero cada día, y como no se lo podía dar, se empezó a violentar contra mí.”

    “Tuve que emplearme en una casa donde hacía limpiezas, “-continúa narrando- “para poder sobrevivir. Cuando Roberto cumplió dieciséis años, le dije que se empleara de cadete o mandadero en alguna farmacia, almacén o lo que fuera. La respuesta que obtuve fue una serie de insultos, e incluso amenazas diciéndome que si no lo seguía manteniendo me mataría. Se lo conté a su padre, y él me respondió que me embromara. Su contestación textual fue: me lo sacaste, así que ahora jodete. Estaba agobiada, me sentía entre la espada y la pared. Mis fuerzas no daban más, y Roberto hacía la situación cada vez más insostenible, más tensa.”

    “Recuerdo que una noche me llaman de la comisaría de menores, para decirme que estaba preso. Fui y lo saqué, pero esa fue la primera de una larga lista de entradas. Hurtos, rapiñas, robos, desordenes tanto en la vía publica, como asimismo en un local bailable. Cada vez que lo sacaba de la comisaría le decía: es la última vez que lo hago. Pero él con tono amenazante me desafiaba, y así yo sentía miedo por mi vida. Es feo decirlo, pero me encontraba ante un monstruo que había creado y concebido yo. Era un ser con mi propia sangre.”

    “Traté de que fuese a un psicólogo, pero obviamente que no lo logré. Aún tenía dentro mío la esperanza de poderlo manejar, y no me daba cuenta que era él quien me manejaba a mi, a través claro está del temor que constantemente me impartía, profanando gritos, insultos, amenazas constantes. A todo esto, su relación con el padre tampoco era buena. En más de una ocasión Roberto lo amenazó con un cuchillo, recriminándole el habernos abandonado, pero según me explicaron especialistas, lo que en realidad le recriminaba era la ausencia de la figura paterna dentro del hogar.”

    Por mi parte, acoto antes de terminar este ejemplo, si es que se puede denominar así, que a la luz de los hechos, el chico lo que en esencia recriminaba, era por un lado, la falta de solidez familiar, el tambaleo del que fue víctima primero al darle todo lo que pedía, y luego verse inmerso en esa carencia tanto afectiva como económica. De un punto se fue, o lo llevaron, a otro. De la cúspide lo hicieron caer con las consecuencias que ello provoca en un ser joven. Al tener a mano literalmente hablando a su madre, recayó en ella toda su ira, que la tradujo como la propia Raquel me narró, y que estoy transcribiendo.

    “No había duda” –prosigue diciendo Raquel- “que a mi hijo le costará lamentablemente mucho ir por la senda adecuada, por el camino correcto, si es que lo logra claro. Las madres siempre tenemos muy dentro nuestro esa esperanza de ver a nuestros hijos bien. Roberto hoy está purgando una pena en el COMCAR por robo a mano armada. Mi relacionamiento con él sigue siendo sumamente conflictuada, y no me deja ayudarlo. Me arremete constantemente de forma verbal, y antes de caer preso, durante una discusión me dio una bofetada. No sé que duele más, si las bofetadas o las palabras hirientes” culminó diciéndome Raquel.

    Quedémonos momentáneamente con la última frase de esta madre, pues es bien cierto que en infinidad de ocasiones, a estas vóctimas suelen dolerles mucho más las palabras fuertes e impulsivas, que el dolor físico, y más aún si la receptora es una madre que lucha incansablemente. Como Raquel hay cientos o miles de mujeres en esa situación extrema, y que como toda victima de violencia de género, se encuentran en un rincón de la sociedad esperando muy posiblemente ser oídas.

    Se enfrentan a dos complejidades. El abandono del marido o pareja por un lado, representando un duro golpe tanto en lo anímico como en lo económico, y la prepotencia ejercida contra ella por el hijo / a que se quieren auto proclamarse como líderes irreales de ese núcleo familiar desmembrado, carente de una fuerza que lo continúe conduciendo como es debido. Al ver las flaquezas de la madre, los hijos se trepan literalmente a ella, manejándola a su antojo.

    Es imprescindible señalar que no solo el hijo varón se adueña de la situación. En las hijas también se dan estos procesos de insurrección no solo cuando la madre está sola, sino incluso en lo que se considera un hogar estable. Claro está que en este panorama es menos improbable que se produzcan estallidos violentos, por cuanto existe el freno predispuesto por la figura paterna. De cualquier modo, los hijos y más aún si son adolescentes, crean secuencias emparentadas con violencia doméstica, a través de las consecutivas peleas y discusiones, que a simple vista son comunes en cualquier familia, pero que en menor grado hacen aparecer ese temible fantasma que ronda quiérase o no, en todo hogar.

    Muchas veces esas aparentes simples discusiones, son el hilo conductor que lleva a enfrentamientos más duros, teniendo como consecuencia y derivación los referidos episodios. Una insignificante bofetada dada por una madre o un padre ante una actitud desafiante esgrimida por el hijo, puede ser el puntapié inicial a esa bola de nieve que se terminará por constituir en el factor motivador de todo el proceso de violencia familiar, y que en este caso, focalizo especialmente en el área donde vislumbramos la violencia de hijos hacia padres.

    Volviendo específicamente al entorno dado entre madre e hijo/a en el cual habíamos quedado, observemos el caso de una hija de 24 años que debido a problemas colaterales que no vienen al caso señalar aquí, reside por lo menos hasta el momento en que fue recopilado este caso, junto con su madre. La joven se queda hasta el medio día en la cama, y cuando se levanta le dice a los gritos a su madre que le prepare el almuerzo. Le recrimina constantemente todo, a través obviamente de improperios e insultos.

    La madre en varias oportunidades le dijo que buscara algún trabajo, o bien que se fuera de la casa. Ante esto, la hija amenaza con suicidarse, y es así que la tiene literalmente sujeta mediante el temor que consigue producir a su madre diciéndole que se va a suicidar, lo cual no hace afortunadamente, pero de esa forma manipula a su madre consiguiendo en buena medida el poder.

    Aquí en este caso, se aprecia la violencia psicológica con la cual la joven dispone y predispone la vida de su madre. No hay violencia física, pero como se ha dicho y expuesto anteriormente, esta clase o tipología de violencia también duele y mucho. Quienes la utilizan, saben que su víctima es susceptible a ello y se ensañan de esa manera, convirtiéndola en una herramienta de dominación, aplicándola en el momento en que se ven indefensos. Comparativamente, son como los animales que se sienten acorralados, y muestran sus uñas y dientes a fin de escapar de esa situación.

    Tengamos bien presente pues que los hijos se convierten también en férreos victimarios, utilizando muchas veces la misma técnica de amedrentamiento. Posiblemente se me dirá que los hijos no llegan a golpear a los padres, y evidentemente que es un craso error. Ello se da como hemos visto entre hijo – madre dentro de un hogar resquebrajado. En más de una oportunidad, tenemos conocimiento de estos hechos sin otorgarle la debida atención.

    La violencia doméstica y/o de género, nos sorprende no solo por su contextura, sino por lo asombroso de los casos en si mismos. El siguiente relato pertenece a Jorge R. H de Aragón, España, y debido a su extensión extraje lo medular del mismo, expresando que se trata del segundo caso a que hice referencia,  mostrándonos la violencia ejercida por los hijos hacia los padres. De ahí su importancia.

    “No soy mujer, es más, a veces ni las entiendo. Lo digo generalizando”-comienza su relato R. H- “pues es evidente que cada persona es única ¿cuáles son sus prioridades en la vida, sus anhelos, su sexualidad, sus principios?

    Sin embargo ella lo consiguió... Lucha, trabajo, esfuerzo y al fin consiguió que su hijo terminara esos estudios a los que tanto se resistía y con su mayoría de edad eligió una profesión: El chico se fue a la Academia Militar de Zaragoza. A su regreso a casa ya hecho militar, lo que se supone era el comienzo de una nueva etapa con renovadas ilusiones y perspectivas en realidad fue el comienzo de la tremenda pesadilla que acosa a esta mujer.

    El niño militar regresó a casa más fornido, machista íntegro e integral, con el halo de prepotente que les suele salir a estos niños cuando se sienten poseedores de un uniforme y una pistola, comiéndose el mundo de sus fantasías, pero lo que es peor, y que como hijo que soy no entiendo, empezando a ver a su madre como a un ser inferior, repudiable y utilizable económicamente para sus excesivos gastos.

    No dudaba en falsificar la firma de su madre para adquirir una moto o lo que se le antojase, no dudaba en vejar continuamente a su madre tratándola de “vieja inútil”, "cállate mujer", "no vales para nada", “gorda asquerosa” y amén de todas las palabras más humillantes. Estos y otros hechos motivaron que la madre con el hijo menor decidiera abandonar su domicilio, instalarse en una vivienda de alquiler y dejar a este grotesco Spiderman con la vivienda en su poder, pues la convivencia era insostenible.

    Sus cambios hormonales eran evidentes, como evidente era la progresiva actitud agresiva hacia todo lo que se moviera, no ya sólo con su madre. De entre sus méritos de guerra doméstica cabe destacar el haber destrozado la cadera del perrito de una brutal patada, el haber sometido a su hermano menor a golpes, a tenerlo absolutamente aterrorizado y a su vez encandilado, en una especie de idolatría y espanto. No es una relación de amor-odio es simplemente el sometimiento vulgar de un menor a sus dictados sí o sí. Supongo que el síndrome de Estocolmo es un desequilibrio emocional atribuible a adultos (no lo sé) pero el hermano menor veía, y es posible que aún sea así, en Spiderman su alter ego, el ejemplo vivificante en el cual reflejarse. Sólo dejaba de hacerlo cuando lo maltrataba, en cuyo caso se iba a proteger en su madre.

    Progresivamente se fue sintiendo la autoridad de la casa, sin aportar dinero, antes bien, haciendo suyos los enseres de su madre y hermano. Y llegó lo que tenía que llegar: una discusión verbal, una de tantas, con "esa tía" (su madre) la solventó tomándole por el cuello y esgrimiéndole un cuchillo. Ella, "la tía esa"(su madre) tuvo el valor y la sangre fría de aún sabiendo el peligro inminente que corría, decirle que hiciera las maletas y se fuera. Por segunda vez se ve en la dura tesitura de poner a su hijo "el niño soldado" en la calle.

    El hijo le causó maltrato psicológico "brutal" contra su madre, golpes y amenaza con una tijeras a su propio hermano en la cocina (personalmente nunca había visto al menor con semejante ataque de pánico ante estos hechos), un resbalón accidental en el pasillo provocó que cuando el perrito se le acercó le propinara tal patada que le originó una lesión ocular con derrame incluido, y pérdida de la visión.”

    El fin de esta historia resulta irrisorio, sorprendente y dramático, pues el hijo denuncia a la madre por malos tratos, cuando en los hechos como pudimos apreciar es al revés, y las autoridades le dieron la razón a este condenando a la mujer. Lo que vemos a través de este caso, es que no solo en Uruguay la justicia es manejada por hombres que se defienden entre sí. En España, país con una alta tasa de casos de violencia doméstica y/o de género ocurre lo mismo. Sencillamente el sistema falla, y naturalmente que con él, falla el conjunto social. De ello no cabe duda. Esta madre como tantas otras, educó debidamente a sus hijos, pero a uno de ellos el orden social le dio herramientas con las cuales se envalentonó, y lo convirtió en déspota haciéndole olvidar los buenos principios educativos dados por su madre.

    Este panorama sirve además para recalcar una vez más, en la necesidad imperiosa de adecuar ciertos órganos de la justicia, a las necesidades tanto de la mujer, como de cualquier ser vulnerable. Es importante precisar, que cuando me refiero a los órganos lo hago en el sentido de comisarías, juzgados, etc. habitualmente dirigidos por hombres que en la mayoría de los casos, no comprenden la real dimensión de los problemas que diariamente se les plantea a nivel de violencia de género.

    No se trata específicamente de mala voluntad, sino que subconscientemente se manejan dentro de los parámetros convenidos por sociedades estructuradas por normas machistas como hemos visto anteriormente en profusión. Por lo tanto, es importante todo lo que se haga sobre la materia. Es decir, talleres de concientización y perfeccionamiento para policías que son obviamente los primeros en tomar contacto con los damnificados (léase victimas) de esta problemática.

    En el 2007 tuve conocimiento (posiblemente a causa de las investigaciones efectuadas para este trabajo) de la realización o puesta en marcha de seminarios y talleres vinculados a este tema, apuntando concretamente a los miembros preventivos. De estos debería surgir el mecanismo que otorgue los márgenes de prevención requeridos para contrarrestar la flagrante oleada de episodios que estamos teniendo, y el apuntalamiento emocional a la/s victima/s. Es bien sabido que todo mecanismo es en definitiva un gran engranaje, el cual debe estar bien lubricado para su correcto funcionamiento.

    Esta ejemplificación la aplicamos a todo conjunto social que se precie de tal. Asimismo, y retomando lo expuesto líneas arriba, también se debe aplicar a quienes conforman los dispositivos que originan (u originarán en este caso) el marco preventorio capaz de aliviar y reducir el número porcentual de victimas.

    Un escenario que se nos presenta como poco frecuente dentro de este enorme abanico, es el referido al acoso sexual que ha sido tema en varias películas, poniendo como victimarias esencialmente a secretarias o compañeras de trabajo, idealizando de esta manera solo a un punto del complejo entramado.

    Pero evidentemente que sufren acoso sexual, hermanas, hijas, sobrinas, etc. Es decir, se da en diferentes niveles, y a los efectos de dar una primera aproximación del tema, lo enfocaré primeramente desde la perspectiva juvenil. El acoso sexual es cualquier conducta o avance sexual no deseado el cual interfiere con el derecho individual a una educación o a participar en actividades escolares. En la escuela, el acoso sexual puede ser un resultado de palabras o conducta sexual que provoque y ofenda, marque con estigma, degrade, le de miedo a la victima, o se recurra a amenazas de cualquier índole, a fin de cometer el acoso.

    El acuerdo no es necesario. El objetivo del acoso y el perpetrador (el que hace el acoso) no tienen que coincidir en lo que va a pasar. El acoso sexual es subjetivo a ser definido por la persona acosada. Este puede pasar una o más veces. Ser el objetivo del acoso puede causar temor al ir a la escuela o dificultad en concentrarse. Los incidentes de acoso sexual pueden causar que la víctima se sienta incomoda, apenada, o amenazada, y en victimas de escasa edad se da el evidente efecto de que esta quede con un fuerte shock, el cual a su vez suele conducir a estados traumáticos.

        En cuanto al acoso sexual en el ámbito laboral, fueron las feministas estadounidenses quienes a mediados de los años 70 acuñaron el término sexual harassment, denunciando la existencia de chantajes sexuales en el ámbito laboral que eran considerados comúnmente como conducta “normal” y logrando, finalmente, el establecimiento de la primera legislación contra el acoso sexual en el trabajo en la segunda mitad de esta década. Posteriormente, estas actuaciones se fueron exportando a otros países, primero a aquellos de sistema jurídico anglosajón, después a otros países industrializados, especialmente europeos, y en tercer lugar a otros países de cultura occidental, como los hispanoamericanos. Naturalmente cada país ha abordado el problema en consonancia con su tradición jurídica, según se puede desprender del análisis realizado por los autores De Vega en 1991 y Lousada en 1996.

     En el caso de Gran Bretaña, y como señalan Wise y Stanley (1992), la aparición de acoso sexual como problema social puede datarse en 1986 y se debe a la actuación de un sindicato.

    Concretamente, en este país a finales de los años 70 habían aparecido en la literatura feminista algunos comentarios sobre acoso sexual, pero no se volvió a hacer mención explícita al tema hasta el momento en que un sindicato británico, la “National Association of Local Government Officers (NALGO)”, comenzó a tratarlo como merecedor de la intervención sindical, y realizó en 1981 una publicación sobre informes de encuestas realizadas por el sindicato sobre el acoso sexual en el gobierno local en Londres y Liverpool. Inmediatamente después de esta primera publicación se realizaron otras incluyendo una serie de instrucciones propuestas por la Comisión Nacional para la Igualdad de Oportunidades de la NALGO para enfrentar el acoso sexual en el trabajo; nuevos estudios realizados en esta ocasión en el Departamento de Tesorería de la ciudad de Liverpool que indicaron que el 52% de las mujeres y el 20% de los hombres encuestadas/os habían sido objeto de acoso sexual en el lugar de trabajo; nuevas definiciones de qué comportamientos constituyen acoso sexual; nuevos consejos prácticos sobre lo que hacer para evitar/contrarrestar el acoso, etc.

    Junto a la cobertura de este tipo de noticias, entre fines de 1981 y comienzos de 1982, diversos medios de comunicación locales iniciaron un proceso en el que “recatalogó el acoso sexual como una conducta sexual natural de ciertos hombres un tanto fuera de lo común (con inusitados apetitos sexuales, que elegían equivocadamente a quien hacer objeto de sus atenciones, con cierta incapacidad para controlar los sentimientos masculinos normales, etc.). Todo ello dio lugar a un buen número de artículos escritos en clave de humor en los que se ofrecían anécdotas de hechos ocurridos en lugares de trabajo.”

    Al mismo tiempo, y junto con la actividad que continuaba desarrollando la NALGO, y según indica el trabajo de Bosh  y Ferrer “se desarrolló una “Campaña por la Igualdad de remuneraciones y oportunidades” que difundió consejos prácticos sobre las medidas que podían tomar las mujeres en relación a los hombres acosadores en sus trabajos, y que sostenía que las leyes relativas al empleo (1978) y a la discriminación sexual (1975) podían ser el camino para dar respuesta jurídica a este tipo de conductas. De esta manera los tribunales comenzaron a sancionar las conductas de acoso sexual como conductas discriminatorias.”

    En nuestro país mientras tanto, y más específicamente desde la IMM se promulgó el 27/12/1999 el decreto nº 28.942 resolución 4924/99 desde donde se define el comportamiento de acoso sexual en la forma que se indica; se dispone que todo jerarca tendrá la obligación de respetar la dignidad e integridad moral de los funcionarios de su dependencia y la responsabilidad de mantener condiciones de respeto para quienes cumplen funciones en el mismo; se dispone que las sanciones por acoso sexual se aplicarán según la gravedad del hecho de conformidad con los Arts. D. 140 y D. 141 y que el Departamento de Recursos Humanos y Materiales deberá desarrollar una política activa que prevenga, desaliente y sanciona las conductas de acoso sexual, de la manera que se establece.

    Tomemos ahora como ejemplo o modelo de sociedad donde se trabaja el tema profusamente España, que en una reforma del estatuto de los Trabajadores (1989) se introdujeron previsiones relativas al acoso sexual.

    “Pero para que ello ocurriera –según señalan Bosh y Ferrer- fue preciso que algunas organizaciones sindicales y el Instituto de la Mujer iniciaran un proceso divulgativo sobre el tema, que actuó como forma de presión para que se llevara a cabo la reforma mencionada (Martínez, 1995) y que incluyó, entre otras cosas, la publicación en español del “Código de conducta para combatir el acoso sexual” (Comisión de las Comunidades Europeas, 1992), la elaboración del estudio de Mercedes Calle, Carmen González y Juan Antonio Núñez titulado “Discriminación y acoso sexual a la mujer en el trabajo” (1988).

    Así en el nuevo Código Penal español, aprobado en noviembre de 1995 (BOE nº 281 de 24-11-95) y que entró en vigor en mayo de 1996, se incluye un artículo, el 184 que recoge el tema del acoso sexual del modo siguiente: “El que solicitare favores de naturaleza sexual para sí o para un tercero prevaliéndose de una situación de superioridad laboral, docente o análoga, con el anuncio expreso o tácito de causar a la víctima un mal relacionado con las legítimas expectativas que pueda tener en el ámbito de dicha relación, será castigado como autor de acoso sexual con la pena de arresto de 12 a 24 fines de semana o multa de 6 a 12 meses”.

       En cualquier caso, a partir de su inclusión en el nuevo código penal español, desde el enfoque analítico, podemos afirmar que el acoso sexual ha sido considerado y reconocido como un problema social o una cuestión social de nuestra época, de la misma manera que también lo han sido anteriormente el abuso sexual a menores o los malos tratos domésticos, a los que nos hemos referido en apartados anteriores.
 Sin embargo, aún existen serias dudas sobre qué comportamientos son o deben ser considerados como acoso sexual.

    En este sentido, cabe recordar que las investigaciones sobre el tema muestran que la percepción de lo qué es o no acoso sexual varía sustancialmente si quien realiza esta apreciación es potencial agresor o potencial víctima del acoso, según apreciaciones de Bosch y Ferrer desde otro trabajo publicado en 1999.

    Por su parte, Carmen Palmieri expresa desde un artículo publicado en la revista Tertulia de Guatemala, que el tema del acoso sexual “no se puede abordar sin levantar comentarios apasionados, aunque no siempre sean a favor de que exista una ley que resguarde a todas las mujeres -jóvenes y no tan jóvenes- de los avances perniciosos de algunas personas sin escrúpulos ni moral que, a falta de los atributos necesarios para buscar una relación de pareja saludable, utilizan el poder que ejercen en sus lugares de trabajo para forzar situaciones de carácter sexual que les otorguen satisfacciones a sus empobrecidas personalidades.”

    Más allá de constituir un tema vinculado a la violencia doméstica y/o de género, resulta difícil su manejo y tratamiento dentro de los hogares, “porque a lo mejor la madre nunca ha trabajado fuera de su hogar “–indica Carmen Palmieri-“ y el padre evita hacerlo por machismo, por temor a no saber cómo manejar este tipo de problemas o porque él a su vez utiliza este método de "conquista" y tampoco se aborda en la mayoría de lugares de estudio, nuestras jóvenes deberán averiguar a través de la experiencia propia o por consejos de compañeras de trabajo de qué se trata el ser acosadas
sexualmente por un jefe o compañero de trabajo.”

    Y no olvidemos que muchas veces el propio padre es el acosador dentro del hogar, sin llegar al extremo paupérrimo del incesto. En este aspecto cabe señalar que tanto acosa a la esposa o pareja, como de igual modo lo hace con la/s hija/s u otro integrante femenino del grupo familiar. En el peor de los casos acosa también a algún componente masculino, hijastra / o sobrina / o etc. pero este esquema ya ronda otras facetas de gran  complejidad a la hora de su tratamiento y/o enfocamiento.

    Citando explícitamente al arquetipo del acosador, reitero que en cualquier caso, se trata evidentemente de cuadros o episodios contextualizados dentro del orden de la violencia de género.

    ¿Existe algún orden al respecto? Si lo miramos fríamente seguro que atinamos a decir que no, pues en algo desorbitrante y arbitrario no puede haber orden. Sabemos que toda clase de violencia se pauta por el desorden y el caos en grandes y pequeñas dimensiones.

    Sin embargo, tomando como punto de correlación a la vida misma que se basa precisamente en diversos fundamentos, apreciamos que la violencia necesita de un orden para poder desarrollarse. Dicho orden es el articulador funcional desde el cual emergen los procesos y episodios violentos. Se trata entonces del basamento estructural tanto de los hechos procesales.

    Vimos oportunamente que todo ello también obedece a factores culturales, que como tales se consustancian con los niveles de educación pertinentes, y así desembocamos en la correlación de ambos factores. Debo precisar que la víctima puede carecer o no de un buen nivel cultural, y caer literalmente bajo las garras de ese ser astuto que se convierte de hecho en victimario.

    Para ejemplificar este aspecto, cito uno que me tocó vivir como espectador.

    En el mismo observaremos que existen excepciones a la regla, ya que la protagonista es una profesional, y obtuvo de parte del núcleo familiar la educación acorde de la clase media uruguaya, regida por los parámetros considerados como normales desde la perspectiva diríamos de las “buenas costumbres”. El caso de esta joven resulta interesante, pues como veremos, pasó por diferentes formas de violencia.

    Cristina tenía en ese momento, 1995, treinta y dos años. Había llegado de un departamento del interior del país, y con el sacrificio económico de su padre hizo la carrera de odontología. Puso un consultorio en la misma casa donde residía en Montevideo, a pocos pasos de la mía lo que me posibilitaba no solo el hecho de considerarla mi vecina, sino de apreciar el devenir de los acontecimientos de que sería protagonista y víctima.

    Trabajaba muy bien, tenía una buena clientela de pacientes, pues su carácter era muy bueno y demasiado inocente pese a su edad y profesionalismo, lo cual como veremos, no juega ningún rol protector a la hora de sucumbir en la telaraña ideada por el victimario.

    Éste se hizo presente en el barrio como cuidador de coches. Se trataba de un joven entre 35 a 40 años. En los primeros tiempos solo vigilaba a las personas, recabando información de cada uno de nosotros.

    Cuando vio que Cristina era víctima fácil, se acercó hacia ella diciéndole que la conocía de la Facultad de Odontología, y que él no pudo culminar la carrera, ya que su padre había fallecido y tuvo que salir a trabajar para ayudar a su familia. Le planteó una historia dramática, con el propósito explicito que la joven se compadeciese, y de esa forma él pudiera ingresar a su vida y a su casa.

    Cristina creyó en él, en esa historia hábilmente inventada, y cayó en la red que aquel hombre le tendió. Una vez dentro de la casa, comenzó el proceso de dominación que ella lógicamente no percibió. Le solicitaba dinero con el pretexto de ayudar a su madre, a quien Cristina nunca conoció.

    La empezó a aislar de sus amistades, así él trabajaba más tranquilo. La apartó de su familia, él imponía lo que debía hacer y lo que no. La introdujo poco a poco en la droga, y luego supimos que también en la prostitución.

    La joven se sentía sola. Cuando su hermano le hablaba por teléfono, el sujeto le hacía decir que estaba muy ocupada atendiendo a pacientes, y que debía colgar. Así, el hermano comenzó a sospechar que algo raro estaba sucediendo. Aunque en sus escasas visitas a la casa, ella le decía que era un buen vecino, no se lo terminaba de creer. Todo iba aumentando, la presión, la soledad, la vigilancia y las ganas de gritar lo que le estaba sucediendo. Pero por supuesto que él la sometía, y esas ganas que sentía quedaban ahogadas en el sometimiento.

    El hermano le habló por teléfono para decirle que la esperaban para el cumpleaños de la hija de éste, a quien Cristina adoraba. Sin embargo, no asistió. Ante esto, el hermano se puso en comunicación con una de las mejores amigas de Cristina, y le narró lo que había sucedido y lo que él sospechaba. Ante esto, la amiga llamó por teléfono a la joven diciéndole: “O vienes tu o voy yo a tu casa.” “No, mejor voy yo” expresó Cristina, y dándole una excusa al sujeto pudo ir sin que éste se opusiera.

    Tras narrarle a su amiga por lo que estaba pasando, ésta no solo se lo contó al hermano, sino que efectuó la denuncia bajo los rótulos de incitación a la droga, posible causa de prostitución y privación de la libertad. Si bien el sujeto fue preso, Cristina tuvo que ser puesta en manos de psicólogos durante unos meses, y actualmente reside en su  ciudad natal.

    Quien sí adolece de educación es el victimario, más allá de que este se encuentre situado dentro de la escala socio – económica denominada como media o alta. La falta de educación se da en el hecho específico del comportamiento frente a la sociedad y, naturalmente, frente del núcleo familiar, o mejor dicho dentro de éste.

    Encontramos por lo tanto, personas de grandes cualidades culturales, que sin embargo, llevan un comportamiento discorde y atroz. Todos sabemos que por lo general, las personas de clase media y alta dejan en manos ajenas el cuidado y educación de sus hijos.

    Posiblemente las niñeras cumplan algunas veces mucho mejor la tarea educativa que la propia madre o padre. Pero no cabe duda de que ese reemplazo resulta muchas veces atentatorio contra la formación del niño, quien se cría sin la presencia y asistencia de sus progenitores. Sabemos también que actualmente las madres salen a trabajar, y cuando no tienen una abuela a mano deben contratar, si pueden hacerlo, claro está, a alguien ajeno al hogar, o bien ponerlos en las guarderías infantiles, lo cual ya se ha convertido en algo folclórico, si se me permite decirlo así, lo mismo que lo de las abuelas. Los niños entonces viven en una época signada por las guarderías y por las abuelas.

    Quizás el lector piense que me he contradicho al hacer este planteamiento. Pero lo que deseo dejar subrayado, es que el victimario se conduce de dos maneras culturalmente hablando, mientras que la víctima lo hace generalmente de una, la de su propia manera de ser o de estar criada.

    Lo concreto es que, como hemos apreciado, los patrones de conducta se forman en la etapa de la niñez y adolescencia, y de ahí entonces se proyecta la educación que a lo largo de su existencia pautará la misma, quedando bien en claro el hecho de que no por haber transitado por una correcta educación, se puede actuar del mismo modo.