1 - Anatomia de la violencia

 

    Si debiéramos contextualizar a la violencia doméstica; incluida la  de “género”, como se la denomina desde hace poco tiempo; con precisión, no podría hacerlo,  por cuanto el fenómeno en sí mismo proviene de los orígenes de la humanidad, aún en su estado más primitivo pese a factores de contención, que iré describiendo y analizando. Éstos son elementos de indudable importancia a la hora de apreciar en su real dimensión el tema que nos ocupa, y asimismo integran lo que me permito denominar como anatomía.

    Dentro de ésta, veremos de forma explícita e implícita a la vez, las formas antagónicas de la violencia en general, generada por grupos humanos para aminorar lo que ya en las décadas de los 60 y parte de los 70 se percibía  como una fuerte e intensa escalada que haría cambiar paulatinamente, el modo de vida considerado normal desde la misma contextura social.

    Por lo tanto en primer término, esbozaré una tímida pero a la vez profunda anatomía de la violencia a nivel general e histórico, ya que todo fenómeno social posee estructuras que componen el escenario en el cual se van desarrollando. Existen y subsisten diversos escenarios desde los cuales se vislumbran los procesos que se dan dentro del complejo contexto de la violencia a nivel general, pero teniendo como objetivo de este libro la que se da en el ámbito doméstico con todas las consecuencias que ello provoca en los diferentes niveles, algunos de los cuales se refuerzan entre sí.

    La anatomía de dicho fenómeno, consta de elementos muy diversos que van encajando uno tras otro, hasta la conformación plena de los procesos violentos que se generan de hecho en núcleos sociales, provocando de manera casi exprofesa los cuadros o episodios de violencia doméstica y/o de género. 0 Se llevan a la práctica, en módulos de interacción que más adelante observaremos con más detalle.

    Dicho escenario ofrece contundentes ribetes que aparecen desde la prehistoria misma, los cuales crean vínculos asociativos hacia la violencia en su más clara esencia. Ribetes sólidos que nos harán percibir en su más amplia dimensión, lo que se quita en momentos de extrema violencia, ya que a la humanidad se le saca entre otras cosas, algo tan valorable como la tranquilidad, siendo por consiguiente uno de los valores fundamentales, y por lo tanto como es obvio suponer, nos encontramos ante la más completa desvalorización de todo el esquema de los valores humanos. Generalmente con uno que se descomponga, se descomponen los demás.  Personalmente, lo considero un tremendo atentado que hace su impacto en quienes literalmente lo absorben. Cualquier acción violenta se traduce en impacto.

    Según el diccionario de la Real Academia Española, nos ofrece cuatro definiciones de la palabra violencia, que servirán de introducción al tema, y que evidentemente, desde el punto de vista explicativo, otorga una importante  ayuda semántica. A partir de estas definiciones tendremos una apreciación más clara desde el punto de vista académico.

    Veamos pues las definiciones, que surgen del latín violentĭa observándose que en la cuarta definición, se hace referencia implícita al tema que se desarrollará a lo largo del presente trabajo. Así también se tiene en cuenta el aspecto inherente a la cualidad si cabe el término, del accionar violento:

         1. f. Cualidad de violento.

2. f. Acción y efecto de violentar o violentarse.

3. f. Acción violenta o contra el natural modo de proceder.

4. f. Acción de violar a una mujer.

 

    El ser humano surgió en el planeta, con una gran carga permisiva de violencia, que se ha ido canalizando de diversos modos, principalmente como forma de desahogo frente a fuertes tensiones y presiones que se han venido desarrollando a lo largo de la Historia. Partiendo desde la prehistoria, observamos que el hombre poseía grandes temores al enfrentarse a procesos desconocidos, desde los cuales se fueron generando mecanismos de auto ayuda y protección, a fin de contrarrestar un estado de ansiedad profundo.

    El mecanismo de mayor utilización que desplegó el hombre prehistórico frente a situaciones extremas de miedo o temor, consistió primariamente en la utilización genérica de la violencia, construyendo dentro de él la fuente para alcanzar el nivel de poderío necesario a fin de que el temor no lo derribase.

    No se tenía evidentemente mentalidad suficiente para discernir, y así separar el bien del mal, en relación a la aplicación de la violencia como forma de transgredir fronteras lógicas, que por supuesto aún no estaban estructuradas como tal. Los procesos de violencia se han ido multiplicando y precisando de acuerdo a los requerimientos que se hacen de la misma.

    En un primer momento, se aplicaba con el propósito de subsistir, delineando límites dentro de los cuales se crearon lo que se podría denominar “Primitivas Micro Sociedades”, donde los machos constituían el eje polarizante, y por consiguiente, los demás miembros o componentes del clan o tribu tenían que atenerse a ciertos límites predispuestos por estos.

    Además de ello, representaban ante otras tribus una barrera mediante la cual a otros seres se les imposibilitaba ingresar. De esa manera aparece en el escenario, lo que siglos más tarde se perfeccionaría con consecuencias lamentables: el machismo. Observemos entonces cuales son las características del macho, de ese ser que arremete contra todo, creyendo falsa y erróneamente, que por ser más macho es más hombre, auto inculcándose que él es el jefe, y lo que dice se debe hacer pese a no encuadrar dentro de la normalidad. Se nota desde ya en estas características, lo que más adelante expondré como perfil del victimario, profundizando en ello lo más que pueda. Pero sintéticamente, lo apreciamos aquí.

1) Jamás expresa sus sentimientos (salvo el enojo y la ira).
2) Siempre ordena.
3) Se las sabe todas (no puede permitirse un error).
4) Debe poder con todo.
5) Piensa que la responsabilidad de la casa es sólo de la mujer. Darle una mano con los     hijos o las tareas es rebajarse.
6) Lo único importante es que él alcance la satisfacción.
7) La mujer sólo está para servirlo. No debe hablar ni pensar (porque no sabe hacerlo).

    El medio primitivo generaba violencia contundente, como consecuencia de la creencia por parte de los machos, de ser los jefes y amos no solo del conjunto, sino específicamente del otro sexo, a quien no solo defendían sino que amedrentaban de diferentes maneras.

¿Cambió este comportamiento? No. Inclusive aumentó y en cierta forma se perfeccionó, coartando la libertad del sexo femenino, pese a una evolución consustanciada desde hace pocas décadas.

    ¿Por qué el hombre es violento? Líneas arriba he deslizado la respuesta, que es mucho más profunda y compleja, situándose en esquemas individuales y grupales según la situación de cada ser, desde su propia perspectiva. Es decir, abandonando al hombre primitivo, y sumergiéndonos en la contemporaneidad, encontramos que la violencia imperante, proviene de  raíces familiares, y por consiguiente del medio social en que ese ser está inserto.

    Pero además, ese comportamiento obedece en algunos casos al deseo de ascender en los escalones sociales, produciéndole una ceguera por la cual literalmente se lleva todo por delante. Un claro ejemplo se aprecia tanto en la época de los faraones, durante el Imperio Romano, y en períodos posteriores. Como las épocas han ido evolucionando, también lo ha hecho la forma de actuar violentamente, pese a que ello constituye un estancamiento (por no decir involución) a escala social.

    Estas son de la más amplia diversidad, pero si observamos el hecho que constituye el deseo del poder, indudablemente que surge como factor concomitante, las guerras y conflictos bélicos de la más variada especie, a fin de obtener algunos propósitos concretos.

    El ser humano es ambicioso, y por ello genera estados conflictivos que hacen perturbar el medio en el cual vive, transmitiendo de modo automático dichos estados a sus semejantes, creando una espiral virulenta en la cual todos nos vemos envueltos. A la vez, se da un hecho interesante dentro del comportamiento humano, a causa de frustraciones que puede arrastrar por tiempo indefinido.

    Al no poder lograr una cierta meta, el hombre (macho) se frustra, lo cual apareja complicaciones serias como irritabilidad, depresión, etc. Ello conduce directamente a procesos de violencia generalizada, que se canalizan a través de mecanismos liberadores. Dicho en términos grotescos,  el hombre se la agarra con el primero que encuentra en su camino, olvidándose naturalmente de todo precepto que redunde en comportamientos acordes con el ámbito social.

    Por lo tanto, se aísla de él provocando y generando lo que podríamos denominar bola de nieve, que culmina en la práctica de la violencia. A lo largo de la historia universal, observamos personajes relevantes que se hicieron famosos precisamente por ejercer prácticas violentas. Si observamos su genealogía apreciamos que provienen de medios familiares convulsivos, donde lo cotidiano era la violencia, o simplemente núcleos familiares disgregados y destruidos en su raíz.

    Cuando niños vamos absorbiendo lo que se nos proporciona. Somos incapaces de discernir naturalmente lo bueno de lo malo. Somos seres recopiladores e imitadores. Si vemos que nuestro padre castiga a nuestra madre, esa escena como tantas otras, se almacena en nuestro cerebro, y en algún momento la imitamos con nuestra pareja. De igual modo ocurre si alguno de nuestros padres nos golpea. Posiblemente haremos lo mismo con nuestros hijos en cierto momento, no por maldad, como se puede creer, sino como reflejo de nuestra niñez, ya que tanto en la pareja como en los hijos se nos presenta nuestra infancia.

    Se trata lógicamente de espejos retroactivos de nuestra existencia. Descargamos en ellos la dosis de ira que se acumuló en nuestro cerebro desde los primeros años, siendo evidentemente el generador de ello el medio que nos rodeó oportunamente. Tomemos un ejemplo contemporáneo y conocido por todos: Adolf Hitler.

    Tuvo una infancia tremendamente conflictiva en diversos entornos, lo cual sembró en él un campo muy fértil de ira hacia la sociedad en su conjunto. Escondió tras la fachada despótica que dio a conocer a la humanidad, todo un ser característico de profundas desavenencias originadas en el seno hogareño. En él, tomamos la figura paradigmática de quien sufre en la infancia. Su sufrimiento lo plasma sádicamente en la sociedad que es, en definitiva, quien lo creó caóticamente.

    En la Historia encontramos desde luego muchos déspotas, a quienes unen al menos dos cosas en común: una infancia mal conformada, y el ansia de poder que si se quiere, está íntimamente ligado. Deteniéndonos en este aspecto, resulta interesante observar el juego psicosomático que se da en esta relación, ya que al haber vivido el período de formación de nuestra existencia, es decir la infancia, con serias carencias de valores puntuales, el niño crece evidentemente con severas secuelas, que si no son tratadas o procesadas adecuadamente, generan en el ser episodios radicalizados que se tornan en profundos estados de violencia.

    Se pueden procesar de diferentes modos en la actualidad. Generalmente se lleva a los niños a profesionales especializados, psicólogos, psiquiatras, que dan y trazan pautas a fin de llevar al ser a un equilibrio determinado. Pero debo decir que antes de Freud y su escuela de psicoanálisis, los sistemas procesales eran puestos en práctica desde perspectivas antagónicas, donde fenómenos contextuales como la ira, la apatía, la irracionalidad, constituían por decirlo de alguna forma la canalización y el desahogo de esos seres.

    Se conformaban así personas despóticas que mantenían bajo su dominio tanto a grupos sociales como individuos. En el primero de los casos, me refiero a conjuntos que formaban  tribus, naciones e incluso civilizaciones enteras que eran literalmente transportadas al menoscabo de su identidad. En ese transporte se desconfiguraba todo contexto identificatorio, y ello sucedió también en la historia reciente de una gran cantidad de países que vivieron épocas oscuras de dictadura implantada desde luego por hombres con las características descriptas. A lo largo de la historia tropezamos con estos seres que desahogaban sus conflictos generados a nivel familiar durante la niñez, manteniendo bajo su yugo a las sociedades.

    Creyéndose dueños y señores de vidas ajenas, canalizaban esa especie de odio que fueron cultivando por obra y gracia de la convivencia familiar, que no era otra que la generada por la sociedad. Los seres que llegaban al poder, hacían pagar su desdicha al medio que lo engendró.

    Así, de un modo totalitario y rígido se convertían en jefes supremos que implantaban el terror, esa sensación que ellos sufrieron en algún momento de su existencia, principalmente en la niñez. Ejerciendo el poder de ese modo, canalizaban lo que fueron recabando durante la infancia. Aclaro que no me refiero a nadie en concreto. Tampoco puedo ni debo generalizar en torno al hecho de quien tuvo una mala niñez se convierte automáticamente en un ser irascible y despótico.

    Convengamos, eso sí, en que la niñez es el momento de nuestra existencia en el cual se almacena en el cerebro casi todo lo bueno y lo malo, siendo a partir de ahí que vamos corporizando nuestra forma de ser y de comportarnos frente a la sociedad. Aquí es donde podemos apreciar un círculo, o un “Dame y yo te doy” pues si el conjunto social nos da cordialidad, por ejemplo, daremos cordialidad cuando corresponda. Pero si nos da desprecio, de modo defensivo daremos desprecio.

    Líneas arriba deslicé las formas de procesar ese odio, proponiendo en la actualidad los diferentes mecanismos que ofrece la psicología, quedándome pendiente la manera a través de la cual el ser de forma individual, puede lograr ese proceso. Para ejemplificar ello, voy a narrar un caso, una historia de vida que si bien es puntual, lo vemos muchas veces de manera generalizada, especialmente en la época que podríamos denominar contemporánea.

    Una pareja se separó y el padre se llevó al hijo. Lo puso en un colegio de pupilo, viéndolo solamente los fines de semana, y por escaso tiempo. Se lo llevó a otro país, por lo cual la madre no lo podía visitar. No solo perdió el vínculo materno, sino que también se generó en él un serio conflicto, al no haber construido debidamente su niñez. Ya de adulto, el padre se negaba a explicarle aspectos inherentes, no teniendo por consiguiente el mapa necesario para poder reconstruir y transitar por esa oscura etapa que sus padres, por divergencias personales, le obligaron a recorrer.

    Actualmente se encuentra en un estado en el cual trata de recopilar diferentes datos, con los cuales poder conformar su mapa personal. Es evidente que su mente se encontró durante muchos años en un estado de shock profundo. Más adelante veremos las posibles secuelas que dejan los shoks en la mente humana. Debo decir que en la recopilación de este caso, los datos que permitan aunar los diferentes vínculos, es una de las técnicas aplicables desde fuera del entorno de los especialistas. Es decir, se trata de una técnica individual, que requiere un esfuerzo de parte de la persona a fin de obtener el mejor resultado. Se trata sin lugar a dudas de salir de la confusión sin caer ni en cuadros depresivos muy comunes en estas circunstancias y menos aún,  convertirse en un ser violento e irascible.

    Pero veamos otro caso dentro de este contexto, que bien merece ser analizado detenidamente. Me refiero al compositor Ludwig Van Beethoven, quien tuvo su niñez marcada por la violencia. Su padre, alcohólico, le propinaba severas palizas, al punto que le originó una lesión en un oído, que con el devenir de los años le causó sordera total. Beethoven se refugió en la música, canalizando a través de ella todo el peso que  acumuló en sus años de niño.

    Sin embargo, no pudo procesar adecuadamente las pautas emocionales contrarias a lo que denominamos como normal. Era un ser taciturno, cobijado por el afán creativo que muy posiblemente le otorgaba cierto alivio en su densa existencia. A través de él, de su historia vemos por primera vez un caso de violencia doméstica, dentro de un periodo de la historia donde mayormente se optaba por esconder dichos hechos. Muchos artistas, compositores, escritores y pintores tuvieron una niñez difícil en el plano afectivo, y generalmente sus diferentes obras se convertían en vínculos de escape y canalización para contrarrestar la carga negativa que yacía en ellos. Es una diferencia destacable frente a los seres que tuvieron iguales patrones, pero que se convirtieron en déspotas.  

    En diferentes escenarios históricos, podemos observar secuelas generalmente profundas que derivan en trastornos. Como bien sabemos, la violencia en cualquier fase no es ningún hecho aislado ni espontáneo. Se da por los elementos mencionados y por circunstancias múltiples de acumulación de procesos que corroen tanto al ser humano como a la sociedad en que se encuentra inserto. Existen de hecho comunidades muy violentas que originan, obviamente, seres violentos.

    Demos un vistazo a esas circunstancias, a fin de entender porqué se dan dichos procesos. La ira, el egoísmo, el ansia de poder, el deseo de querer abarcar cada día más, y encontrarse frente a barreras que impiden ir más allá de lo deseado, deriva en construcciones iracundas y frenéticas, incrustando por consiguiente en ese entorno violento al ser humano. Se trata evidentemente de sentimientos cuyas raíces hallamos en el ámbito antropológico, teniendo en cuenta que la familia y su evolución, se hallan dentro de ello, y por lo tanto, el ser suele adoptar esa actitud como forma de contrarrestar lo vivido, y asegurarse de no pasar nuevamente por esas experiencias.

    A todo ser que se  le brinde grados de irascibilidad, procesará dentro de él ese sentimiento. Asimismo, el no desear un hijo o una hija, produce el efecto obvio y evidente de rechazo. Cuando se le moldea tanto en el área educativa como social, se le trasmite dicho sentimiento, el cual se traduce en igual fenómeno. Por otra parte, debo señalar que por cierto grado instintivo, el ser se criará con una fuerte carga de egoísmo, proveniente de su frenética desesperación al sentirse literalmente solo frente al mundo.

    Estos sentimientos son en definitiva, mecanismos de auto defensa en un conjunto social adverso a los parámetros posiblemente preestablecidos por alguien, pero que en la práctica no se cumplen. En los hechos de violencia que pautaron la historia de la humanidad hasta el presente, se observa el círculo mencionado anteriormente, y la consabida espiral de violencia que en definitiva atrapa a todos, porque convengamos que de una forma o de otra, todos en lo más hondo de nuestro ser, poseemos pequeños grados de irascibilidad que si son alimentados por los demás, crecen de manera significativa.

    Pero además, debemos centrarnos primeramente en que dentro de la referida espiral, subyace una especie de imán. Dicho imán es, o puede serlo muchas veces, el sentimiento de ira, que se ve retroalimentado por todo el esquema en el cual estamos insertos. Para ejemplificar esto tomemos como escenario una batalla,  donde además del hecho de defendernos del adversario, vemos y sentimos a nuestro alrededor un campo fertilizado por el odio engendrado no en nosotros, simples combatientes que luchamos en pos de un algo promovido por terceros, sino justamente por quienes pautaron y crearon el conflicto en toda su magnitud.

    El odio trasunta fronteras, particularmente concomitantes con áreas puntuales del ser humano, siendo evidentemente un sentimiento bajo el cual quedan vulneradas las diferentes estructuras sociales. No cabe duda de que una sociedad sumergida en el odio, sea cual sea la causa, se estanca en ese estado no viendo hacia delante, es decir hacia el futuro. El generador de ese sentimiento es el mismo ser humano, que va vertiendo de manera paulatina el odio en el conjunto social, obteniendo como recompensa literal la reversibilidad. Es lo que expresé anteriormente: “Dame y te doy”.

    Según lo que me des, eso recibirás. Y no se trata de una regla atribuible a segmentos que realizan supersticiones y similares, sino que se encauza en reglas elementales del comportamiento social. Así entonces, al dar odio hacia el entorno social, recibiremos el mismo sentimiento.

    Nos encontramos así ante un efecto multiplicador, que por defecto va germinando en el conjunto social. Este sentimiento es uno de los componentes básicos de cualquier estado o cuadro de violencia, que se debe sopesar ya que a mayor volumen de odio, mayor será el volumen de violencia, llegándose en ese aspecto a importantes y notorios porcentajes, si bien es cierto que no se puede medir ni delimitarlos con exactitud.

    El sentimiento de odio fluye en el ser humano de una forma no espontánea. Como bien sabemos, se genera por el mecanismo de reproche y rechazo al medio. Quien odia está inserto en áreas de angustia y apatía, las cuales van superponiéndose hasta llegar a ello. Tenemos bien en claro que nadie nace odiando. Ello se va creando (o no) en la medida en que se nos eduque, no solo en la parte estricta de la enseñanza, sino en el plano específico del comportamiento humano.

    En las fases o episodios bélicos que sufrió y sufre la humanidad, el odio hacia el semejante juega un rol muy importante, por no decir fundamental. Este genera disturbios profundos, de imprevisibles consecuencias, sino fuese posible ya conocer la sintomatología del mismo.

    Más allá de cuestiones religiosas, vemos en los católicos el primer ejemplo de dicho sentimiento entre los personajes bíblicos Caín y Abel. Ellos se han convertido en íconos o referentes puntuales a la hora de marcar o señalizar el concepto de dicho sentimiento, que es ni más ni menos el comienzo de todo proceso que conlleva a la violencia.

    Los diferendos multilaterales llegan a su grado de expansión contextual, como consecuencia directa de sentimientos de odio y resquemor entre los seres humanos. El odio no es un sentimiento centralista, por cuanto en él yacen y subyacen otros no menos importantes, como la ira en su grado máximo y el deterioro de los diversos valores humanos. El odio en su expresión más pura, resulta sin lugar a dudas una fuente genuina de desvalorización humana, desde la cual se crean los diferentes vínculos que conllevan de hecho a los procesos más diversos de violencia, tanto individual como general. Él  genera todo ese estado de alteración que una vez activado resulta muy trabajoso neutralizar.

    Podemos apreciar que surge un nuevo componente en el escenario de la violencia y es evidentemente, la alteración. Para ejemplificar esto plantearé la siguiente situación, muy común por cierto. Dos o más vecinos comienzan a discutir airadamente. La misma se profundiza, y éstos se alteran en grado extremo llevando las palabras al terreno violento. La alteración está en su punto máximo. Es decir,  los episodios de violencia llegan a ser tales como consecuencia directa de las alteraciones acaecidas en el ser humano.

    ¿Por qué me refiero a éstas en sentido plural? Por el simple hecho de que existen y coexisten diversas formas de alteraciones. En el área clínica conocemos alteración mental o de cualquier órgano. En el área sociológica apreciamos alteraciones de conducta, de comportamiento individual y colectivo, que ejercen indudablemente presión en el conjunto social.

    Un conjunto social alterado, promueve situaciones predispuestas al tema de este trabajo, siempre claro está, originado o producido por conductas patológicas o no del orden individual. Al tener, por lo tanto, la referida alteración individual dentro del contexto sociológico, puede aparecer en el área clínica. El ser humano no es permeable a nada, y menos aún a estados estresantes que de forma colateral generan episodios violentos en demasía. Así, tras la generación de éstos, pueden aparecer alteraciones clínicas, dado que como bien sabemos el estrés produce desgaste en algunos órganos, desencadenando desórdenes, enfermedades, etc.

    Evidentemente, éste no es, ni pretende serlo, un libro de medicina. Sí digo que todo se encuentra concatenado de forma tal, que se llega a interactuar de modo casi automático, cuando se superponen las situaciones. Un ejemplo que puede resultar absurdo es el hecho de que cuando estamos en alguna situación limite, nos sube la presión arterial.En resumen, las alteraciones sociológicas crean los vínculos conducentes a factores  de riesgo a nivel clínico.

    A la vez, dichas alteraciones ofrecen el escenario propicio para convertirse en efecto multiplicador, por cuanto al darse en un ser o en varios, éstos actúan como efecto retransmisor, involucrando al resto del conjunto social.

En las sociedades antiguas o en clanes y tribus, se puede apreciar genéricamente que al ser o estar dominadas por una persona o consejo, existía cierta contención, determinada muy posiblemente por factores de temor.

    ¿Acaso hay más de una forma de violencia? Se engloba a todas ellas en el término singular, pero como bien sabemos existen diversas formas que el ser humano aplica a sus semejantes: física, psíquica, sexual, son las tres formas a través de las cuales derivan otras con similar estructura, que me permito denominar sub formas.

    Desde el punto de vista semántico, la violencia es destrucción tanto a nivel colectivo como individual. Se van destruyendo paulatinamente los esquemas creados o concebidos. Cada tipo o clase de violencia, afecta diferentes órdenes sociales, dejando evidentemente que ciertas secuelas, especialmente en el nivel psicológico, destruyan en cierto modo el contexto social.

    Actualmente estamos inmersos en la clase de violencia que otorga o compone la inseguridad. Vivimos ésta de varias formas: económica, física, etc. En ella está presente el temor. ¿Cuántas veces muchos de nosotros no salimos de noche a causa del temor a ser asaltados, a volver a nuestro hogar y encontrarlo desvalijado, a no poder llegar a fin de mes, a no poder hacer frente determinados compromisos?

    Vivimos y convivimos pues bajo un régimen de inseguridad latente. Esto se traduce en procesos de angustia, depresión, impotencia ante lo que se nos presenta, y es así que percibimos contra nosotros, procesos radicales de violencia llegados desde diferentes estratos sociales, en los cuales se afincó desde hace tiempo la inseguridad colectiva. Al sentirnos inseguros, inclusive de nosotros mismos, llegamos a tambalearnos socialmente.

Pero algo queda en claro: la inseguridad suele conllevar a pautas severas de violencia. Nos armamos hasta los dientes para sentirnos seguros, y lo que en realidad estamos haciendo es alimentar el orden social violento, pues de esa manera arremetemos sin darnos cuenta contra todo, y nosotros mismos engendramos la violencia.

    Los seres inseguros se pueden considerar más proclives a realizar actos violentos, al carecer de nivelación psico-social acorde. Precisamente, al desnivelarse caen en diversos cuadros de orden emocional. La violencia en sus diferentes etapas, lleva dentro suyo, factores emocionales adversos al orden preestablecido.

    El orden individual está pautado y concebido desde esquemas estructurados y provenientes por la sociedad misma. Esta es una suerte de espejo en el cual nos miramos, imitando todo lo que de ella emerge,  bueno o malo, pues somos seres imitadores que muchas veces no tomamos plena conciencia si lo que estamos llevando a la práctica está bien o no. En muchas ocasiones nos dejamos llevar por esa retroalimentación basada en este caso, en  la imitación.

    A este respecto nos debemos retrotraer nuevamente a la prehistoria, y apreciar que el Homo Sapiens, así como sus antecesores, se fueron integrando por decirlo de alguna manera al entorno, viendo lo que hacía “el otro” creando una especie de cadena. Si uno tiraba una piedra, el otro efectuaba lo mismo a fin de observar desde su grado de inmadurez mental, si resultaba lo mismo.

    Esta cadena se ha ido dando a lo largo de la Historia, refinándose en los aspectos medulares, y trasladándose a otras áreas. Es decir, el ejemplo de la piedra se amplió de manera considerada y cualitativa, provocando diversos hechos singulares dentro del panorama histórico. En él, observamos que las guerras y conflictos bélicos, se dieron y se seguirán dando por efecto imitativo, desde la perspectiva de ganar y afianzar el poder.

    Los reyes, faraones, generales y presidentes se imitaron e imitan a fin de prolongar y expandir su poderío, ejerciendo presión tanto en los subalternos como en el pueblo, llevando a éste a situaciones extremas y limites, con derivaciones y secuelas por demás terribles.

    Estas situaciones se dan también a nivel individual, haciendo la siguiente precisión,  cuando expreso dicho término lo hago refiriéndome a la persona común que toma por propio instinto todos esos preceptos. Por otra parte, resulta obvio decir que quienes usufructuaron y lo siguen haciendo, el Poder, son seres humanos como cualquiera, diferenciados solamente por ese título o jerarquía que los enmarcan de hecho en otro escalón socio cultural.

    La jerarquización se da en las más diversas sociedades, por ser uno de los componentes básicos de toda construcción socio – cultural tanto civilizada o no, más allá de que actualmente desaparecieron las sociedades incivilizadas, sin perjuicio de lo cual aún podemos apreciar algunas con escaso poder de civilidad, al entenderse por ello el esquema que se manifiesta en un orden retrógrado.

    Las jerarquías se visualizan también entre los mamíferos inferiores, dado que sin ellas se pierde o desvirtúa el equilibrio natural. En toda manada existe un jefe, y no debemos olvidar el hecho quizás obvio para muchos lectores, de que en nuestra fase primitiva lo que hoy somos seres humanos, convivíamos precisamente en manadas especialmente nómadas procurando alimentos.

    Así, el jefe daba las correspondientes órdenes o mandatos, con el cometido de llevar a su contingente hacia lugares donde hubiese alimentos, y de esa forma brindar lo que en la actualidad denominaríamos mayor confort y calidad de vida. Este esquema se perpetuó y trasladó a lo largo de la Historia. En reiteradas ocasiones ello tuvo que afianzarse precisamente por medio de procesos violentos, donde las luchas eran constantes por la supervivencia. Sin embargo, el jefe mantenía no solo el control interno, sino que oficiaba de contenedor.

    En el mundo aparecieron hombres que oficiaron de jefes, llevando a sus pueblos y naciones por buen camino, pero también surgieron de los otros, tal como he mencionado en el caso específico y contemporáneo de Hitler, ejemplo de una niñez distorsionada. Como él, hubo muchos otros que resultaría tedioso nombrar, con grandes carencias en el orden afectivo, lo que les llevó a crear situaciones conflictivas, arrastrando literalmente con ellos a las naciones que gobernaban, y por consiguiente a sus respectivas sociedades, a desastres profundos en sus cimientos, demorando años en recuperar el equilibrio y la solidez obtenida con anterioridad a que dichas personas se irguieran en el poder.

    Eran llevados en buena medida a ese estado, por grandes y graves carencias afectivas, con profundos trastornos psicológicos y psiquiátricos, donde los temores y ciertas fobias se presentaban, haciéndoles caer en cuadros de angustia y depresiones que canalizaban a través del despotismo y por añadidura, la violencia.

    Resurgen en dichos cuadros el ser primitivo que llevamos dentro, y que se hace presente como forma de auto defensa, no solamente ante situaciones extremas, sino como forma de defensa dentro de un medio que lo ha devaluado o marginado. Esas personas se imponen evidentemente con una autoridad suprema, que les hace ser odiados por quienes se encuentran bajo su dominio, volviendo a ser ignorados. Tal como expresé anteriormente, se crea y configura un círculo en el cual subyace la violencia recíproca, promulgando algo tan conocido por todos como es el dicho o sentencia de “La violencia genera violencia” teniendo presente como ya expresé, que la misma no se crea espontáneamente.

    Se van dando los parámetros necesarios para que esta aparezca, y se haga latente dentro del individuo y a su vez, éste la retransmita a sus semejantes, produciendo como dije, un efecto multiplicador que actualmente podemos apreciar en naciones en las cuales existe el terrorismo en cualquiera de sus formas. Cuando decimos terrorismo nos viene a la mente el engranaje que dicho término representa a nivel colectivo, sin pensar que muchas veces se puede dar de una forma más simplista, es decir, en un núcleo familiar donde un solo individuo puede generar y sembrar el elemento del terror, conformando así la temática que me permitiré abordar en este trabajo, es decir, la violencia doméstica.

 Vemos el acelerado avance de este fenómeno social, que si bien se puede haber dado en siglos pasados, quizás por una cuestión de principios por preservar el orden y la integridad moral, lisa y llanamente eran escondidos y reprimidos de tal forma que cuando se conocía algún caso de estas características,  lo condenaban, pero no con la auténca severidad que se debía aplicar. De haberlo hecho no se estaría ante este avance desmesurado del problema.

    ¿Qué se hacía entonces? Se tenía escaso criterio al respecto, y como dije se mantenía dentro de cierto hermetismo para resguardar y preservar la integridad y el honor del hogar. No debemos olvidar que hasta hace pocas décadas, se mantenía en alto ambos conceptos y se prefería callar, e incluso dar vuelta la cara literalmente, antes de presentar en sociedad un hecho de estas características, que hacía caer el prestigio del hogar como institución.

    No cabe duda de que se cometía un grave error al no exponer ante la sociedad dichos casos, que si bien eran aislados como consecuencia de un mayor respeto hacia el orden familiar, evidentemente existían.  Hay que tener en cuenta el hecho de que se colocó socialmente al hogar y a la familia en el contexto institucional, y como tal se planteó la necesidad de un ordenamiento estructural básico, en el cual evidentemente existen normativas puntuales.

    La norma fundamental que se plasma, o mejor dicho se plasmaba en décadas y siglos anteriores, la encontramos en el respeto mutuo creado una vez fundada la institución familiar, la cual hacía de  contención, ante hechos  conducentes a procesos de violencia.

    Podemos resumir entonces, que esa contención si bien resultaba satisfactoria, tenía y tiene una contracara evidente, ya que implícitamente se hacía callar a la víctima que sin duda, vivía en una angustia tremenda causada por el temor a represiones quizás aún más violentas. Aunque se hubiese manifestado frente a la sociedad, ésta no podía hacer demasiado (por no decir nada) a causa de estar dominada por esquemas machistas, en los cuales la voz femenina estaba vedada, acallada de modo prepotente y autoritario.

    Es a este respecto que bien vale la pena reseñar un hecho ocurrido en el siglo pasado, y que empezó a poner a la mujer en la mira social. Por la violencia ejercida sobre ellas, el mundo se dio cuenta del importante rol que desempeñan a nivel social.

    Se trata de algo tan simple y a la vez complejo, donde se marca que para tener presencia, para que los demás se den cuenta y tomen debida conciencia de lo que sucede, debe producirse alguna muerte y así remover a la sociedad. Esto pasa lamentablemente en todos los órdenes.

    Se hace necesario crear sacudones sociales, a fin de que dicho conjunto tome al menos algunas medidas que posteriormente den paso a otras más profundas. Esos cimbronazos que se convierten en importantes alertas.

    El ocho de marzo de 1908 murieron abrasadas 146 mujeres trabajadoras de la fábrica textil Cotton de Nueva York en un incendio provocado por las bombas incendiarías que les lanzaron ante la negativa de abandonar el encierro en el que protestaban por los bajos salarios y las infames condiciones de trabajo que padecían. Se las consideraba como un objeto más, al cual se le podía manejar de la forma que el hombre quisiera. Ello sentó un precedente, y naturalmente, fue el comienzo de la toma de conciencia de que no solamente la mujer es un ser humano hasta ese momento relegado a un segundo plano por el hombre, sino también el rol que ellas deberían ejercer en el conjunto social.

    Pero queda de manifiesto que ese logro tuvo como motor un suceso violento. Debieron perder la vida 146 mujeres, para empezar a poner en el tapete la condición innegable de ser humano. El camino sería largo, en relación al asentamiento de las bases de igualdad.

    En el plano estrictamente de la violencia, a principios del siglo XX, si nos trasladamos  al Río de la Plata, observamos a una mujer sometida a la violencia, fundamentalmente en los barrios a los que se llamaba “El Bajo”, donde existían cafetines en los cuales era obligada a ejercer la prostitución.

    Los guapos y malevos eran sus dueños. Si no recaudaban lo necesario, eran objeto de brutales palizas, e incluso de la muerte, si los traicionaban. El guapo era literalmente su dueño, haciendo con ella lo que quería. Lo observamos como un mero gigoló que gozaba de una amplia impunidad. Creía que la mujer, de modo específico, constituía una pertenencia del hombre, haciéndola así un mero objeto devaluado frente a la sociedad, que la insertaba como tal, salvo si ella se encontraba en los altos estratos sociales.

    Lamentablemente, ésto no sólo se daba en el Río de la Plata, sino que históricamente lo vemos en otras sociedades, siempre dentro de ese sub mundo sórdido al cual eran proclives a ingresar, como consecuencia de diversos factores entre los cuales subyacía la carencia especifica  de  educación. No me refiero en este sentido a la emanada por escuelas o liceos, sino a la dada desde el seno del hogar. Como dije, muchas veces los hogares eran verdaderos e importantes semilleros conflictivos, desde donde se engendraba a estos seres, vacíos de toda estructura afectiva, haciéndoles caer en el referido escenario.

    Dichas sociedades hoy componen o se aglutinan en lo que se conoce como Primer Mundo, desde el cual también apreciaremos el importante porcentaje de víctimas de violencia doméstica y de género que presentan hoy en día, de lo cual  sabemos a través de los medios de comunicación, al menos quienes tenemos acceso a ellos. Sin embargo,  nos brindan solo una parte del problema, principalmente cuando el hecho está efectivizado. Pero mientras tanto se va polarizando el clima de violencia que desemboca en el hecho paupérrimo que conlleva obviamente, a la generación de la víctima en su último estado.

    La complejidad de la violencia a escala general, debe promover diversos debates con el cometido fundamental de hallar paliativos que pongan freno a la espiral en que estamos inmersos. Sin embargo, ello resulta casi imposible si tenemos en cuenta la variedad y diversidad de elementos que la componen, y muchas veces esos mismos elementos edifican la estructura necesaria, a fin de franquear el paso a posibles soluciones.

    Podemos situar a la violencia en general, en un plano clínico y así observarla cual si fuese un virus, que de hecho lo es, pues ataca y afecta de un modo letal a la humanidad, propagándose a una velocidad vertiginosa.

    Los que tenemos algunos años encima, recordamos a fines de la década de los sesenta y principios de los setenta, el surgimiento de un movimiento creado por jóvenes quienes a su manera pregonaban la paz. Dicho movimiento no era otro que los Hippies. Con cabellos largos y vestimenta rara para la época, hicieron cambiar varias normativas. Eran producto de la guerra entre Estados Unidos y Vietnam.

    Dicho movimiento, si bien poseía un importante peso a escala social, no pudo contra- restar la violencia desatada desde el seno del poder estadounidense. Era una época conflictiva mundialmente. Los Hippies estaban en las antípodas de la agresión, a través de su mensaje que se hizo muy popular: “Hagamos el amor y no la guerra” en clara alusión al conflicto bélico, pero también a los cambios generacionales que se estaban efectuando y que como bien sabemos, significaron una fuerte simbiosis en ese sentido.

    No lograron su cometido específico, pero indudablemente marcaron un antes y un después, un mojón en el trayecto de la historia, un referente de simulada paz en dicha época para los jóvenes que los acompañaban.

    Simulada porque si bien a los ojos del mundo, y de ellos mismos, eran la paz y el amor su ideario, a nivel interno familiar no era tan así. Su modo de pensar difería enormemente del de sus padres, o de la gente mayor en general. Sustentaban creencias ajenas a la civilización occidental. Ello se puede apreciar en su modo de actuar, similar al oriental.

    Se observará en esta reseña del movimiento aludido, elementos que pueden trasuntar el esoterismo y otras afinidades.

    Las raíces de la doctrina sustentada por este movimiento son de origen diverso y algunas de ellas tan antiguas como la naturaleza humana. Detrás de su propuesta de salvación por el conocimiento, sigue siempre presente la tentación de la serpiente en el paraíso que atraviesa toda la historia y que va encontrando nuevas expresiones en cada tiempo: las antiguas ciencias ocultas egipcias, el mazdeísmo persa, la cábala judía, el gnosticismo cristiano de los primeros siglos, el sufismo musulmán, las ciencias druídicas, la alquimia medieval, la ciencia hermética renacentista, el budismo zen, etc.

    A la Orden Hermética del Amanecer Dorado fue admitido, a su tiempo, Aldous Huxley, quien será iniciado personalmente por Crowley en los ritos mágicos. El mismo Huxley, viajará en 1937 a los EE.UU. en cuya costa Oeste fundará diversos grupos neo-paganos de tipo esotérico-mágico, y pondrá los cimientos de lo que se ha dado en denominar "la cultura del LSD".

    Huxley mismo es una pieza clave en el comienzo del movimiento contracultural del rock ácido y el movimiento hippie que crecerá a partir de los años ’60 tomando como base California, y que se expandirá por varios países del mundo, debido especialmente a dos factores.

El primero, la escalada de violencia producida por los conflictos bélicos que se registraban en esos años en varios países, tanto en su forma más violenta, como en contextos de menor envergadura, pero igualmente importantes.

    Se trató de evidenciar que el mundo,  se aprestaba a vivir cambios profundos en su manera de actuar. Que esa rebeldía fuertemente reprimida, necesitaba ser oída y comprendida, porque las dos se tienen que complementar. No se puede oír algo que no se comprende. Por lo tanto, es necesario conformar la unión respectiva a fin de consustanciar ambas.

    El segundo factor, estuvo referido al problema generacional ya indicado. La rebeldía de los jóvenes se hacía sentir de esa forma, es decir, recurriendo a lo antagónico de la propia violencia. Se puede decir, que se trataba de rebeldía pacifista.

    ¿Los seres humanos son más agresivos actualmente? Es obvio lamentablemente que si.

    La violencia se masificó y actualizó desbordando el asombro, ya que lamentablemente recibimos diariamente a través de los medios de prensa, episodios  escalofriantes. Hasta nos acostumbramos a ello y no les prestamos la debida atención.

    Muy posiblemente ello se dé en nosotros, como forma de auto defensa ante tanta barbarie que se nos presenta ante nuestros ojos. Si asimiláramos toda la violencia que se  presenta, quedaríamos profundamente traumatizados, y nuestra existencia quedaría reducida al foco del temor  sin dejarnos avanzar. De hecho quedaríamos estancados como  ocurre con las víctimas de la violencia de género.

    Todos los elementos referidos aquí, sirven para proseguir las secuencias, tratando de reflejar los diferentes matices que aparecen dentro del contexto de violencia doméstica y/o de género.

    Comúnmente tenemos una idea esquematizada de que la violencia, se basa esencialmente en los golpes físicos y las peleas. Pero estos dos puntos son tan solo lo que se muestra. Es el hilo de una madeja, de un entramado por demás complejo, que nos puede llevar al centro del problema.

En nuestra existencia nada es casual, todo es causal. Transitamos por causas que nos llevan a vivir situaciones límites, tanto desde la perspectiva extra familiar como intrafamiliar.

    En este aspecto hemos apreciado, que las formas de violencia se generan  como consecuencia directa de causas puntuales. Queda bien en claro que debe haber uno o más factores de riesgo, para que ella aparezca primero individual y luego, socialmente.