4 - Enfoque de la problematica

 

    He descrito en el capítulo anterior, los perfiles sicológicos, psicológicos y patológicos tanto de las víctimas como de los victimarios. Debemos tener en cuenta que la violencia doméstica y/o de género, se encuadra dentro de procesos patológicos muy severos que toman estado público, por decirlo de alguna forma, tras las situaciones de conflicto que se generan, y que ya se han analizado. Si bien dichos procesos se dan principalmente en hombres, conformando un escenario donde principalmente los protagonistas son la mujer y el hombre, en la mujer también suele darse.

    Es interesante observar que cuando ello ocurre, generalmente se tilda a la mujer de histérica, menopáusica, etc. No se tiene presente el hecho de que también ellas pueden tener un perfil traumático. He dicho que quienes son sometidas a malos tratos, provienen generalmente de hogares donde se las trataba de igual forma. Pero también se dan estos casos, y ellas vuelcan su ira en el primero que encuentran, siendo generalmente los hijos. Estos se convierten en la válvula de escape de las tensiones acumuladas a lo largo del día.

    Se pueden señalar varios ejemplos, siendo uno de ellos la mujer que trabaja fuera de casa, y llega agobiada por los diversos problemas. En casa le esperan nuevos problemas, contextualizados en que el hijo no cumplió con la tarea, o la maestra le envió una amonestación debiendo ir la madre a hablar con ella, vence la factura de luz, agua o teléfono, y tiene que hacer malabares para llegar a fin de mes. El marido o pareja no cumple con los requerimientos básicos, o quizás no pueda cumplir. Todo ello se le va acumulando, y está a punto de estallar cuando el hijo le pide algo, por insignificante que sea. Constituye, literalmente, la gota que colma el vaso.

    Es ahí donde surge esa válvula de escape, nada ortodoxa por cierto, que la lleva a esgrimir cuadros violentos. Pero debo ser claro que esto no solo se da contra los hijos, sino incluso contra padres, y en menor escala contra hombres. Se toma generalmente el modelo de pareja para tratar el tema, quizás por una cuestión numérica, estadística, porcentual, pero no se debe dejar de lado a los otros actores, hijos, padres, hermanos, etc. que también sufren actos de violencia, y que no son dados a conocer en la mayoría de los casos, tal vez porque lo que acapara más la atención es que una mujer fue asesinada cruelmente.

    El morbo se hace presente de manera contundente en los medios de prensa, y por consiguiente en la sociedad. Pero lo hace lamentablemente tarde. Bien sabemos de las ganancias que puede redituar a nivel periodístico, una información condimentada con bastante morbosidad, ya que actualmente la gente prefiere ver algo trágico, leer o escuchar informaciones con alto contenido de este ingrediente que lo hace más atrayente, tal vez porque de esa manera se cree atenuar lo que nos sucede en nuestros propios hogares. Así ponemos un velo en nuestros ojos.

    Dije lamentablemente tarde, porque de haberlo hecho a su debido tiempo, se podría haber evitado una tragedia, más allá de que ya por el motivo de informar sobre una violenta golpiza, nos encontramos obviamente ante un episodio terrible. Sin embargo, muy escasas veces se nos informa de esto, y menos todavía de que una madre o un padre golpeó a su hijo, si bien es cierto que ello se hace cuando el cariz del acontecimiento obliga a que el hijo sea ingresado a un centro asistencial.

    En el día a día se generan decenas de casos en Uruguay, donde los protagonistas son los anteriormente señalados. Creemos, a nivel social, que lo que pueda suceder en la casa del vecino, desde paredes para adentro, no es cosa nuestra. No nos atañe inmiscuirnos si vemos por ejemplo, que una madre rezonga violentamente a su hijo/a o percibimos que se está produciendo violencia contra ancianos, contra discapacitados, contra cualquier grupo social caracterizado por la vulnerabilidad.

    Creemos que esos actos menores de violencia, se encuadran dentro del marco contextual de la familia. Es decir, si se está alzando la voz a un niño o anciano es porque suponemos que quien está actuando de esa forma tiene razón para hacerlo, y no nos damos cuenta de que sea el preámbulo de agresiones mayores, o lisa y llanamente ya lo son.

    Lógicamente que vemos más comúnmente la violencia hacia los niños que hacia los ancianos, ya que estos quedan en casas u hogares, sin tener la más mínima posibilidad de hacerse sentir, salvo en casos donde otros sí se dan cuenta, y hacen partícipe a la sociedad de tales actos.

    Al no entrometernos dejamos libre el camino para que ello prosiga y se acreciente hasta puntos o límites insospechados. Por supuesto que conocemos las características de éstos. Lo que no sabemos por una cuestión obvia, es si se llegará o no a ellos. Es decir, a su ejecución o puesta en práctica.   

Desde la óptica sociológica se puede analizar el proceso de visibilización y de toma de conciencia social sobre la violencia de género que estamos viviendo en nuestro entorno en estos últimos años. Para ello se toma como referencia el concepto de problema social y se revisan dos ejemplos de violencia de género: la violencia doméstica y el acoso sexual que se ejerce no solo en mujeres, (esposas, pareja, etc.) sino también y como sabemos, en niños sean o no hijos, considerándose ello como un claro síntoma de la degradación y devaluación de los conceptos morales, sobre los cuales se nos enseñó el debido comportamiento que debemos asumir y que estos seres, por diferentes circunstancias no cumplen, o no pueden cumplir por carecer de los elementos necesarios para hacerlo.

    Se considera pues a la violencia de género como un problema social que no sólo implica un mayor conocimiento del problema y cambios en la legislación vigente, sino también un nuevo modo de analizar sus causas y  sugerir actuaciones para prevenirlo.

    Resulta evidente que en los últimos tiempos se ha producido un cierto proceso de toma de conciencia social sobre la gravedad de la violencia contra las mujeres y el gran obstáculo que ésta supone para la convivencia democrática entre hombres y mujeres , no solo a nivel de pareja, sino genéricamente hablando.

    La toma de conciencia no implica, obviamente, el término de la problemática. Por el contrario, ésta avanza considerablemente debido a su complejidad y vastedad. Pero al menos se pueden apreciar los diversos aspectos que la componen.

    Ya sabemos que desde hace un buen tiempo, y con el propósito de englobar la temática, se adoptó el término violencia de género sin desechar el anterior, en una forma de complementación semántica, sirviendo desde luego para la descripción más pormenorizada.

    En este sentido, cabe señalar que la unidad de la Comisión Europea encargada de la igualdad de oportunidades ha elaborado un glosario (“100 palabras para la igualdad. Glosario de términos relativos a la igualdad entre hombres y mujeres”, 1999) que pretende, entre otras cosas, facilitar el trabajo de los estados miembros en el fomento de la igualdad entre mujeres y hombres a través de una comprensión común de los términos y que, entre otros muchos, define la violencia de género, sexista o sexual como “todo tipo de violencia ejercida mediante el recurso o las amenazas de recurrir a la fuerza física o al chantaje emocional, incluyendo la violación, el maltrato de mujeres, el acoso sexual, el incesto y pederastia.”

    Estos dos últimos puntos son relativamente pasibles de severas sanciones penales, al considerarlos dentro del área jurídica como muy graves. Vemos asimismo que el incesto puede quedar oculto, sino se logra vislumbrarlo por  terceros. En infinidad de ocasiones estos casos son denunciados por la madre, pero ello siempre y cuando la víctima pueda expresarse adecuadamente, o en su defecto, que se perciba el mínimo síntoma al respecto.

    Así muchas veces se presenta el siguiente cuadro. Una niña o niño pequeño es sometido a actos sexuales aberrantes obviamente, ya sea por el padre o padrastro quien ejerce una enorme presión psicológica sobre el pequeño. Generalmente esta se da en base a amenazas, pero otras veces se hace con delicadeza si cabe el término, pues éste le dice “Luego de tocarte, papá te comprará un juguete” y de esa manera el niño/a se deja manosear, etc. encontrando en ello algo normal. Incluso hay pequeños que dicen: “Papá, ¿hoy no jugamos?” porque para ella o él aquello es un simple juego.

    Se suele dar también que tras el juego el niño pida su recompensa, y el agresor no se la dé. En ese momento el niño como tal actúa bajo un estado de irritabilidad, que contagia al agresor. Éste termina encolerizándose y pasa a la agresión física, efectivizando una doble agresión.

    Es ahí cuando la madre se da cuenta de lo que ocurre y muchas veces es el médico que lo hace, ya que tras violentos golpes, el niño debe ser internado y el médico tras la revisación, aprecia y comprueba la agresión sexual ocasionada. Sin embargo, de no llegar a ese extremo, pueden pasar años, por no decir toda la vida, sin que nadie se dé cuenta de ello.

    Solo la propia víctima y su agresor lo saben. Evidentemente, aquella crece con un profundo trauma que la marca, la estigmatiza de por vida, construyendo un carácter sumamente complejo,  con las consecuentes secuelas severas que ello ocasiona tanto a mediano como a largo plazo. El aspecto traumático se puede  dar de diferentes maneras. Es bueno que nos detengamos en este punto a fin de focalizarlo adecuadamente.

    Tomemos como modelo una niña de cuatro o cinco años, a quien el padre, padrastro o quien fuese sistemáticamente somete a abusos sexuales, o incluso una o dos veces solamente. Si bien la niña no se da cuenta verdaderamente de lo que sucede, dentro suyo en el subconsciente va quedando cada vez que aquel hombre la hace jugar. En el preámbulo del juego la niña parece divertirse, pero una vez iniciado éste se queja, llora, pide a su manera no jugar más.

    Toda esa escena va quedando grabada, y se genera de hecho el episodio traumático que bien puede manifestarse en la niñez con síntomas de apatía, de singular aislamiento, durante la adolescencia con cierta desconfianza a los seres humanos, especialmente hacia los hombres, lo cual puede derivar en problemáticas sexuales, haciendo su aparición en momentos específicos, como durante los momentos previos al acto sexual. En ese instante, dentro de su mente, vuelve a recrearse lo sucedido durante la niñez.

    Los derechos vulnerados con las agresiones sexuales, han sido constitucionalizados a nivel mundial, como muestra de su trascendencia. No obstante, tales agresiones involucran un problema de derechos humanos. Coexisten al respecto diversas percepciones sociales, muchas de las cuales lo asumen como de segundo orden, silenciándolo, desconsiderándolo políticamente y tolerándolo; de modo que la mayoría de las violaciones se mantienen en la impunidad.

    Mientras tanto en la adultez se presenta en cuadros o estadios como pesadillas, (lo cual también se presenta durante la niñez, centrándose éstas en el hecho del temor que representa de modo inconsciente el juego) y temores diversos frente a la vida.

    Un ser con traumas de esta índole, y ocasionados por lo manifestado, tiende en ciertos casos a ser cohibido, de poca comunicación y escasa sociabilidad debido al hecho de su desconfianza hacia otros seres. En lo profundo de su psiquis cree ver en todos a aquel que lo sometió.

    El dinamismo y la vorágine en que estamos insertos, no nos deja o permite apreciar a estas personas salvo, claro está si tenemos un caso cerca. Por ello muchas veces se hace casi imposible poder efectivizar el escenario adecuado para la ayuda, debiendo tener en claro que la fase traumática puede afincarse definitivamente dentro de la personas.

    Asimismo, es importante decir que en otras oportunidades tenemos la complicidad tanto implícita como explícita de la propia madre, quien por temor a represalias mayores, ya sea a ella o al niño/a guarda silencio absoluto, dejando actuar libremente al agresor. El mismo temor le saca valentía para enfrentarlo como corresponde.

    Sabemos y lo estamos viendo en este trabajo, que la violencia de género no es en absoluto un fenómeno nuevo. Su reconocimiento, su visualización, y por tanto, el paso de una cuestión privada a un problema social, sí es relativamente reciente.

    Esto lo hemos visto anteriormente. Es bien cierto que no hay nada nuevo, socialmente hablando. Puede parecernos nuevo ya que mayormente no se daba a conocer, o mejor dicho, se tenía (y aún hoy se tiene) un concepto errado sobre ello, en el sentido especificado oportunamente por preservar y guardar la imagen casi inmaculada del hogar. Se temía (y aún se teme) que la exposición del victimario, constituye la deshonra del núcleo familiar por cuanto todo en la mayoría de los casos gira o se concentra en su derredor

    En este aspecto es como hacerse trampas al solitario. Es la negación expresa de un hecho que si bien puede quedar escondido entre cuatro paredes, se siente, se palpa desde otros ángulos de la sociedad.

    Es así entonces que el reconocimiento de una situación como problema social está ligado a su reconocimiento por parte de una comunidad o de personas de influencia y prestigio y que lo hagan saber. Reconocerlo es evidentemente un paso de tremenda importancia, de gran peso en el orden social. Esto supone que la manera en que algo queda definido como problema social está estrechamente ligada a la intervención del poder, la representación y también la manipulación de parte de diferentes actores consustanciados con esa realidad.

    Tal como lo señalan los autores Sullivan y Cols. (1980), a la hora de enfocar los problemas sociales el poder dependerá de cuestiones fundamentales como: “La fuerza de los números ya que si un grupo tiene acceso a un mayor número de personas es más fácil que incremente su poder; la organización entendida como habilidad para coordinar las acciones hacia un fin, de modo que es totalmente posible que grupos pequeños pero bien organizados alcancen altas cotas de poder; y el acceso a los recursos ya que cuanto mayor sea éste, más poder alcanzará el grupo de presión.”

    Este escenario lo trasladamos al medio problemático que se está tratando, haciendo que ese grupo de referencia, se encauce como generador de conflictos, y por lo tanto como agresor. En este aspecto tenemos bien en claro que quien ejerce poder, quien ejerce presión dentro de un grupo es ni más ni menos que agresor.

    Este aumenta sus recursos en la medida en que la otra parte cede terreno. Se va apoderando de todo cuanto le rodea, hasta llegar a la etapa de plenos poderes pudiendo manejar el entorno a su antojo, y emitiendo órdenes en todos los sentidos. La figura de un agresor, de una persona con característica y perfil agresivo, se encuadra dentro del contexto siniestro.

    Vemos que el poder es un agente social de enorme peso, y quienes no logran alcanzarlo,  quedan sometidos en forma arbitraria  a quien lo ejerce.

    Ubicándonos siempre desde la perspectiva sociológica, vemos que en todo proceso se desarrollan dinámicas contextuales, sin las cuales se hace poco probable la visibilidad del fenómeno que estemos analizando. Es así que la violencia doméstica y/o de género no escapa a ello, creando por sí misma una dinámica interesante con la cual podemos penetrar aún más en este complejo tema.

    Se nuclea a la misma en tres períodos. Existen tres momentos clave en la relación de pareja que preceden al inicio de la violencia siendo estas, inmediatamente después del inicio de la convivencia o matrimonio; durante el primer embarazo, y tras el nacimiento del primer hijo, probablemente porque provoca cambios significativos en la dinámica de relación familiar, y porque el marido o pareja se siente desplazado, provocándole un cuadro severo de celos. No olvidemos que estos constituyen un factor primordial para la provocación de episodios violentos.

    Sabemos o conocemos que la agresión es desencadenada por una actitud, una conducta o una palabra interpretada por el agresor como una amenaza a su autoridad o a su autoestima, provocándole de hecho una tremenda ira. Los actos violentos son, a menudo, y tal como he expresado una necesaria autoafirmación de la identidad. El ciclo de la conducta agresiva se desarrolla en tres fases que Elena Escala Saénz desarrolla de la siguiente manera en tres niveles de análisis; Acumulación de tensión, Explosión violenta y Arrepentimiento. El desarrollo es el siguiente:

1. Acumulación de tensión: Las agresiones son leves y los incidentes poco frecuentes. La mujer se sirve de estrategias para eludir la agresividad de su pareja. El hombre interpreta esta actitud como una aceptación de su autoridad. Generalmente, las estrategias de la mujer no solucionan los episodios de agresión, y el temor y las ansias de evitarlos favorecen la aparición de trastornos psicológicos.

2. Explosión violenta: Los incidentes comienzan a ser periódicos y las lesiones más graves. La víctima ya no intenta evitar las situaciones que desencadenan la violencia y sólo espera que pase lo antes posible. Esta fase puede durar días y es controlada totalmente por el agresor a través de los métodos de amedrentamiento.

3. Arrepentimiento: El agresor se muestra amable, cercano, y en ocasiones pide perdón o promete no ejercer más la violencia. La víctima, aliviada por el cese de la agresión, le cree o quiere creerle y pone bajo su propia responsabilidad la continuidad de la relación familiar. El sentimiento de culpabilidad impide el abandono del agresor. 

    Este ciclo de violencia se repite constantemente, ya que la fase de arrepentimiento suele durar muy poco, debido a la necesidad de mantenimiento de la auto estima por parte del victimario. Como he expresado, el victimario es frecuentemente producto de la degradación familiar, de perturbaciones emocionales muy fuertes, a través de las cuales se crean inevitablemente los hilos conductores que le hacen de hecho tener baja la autoestima, y por lo cual debe aferrarse a alguien para llevarlo a un nivel más inferior que el de él.

    Con respecto al factor de arrepentimiento, la psicóloga Alejandra Favieres explica que "durante el acto de contrición el hombre cede el poder a la mujer, pero es momentáneo, porque en cuanto la mujer intenta ejercer ese poder recién adquirido vuelven a acumularse las tensiones y se produce una nueva descarga violenta.” Se crea por lo tanto un círculo que a la vez es vincular. Estamos ante la presencia de una retroalimentación concebida esencialmente desde el ángulo de la mujer, ya que ella de forma inconsciente, le otorga el escenario acorde para tal cometido, brindando de hecho su propio rol de baja estima, pues no debemos olvidar que también la víctima carece de ella. De lo contrario no se dejaría someter a este poder arbitrario y prepotente.

    En relación a la pederastia, se puede decir que los ojos de la sociedad se clavan con mayor rigidez, ya que en la mayoría de los casos se da fuera del hogar, y por lo tanto no hay que trasponer la barrera existente en un núcleo familiar para poder llegar al generador de ello. Es cierto de igual manera que un integrante puede incursionar en ese submundo, y socavar las bases de éste. Pero hay menos probabilidades de que ello ocurra, como de igual manera existe un mínimo porcentaje de que el padre, padrastro u otro integrante exponga al niño/a a esta suerte, más allá de que lamentablemente en la actualidad  todo es factible.

    El agresor o victimario sabe en este caso, que el área judicial se encuentra con mayores estructuras para prevenir y combatir la agresión. Por lo tanto no es tan proclive a realizar esas acciones, al menos en el plano familiar. Asimismo, es cierto que algunos incitan a la prostitución, y obligan a ejercerla tras el sometimiento explícito de la víctima. Se hace naturalmente con fines comerciales, aunque se puede dar en todos los estratos sociales. La violencia doméstica no es exclusividad de ninguna clase social.

    Lo que sí puede considerarse exclusivo de la clase baja, de los marginales propiamente dicho, es llevar o conducir a la pareja, mujer, hija etc. hacia el terreno especificado, es decir hacerles ingresar a la prostitución con el cometido de tratar con ello de ganar dinero. Evidentemente, nos encontramos con un ser totalmente desvalorizado y desintegrado totalmente como ser humano. Si debiéramos encontrar un culpable, o un factor culpabilizador en este caso, lo hallaríamos en varios sectores puntuales, que si bien están focalizados en lo social, pasan inevitablemente por lo cultural y  lo económico.

    Hemos apreciado a nivel de la violencia doméstica y/o de género, que existe una cultura dentro de la cual se manejan tanto víctima como victimario. En el caso de la pederastia a nivel familiar, cuando ella se da en ese ámbito lo hace también regida por una especie de cultura, aunque en la realidad debiera decirse “descultura”. Pero vayamos por partes. Se debe tener en claro en todos los casos, el factor de peso que juega el área educacional y de formación individual.

    Fuera del contexto familiar sabemos que quien la lleva a la práctica la prostitución, lo hace con claros fines comerciales, exponiendo a otros seres a todo lo que esto conlleva tanto física como psíquicamente. Si esto se lleva a cabo dentro del núcleo familiar, ello llega a acrecentarse de manera importante, volviendo naturalmente a surgir la temática relacionada con los traumas y secuelas.  Si se da la pederastia dentro del grupo familiar, observamos dos puntos ligados entre sí, siendo el primero la desvalorización del ser como tal poniendo en riesgo la infraestructura del grupo, y en consecuencia no solo su posible desintegración, sino posibles actitudes violentas y corrosivas.

    El segundo punto es el referido al aspecto económico. Se puede decir así, ya que el agresor en su afán o desesperación por conseguir dinero para vino por ejemplo, expone a ese estado a quien se encuentra a su lado. Por supuesto que no debemos olvidar, y  con esto no generalizo en lo más mínimo, que quien se encuentra en estado marginal, es proclive a efectuar actos desmesuradamente desacordes con lo establecido por las normas sociales.

    Por lo tanto, es evidente decir que la pederastia, además de constituir un grave delito por lo que ella encierra, es de hecho una flagrante violación a los derechos humanos, y pese a estar categóricamente penado, se continúa ejerciendo. Resulta imposible detener su avance, incluso en sociedades del primer mundo, donde su puesta en práctica no obedece esencialmente a necesidades económicas, sino a desequilibrios  mentales.

    Haciendo un modelo del pederasta, observamos que tanto el del primer como del tercer mundo, se conducen por un mismo patrón psicológico. Me permito catalogar, y de hecho lo es, a la pederastia como una patología profunda derivándose en un proceso de enfermedad psicosocial, induciendo a la realización de actos y actitudes violentas, sino se concreta su propósito. Hostiga a su víctima a fin de someterla, de asustar si no realiza lo que él le impone, siguiendo al parámetro de imposición admitido en el área específica del género de violencia que estoy analizando.

    Asimismo, es evidente que ello se encauza dentro de los procesos de violencia doméstica y/o de género. Se actúa en el ámbito judicial con mayor prontitud porque se cuenta con las herramientas necesarias y acordes, pero sin llegar a un freno total.

    Es importante enfatizar, que la violencia sexual concentra un importante porcentaje de la trama que maneja el victimario. Por violencia sexual tenemos las violaciones, mutilaciones etc. pero también lo es el hecho de que en un matrimonio o pareja, durante un buen tiempo no se practiquen dichas relaciones, ya que se le está privando al otro integrante que exprese una necesidad biológica. Ello se constituye en algo semejante a un atentado físico.

    Hay matrimonios o parejas, que por decisión de uno de los integrantes pasan semanas, y en algunos casos meses sin efectuar el acto sexual. Exponiéndolo fríamente hoy vemos que para algunos ello no es mayor problema, pues literalmente salen a la calle y pueden saciar esa necesidad. Pero obviamente que esto no es la solución. Por el contrario, ello es motivo suficiente para generar enfrentamientos.

    Al no efectuar durante buen tiempo el acto sexual, se está ante una conducta de agresión que solo conoce quien es agredido. En este campo juegan a la par la mujer y el hombre. Tanto uno como el otro pueden sentirse afectados con el desprecio del otro integrante. Porque ciertamente ello representa muchas veces un comportamiento despectivo que reúne algunos componentes para manifestarse. Desde la pérdida del amor, que sería lo más romántico y leve, hasta el hecho de convertirse en un castigo por tal o cual motivo. Es decir, un simple modo de represalia frente a algo de mayor envergadura que se está dando entre ambos componentes, y que explota por ese lado. Es como un juego: “Tú no me das tal cosa. Yo no te brindo placer.”

    A este respecto voy a exponer un caso, de los muchos que habrá, y de los cuales nadie habla salvo  dentro de su círculo, posiblemente por una cuestión de pudor o de vergüenza. El caso expreso que voy a mencionar es  real y por lo tanto, no diré nombres verdaderos. 

Una pareja con sus tres hijos se trasladan a otro país a fin de conseguir mejores condiciones de vida. Alberto logra emplearse en un aserradero, mientras que Susana queda en casa realizando las tareas concernientes al desempeño de un ama de casa. Pero, ¿las hacía? Efectuaba lo imprescindible, tras lo cual quedaba prisionera por su propio placer de la computadora. Pasaba horas detrás de este aparato.

Unos momentos antes de que Alberto llegara a casa, ella se alejaba momentáneamente de la computadora para hacer la cena que consistía siempre en lo mismo: frankfruters con panceta, lo que se conoce como panchos. Llegaba Alberto del trabajo, cansado, agotado con un montón de problemas, y se encontraba con el mismo panorama: una mujer desarreglada, descuidada en sus funciones como ama de casa, sin prestarle mayor atención a los requerimientos de su marido.

    Ante esto comenzaron las lógicas discusiones. Alberto optó por un castigo severo: no mantener relaciones sexuales. Susana se sentía lógicamente insatisfecha en este aspecto, hasta que no pudo sostener más la situación y se divorciaron. En el diálogo que Susana mantuvo conmigo, computadora mediante, me expresó que esa medida de parte de Alberto duró tres meses, durante los cuales ella se sintió muy mal, relegada a un muy bajo puesto como mujer, haciendo insostenible la situación.

    De este modo vemos cómo la falta de relaciones sexuales dispuesta por uno de los integrantes de la pareja se convierte de manera implícita en una suerte de castigo, y por consiguiente, entra en el escenario específico de la violencia doméstica.

    Otro motivo más común lo representa el hecho de que el otro tenga otra pareja con mayor atractivo sexual. Ésto, si bien se da en diferentes edades, se agudiza porcentualmente entre los cincuenta a los sesenta y cinco años, cuando se está cansado/a de quien estuvo buena parte de su vida a su lado. Comúnmente usan un lenguaje vulgar, que me permito usar aquí a fin de ejemplificar. Aunque uso el modelo de hombre, sirve para los dos géneros, haciendo las respectivas correcciones.

    “Te dejo porque necesito carne fresca.” “Tú ya no me sirves sexualmente. Eres inservible, así que te dejo.” Son frases donde por lo general se emplea un tono hiriente, más allá de que las palabras de por sí lo sean. En este caso el victimario no busca amedrentar para luego someter. Lo que sí quiere y desea es sentirse libre. Volver de algún modo a sentirse joven. Ala vez se siente cansado de la pareja con la que convivió durante años.

    Al decir “carne fresca” hace referencia explícita al hartazgo por el cual está pasando, o mejor dicho por el cual él cree que está pasando. Necesita sentirse libre, y romper el ligamento que lo sujetó durante todo ese tiempo a esa mujer, a la cual ve ahora de manera literal como si se tratara de su madre. En la juventud por lo general se rompe ese lazo, quedando virtualmente libre, haciendo lo que más le place. Una vez en pareja, y tras largos años, vuelve a crear ese vínculo que tuvo en la niñez, pero ahora obviamente con otra mujer que le brinda desde luego diferentes perspectivas.

    Sin embargo, ya sea en el trabajo o donde fuese, el hombre encuentra nuevos atractivos en mujeres más jóvenes que él. En su interior pasa a una etapa de metamorfosis al querer ser de nuevo joven. Pretende que esa mujer joven lo vea como ella, es decir, de su propia edad, y así adopta posiciones contrarias a su verdadera edad a fin de equipararse con la joven. Desde luego que a la vista de otros, esta actitud resulta absurda pero a él poco y nada le importa lo que digan los demás, y menos aún su propia mujer.

    Cuando llega a su casa, siente un fastidio por todo. Siente obviamente desgano sexual pues su mente, su pensamiento está puesto en esa carne fresca que tanto desea, y ese desgano se manifiesta no solo en la no realización del acto sexual, sino que se traslada a peleas y discusiones por simples sucesos, dejando bien en claro el hecho de que nunca hay simplezas en las peleas.

    Se usan éstas porque detrás de las mismas existe algo mucho más profundo que un común diálogo por una comida quemada o mal hecha, por una camisa a la que le falta un botón u otro episodio. Pese al fastidio que siente, sigue utilizando a su esposa o pareja para que le solucione los problemas a los que la joven no le da solución por una simple razón: ella está en otra.

    Así lo entienden ambos entablándose códigos: “Yo te doy sexo, pero no me pidas complicaciones. Para eso tienes a tu mujer, para complicarle la vida. Yo quiero divertirme.” En esa diversión entra en muchos casos el factor económico, ya que la joven como tal quiere lucirse, vestir bien, estar a la moda para lo cual le exige a él dinero.

    Éste para complacerla, y para tenerla siempre contenta le da, aunque deba vivir de sobresalto en sobresalto. Tanto sea de clase alta, media o pobre siempre le retacea dinero a su esposa o pareja, haciéndole pasar desde luego necesidades y por consiguiente, poniéndola en un nivel de estrés alto. Ella se complica por todo, tiene que atender el hogar, los hijos, (si hay) el marido, mientras que éste lo pasa muy bien fuera de casa en compañía de la joven, aunque lo que él desearía es vivir todo el día junto a ella, lo cual muchas veces no puede ser, a causa de la reticencia de la joven.

    Ella evidentemente lo que no quiere es atarse pues de hacerlo pasaría a desempeñar el rol de la mujer o pareja. Desde luego que nos encontramos frente a una faceta común pero no menos lastimosa que la derivada de golpes, dentro de lo que es la violencia doméstica y/o de género, como  la infidelidad.

  Mepermito exponer esta modalidad desde la visión del sexólogo mexicano José Jaime Martínez Salgado. Este profesional profundizó en el tema realizando el artículo “Infidelidad, Causas, Consecuencias y Crisis de Pareja” del cual transcribiré algunos fragmentos.

    La pareja indudablemente tiene múltiples aspectos conflictivos como se ha visto hasta ahora, siendo o constituyendo la infidelidad uno de ellos. Pero “en este tipo de infidelidad” –señala Martínez Salgado- “no sólo se trata de un evento sexual, ya que él o la infiel busca lo que no encuentra con su pareja, por ejemplo aspectos intelectuales, físicos, emocionales, de atención, económicos, etc.” Lo hace buscando algo nuevo,  diferente.

    Más adelante expresa que ello surge “en parte por nuestra sociedad, ya que crecemos y somos educados para pensar que la  monogamia será el tipo de relación en la que viviremos y por lo tanto, tenemos muchos argumentos de educación que así lo determinan.”

    Es así que los factores de educación  van conformando la moral, los valores, costumbres, normas, formas de comportamiento, etc. Y nos educan como personas con  una conducta “normal” ( que está dentro de la norma social vigente) y lo normal en nuestra sociedad es que vivamos en pareja, reiterando el hecho de que es una forma educativa de tipo social, y debemos tomar en cuenta que existen otras formas, creencias, valores y costumbres.  

    El problema aparece pues como una forma de hartazgo. Es aquí donde el profesional plantea la siguiente interrogante:¿cómo definir la infidelidad entonces?” generando la correspondiente respuesta, “de una manera rápida la podemos definir como las relaciones extra conyugales o extra pareja, sean de tipo sexual o afectivo.”

    “Entendemos –continúa diciendo- que “la relación fuera del lazo o compromiso de pareja, ya que se había establecido un acuerdo de estar juntos  sexual y emocionalmente, el uno para el otro en exclusividad. Al menos es lo esperado.”

    Generalmente en las relaciones de pareja donde se presentan episodios de infidelidad, se producen formas de amor y odio o de amor y dolor; esto es causado por que suponemos que el otro "debe" satisfacer nuestras necesidades, lo cual se da muchas veces a  nivel inconsciente. Es aquí entonces donde apreciamos y contextualizamos al menos personalmente, a la infidelidad como forma patológica y sintomática, generadora automática de violencia, especial y fundamentalmente en el otro.

    Vimos que el odio como tal, es un sentimiento conducente a estadios consecutivos de violencia, ya sea doméstica o de otro orden. Es a través de él, que se llega a la automatización de los vínculos que llevan a los referidos procesos, haciendo su descarga de la manera indicada. Partimos de la base de que el odio es una acumulación de sentimientos encontrados, que son por consiguiente perturbadores para el ser humano que los posee. Éste siente la necesidad de expulsarlos comprimiéndolos a través del odio, el cual, como bien sabemos es expresado desde la perspectiva violenta.

    Las necesidades en una pareja son integrales. Entre ellas se destacan factores de indudable peso como  lo económico, la atención, el amor, el sexo, la protección, la fidelidad, etc. Cuando por algún motivo determinado finaliza esa integración, ella o él buscan a otro/a para que le supla esas necesidades. A la vez con esa actitud, se implanta e induce en el otro la rebeldía al apreciar en buena medida está siendo suplantado/a por otro ser, y en este caso se transforma o surge como odio que no puede hacer su explosión, debido a que no tiene el campo adecuado para desarrollarse.

    Sin alejarme del tema, apreciamos de manera evidente que la falta de atención por uno u otro integrante, se constituye de forma implícita si se quiere, en un acto concatenado con la violencia doméstica, por cuanto ello implica despreocuparse del otro, no importarle lo que le pueda suceder, si está bien o no, si le hace falta algo o no. Es por lo tanto, un estado de negligencia interna que hace que la misma se convierta de hecho en un proceso de violencia.

    El hecho de no atender a alguien, o de prestarle la mínima atención, es sin ánimo de ser alarmista un atentado en el sentido más suave pero a la vez amplio que pueda asumir el término, y cabe aclarar que no solo en el aspecto físico se refleja esta forma de atentar, sino también en el entorno anímico..

    No digo nada nuevo al remarcar que esa especie de negligencia por no atender debidamente necesidades, puede obedecer a causas de resentimiento hacia la otra persona, por cualquier motivo o circunstancia. A fin de dar tan solo un ejemplo al respecto, me permito describir que en una pareja, uno de los integrantes puede ser cargoso, pesado, y así cuando el otro llega a casa, literalmente le llena la cabeza con hechos trascendentes o no, pero que llegan a saturar, a aburrir expresamente a la otra parte, creando dentro de ella un clima de resentimiento y fastidio.

    Pero además, percibimos que el resentimiento surge a causa de que la otra parte, o el integrante familiar le pone y crea trabas de la más diversa índole. Desde no permitirle determinada cosa, por más ínfima que esta sea, hasta aspectos relacionados con lo económico. No hay que olvidar que la faz económica tiene un importante peso dentro de cualquier contexto de relacionamiento. Es así que cuando una de las partes restringe el área señalada, hace que de manera casi automática surja la insatisfacción.

    La falta de atención hacia otra persona, juega un rol importante en el aspecto psicológico, ya que esta se siente relegada profundamente en su función social. Es un hecho que a cada uno de nosotros desde niños se nos asignó una función, un rol que debemos desempeñar, y al no poder hacerlo se crea dentro del ser un importante vacío psicológico. En la desatención afectiva en sus amplias dimensiones, percibimos que para el otro somos desde luego poca cosa, o concretamente nada.

    El ser humano quiérase o no, está diseñado para practicar el deporte de la aventura.

    Como estoy diciendo, en el hombre maduro se da con mayor frecuencia ésto, más allá claro está, de que en los jóvenes también. Pero lógicamente que en éstos las posibilidades se multiplican por una cuestión obvia.

    El comportamiento del hombre maduro (y cuando me refiero a estos, se trata de hombres entre 55 a 70 años aproximadamente) tiende a trasladarse a su juventud, instalándose lo que me permito denominar como segunda juventud. De quince a veinticinco años transcurre la primera juventud. De setenta y cinco hacia adelante la tercera. Estos parámetros obedecen o se dan como consecuencia tanto del aumento porcentual del índice de calidad de vida, como asimismo de que el hombre por tal motivo se siente joven, queriendo y tratando de reflotar ese período de su existencia, la juventud real, que no ha podido o sabido vivir.

Tal el caso de José, quien desde muy joven tuvo que comenzar a trabajar. A los veinte años se casó con Elvira, y ambos trabajaban en diferentes actividades. José actualmente tiene sesenta y ocho años y Elvira sesenta y seis años. Consiguieron tener su propio negocio que giraba en el rubro de las flores, en el cual trabajaban los dos. Elvira no pudo tener hijos, y ese tema se incrustó en la pareja a tal punto de provocar discusiones constantes, pues José deseaba tener descendencia. Pese a las disputas, el hogar se mantenía relativamente estable.

Sin embargo, empezó a retroceder cuando se instaló a pocos metros del comercio de Elvira y José, un almacén atendido por Claudia, una mujer divorciada, de treinta y cuatro años. En ese momento José tenía sesenta y cuatro. El hecho de puntualizar las respectivas edades, ayuda a comprender la situación que estoy planteando. Aunque tenga ribetes de novela, se trata de otro caso real de los varios que recopilé para este trabajo, cambiando lógicamente los nombres.

    Lo que comenzó como una relación vecinal, se transformó en algo más profuso y complejo. Aquel hombre sentía en Claudia la savia nueva que le hacía convertirse en otro hombre, apartándose del círculo que mantenía con Elvira. Conformó y afianzó cada vez más esa relación, constituyéndose literalmente en una relación de afecto y amor. Asimismo, sabía que aquella joven le podía dar hijos, lo cual por una cuestión de estructura y educación pautada a nivel social, al hombre le gusta o necesita tener descendencia, pues de lo contrario no se sienten realizados como tales. Puede resultar una tontería para muchas personas, pero ello representa casi una regla.

    Por lo tanto, esa idea le rondaba constantemente su mente, viendo en la joven la posibilidad de realizar y concretar esa meta, ese objetivo que no había alcanzado con Elvira. Por su parte a Claudia le gustaba José, pues veía en él al padre que había perdido de chica, concibiendo en él a la figura paterna pero a la vez sentía un intenso amor, algo difícil de explicar si nos ceñimos por lo que es coherente y por lo que no es.

    Evidentemente que en estos casos, la coherencia no existe. Atrae mucho más lo que es incoherente, y es lo que estaba sucediendo. Por su parte, Elvira percibía que algo andaba mal. Sentía a José alejándose de ella, pero no captaba el motivo. Se ahondó todo ese panorama, hasta el punto específico que José relegó de forma contundente a Elvira a un muy bajo nivel, dando prioridad en diferentes aspectos a Claudia.

    Tras la relegación aparecen los síntomas propios que derivan en procesos traumáticos, sobre los cuales he expuesto el panorama respectivo. Elvira reflejaba ese panorama. Pese a tener carácter, no podía luchar contra alguien más joven que ella y que a la vista de su marido era mucho más bella, no solamente desde lo físico, sino lo que le podía dar tanto desde la perspectiva armónica como sexual, pues aunque suene duro Elvira nunca lo pudo complacer plenamente en este aspecto, vale decir, no le pudo dar hijos, lo cual para un hombre erróneamente o no, representa una frustración.

    Pero naturalmente que ese sentimiento lo tenía aún más profuso Elvira, al ver que no pudo complacer a su marido, y que por ese motivo lo estaba perdiendo. Las discusiones iban en aumento, y se daban por cualquier motivo, generalmente tonto, hasta llegar al punto culminante de la separación. José agredió a Elvira no solo psicológicamente sino económicamente, al extraerle buena parte de los bienes que habían conseguido juntos.

    Con este caso vuelvo a replantear el tema de la infidelidad como factor desencadenante de los procesos de violencia doméstica, dejando bien en claro que la infidelidad es de por sí un elemento productor de tal fin. Situándonos obviamente en el contexto de una pareja, tanto él o la infiel se convierten en agresores o victimarios, al perpetrar y desarrollar dicha acción en toda su amplitud. Es evidentemente una forma de acción violenta que se basa en la perspectiva psicológica, siendo innecesaria la violencia física, más allá del hecho de que en variadas ocasiones ésta puede aparecer.

 Mientras me encuentro escribiendo estos párrafos, o usted los está leyendo, miles de mujeres, niños y ancianos están siendo sometidos a diversos procedimientos de violencia. Es sin duda un fenómeno dinámico, pervertido y corrosivo que como sabemos, no solo apunta a una clase o estrato social. Se encuentra diseminado y multiplicándose a escala mundial, sin ser exclusividad de nadie. Quiérase o no todos somos culpables de que ello ocurra, ya sea porque como dije, damos vuelta la cara y no miramos, o no queremos ver, o bien porque en nuestro entorno hay un agresor, y no tenemos la fuerza y decisión suficiente para denunciarlo.

    Pasa entonces de ser un problema privado a convertirse en público. Así lo analizan Esperanza Bosch Fiol y Victoria A. Ferrer Pérez desde su trabajo en conjunto “La Violencia de Género: De cuestión privada a problema social” enfatizando lo ya expresado desde un contexto o visión histórico. Indudablemente, nada es nuevo; todo a nivel social está inventado. Lo que cambia es la forma de visualización, o cómo podemos percibir tal o cual fenómeno.

    Sobre la violencia de género, estas autoras expresan que “su consideración como fenómeno privado ha propiciado que durante siglos se considerara, primero un derecho del marido y algo normal, y, posteriormente algo que “desgraciadamente” sucedía en algunos hogares pero que formaba parte de la vida privada de las parejas y en lo que por tanto no había que intervenir.”

    Se creaba de manera automática la consabida barrera. En el intento de preservar el hogar, lo que se hacía era no permitir la injerencia de terceros, obligando al desconocimiento de lo que sucedía internamente. Este aspecto  se daba también dentro de otras problemáticas, como ser por ejemplo la referida a las personas con capacidades diferentes, a quienes se les escondía del medio social por vergüenza.

    He de decir que son muchos los análisis que coinciden en señalar que la consideración de la supuesta “privacidad” de la violencia doméstica es uno de los factores que subyacen al hecho de que las víctimas no denuncien y de que éste continúe siendo un problema “oculto” cuyas cifras reales son casi imposibles de conocer, si nos atenemos al hecho también expuesto de que solamente poseemos un panorama porcentual de quienes se atreven a realizar la denuncia. Queda por lo tanto escondido un universo de sucesos, o mejor dicho de hechos realmente atroces, y que muchas veces solo salen a luz mediante investigaciones o trabajos de campo.

    Es así donde apreciamos en términos genéricos qué países poseen una tasa alta de violencia doméstica. Más allá de que este trabajo pretende centrar la atención en nuestro país, también es mi intención enfocar el problema a nivel internacional. Uno de los países donde existe alto porcentaje de víctimas es España, donde según expresan Bosh y Ferrer solamente en el “año 1999 murieron en el Estado español 58 mujeres y niños a manos de sus parejas y ex - parejas y durante el primer mes del año 2.000 son ya al menos 6 las mujeres muertas en estas circunstancias.”

    Estas cifras al día de hoy resultan irrisorias y desactualizadas, pero es importante conocerlas a fin de cotejarlas con las actuales, observando el enorme crecimiento existente de esta problemática, enfatizando en el hecho obvio de que España es una nación del Primer Mundo, y que para este problema social no existe ninguna clase de frontera ni de barrera. Una vez instalado dentro del conjunto de la sociedad afecta a todos por igual, pese a lo que se pueda exponer en el sentido de que en los estratos sociales medio y bajo, se da en mayor medida que en el alto.

    “Ante estos datos resulta imposible negar la existencia” -prosigue- “de un grave problema social, que va mucho más allá del concepto de “disputas familiares”, que afecta profundamente las bases de la convivencia entre hombres y mujeres, poniendo en evidencia substratos alimentados con falsas creencias sobre el significado de masculinidad y feminidad, y sobre la superioridad “natural” de los unos sobre las otras.”

    Asimismo, y como forma de aquilatar el hecho de que esto sucede a escala internacional, voy a citar una información sobre uno de los tantos hechos de esta característica, sucedido en el mes de septiembre de 2007 en Santiago de Chile, donde una joven uruguaya de treinta años fue víctima en reiteradas ocasiones de brutales golpizas de parte de su pareja de nacionalidad chilena. La mujer había realizado las denuncias correspondientes, pero el trágico desenlace tuvo lugar en la fecha indicada. El hombre le infirió varias puñaladas. Según la información recabada desde el diario El País, la pareja tiene cuatro hijos a los cuales se les quitó el núcleo familiar, por la insania mental de ese hombre, su padre, quien no midió las consecuencias que su acto de barbarie acarrearía a sus hijos, psicológica y moralmente.

    No se entiende por parte de los actores, que el hecho de ser superior no pasa por conceptos de masculino y femenino. Se cree como se señala en líneas anteriores, que el peso de la superioridad pasa como algo natural de unos sobre otros, y evidentemente no es así. No solo por una cuestión de igualdad o de equidad entre géneros, sino porque simplemente nadie es más que nadie.

    Sin embargo, observamos una mecanización en tal sentido haciendo que el nivel de poder ascienda para algunos y descienda para otros. Lo podemos ejemplificar como una balanza que se inclina hacia el más poderoso. Ese poder se le otorga inconscientemente. A nivel sociológico como vimos oportunamente, el poder se le asigna implícita o explícitamente a un integrante del grupo, el cual se transforma de hecho en el líder o jefe supremo.

    Esto lo vemos también desde perspectivas antropomórficas, ubicándonos específicamente en la etapa en que el ser humano debido a su naturaleza constituida en períodos históricos, debió ser nómada en busca no solo de alimentos necesarios para su supervivencia, sino también para encontrar lugares adecuados donde pasar poco o mucho tiempo, según las circunstancias.

    Es así entonces que surge la figura casi emblemática del líder o jefe, que como he dicho anteriormente, se pone de manifiesto para proteger a la manada (grupo) de agentes extraños, y a la vez para mantener el orden y consenso dentro de éste. Sin embargo, en algunas ocasiones, el poder asignado se desborda, y se sumerge al grupo en un profundo caos.

    Desde luego que ello es aceptado con un alto grado de resignación y desasosiego por los integrantes, sea uno o más, los cuales evidentemente se sienten impotentes ante el desborde de poder de su líder, quien llega de esta manera a convertirse en un ser despótico y autoritario. Los límites quedan así desbordados, y por lo tanto la figura como tal queda desvirtuada.